En muchas oportunidades he escuchado decir a varios matrimonios que su pareja es más importante en su vida, que sus hijos, esto debido a que los hijos se van del hogar, hacen su propia vida y el matrimonio queda para siempre. También he escuchado a otros matrimonios decir lo contrario, el amor que le profesan a su hijo es mayor que el de su esposa o esposo.
El libro del Génesis nos da luces a este respecto “Por eso el hombre deja a su padre y a su madre y se une a su mujer y se hacen una sola carne” (Gn 2,24). Hay que dejar bien claro que cuando nos casamos seguimos siendo dos personas y muchas veces muy distintas la una de la otra, cada quien conserva su personalidad, incluso cada quien conserva su cedula de identidad. Dios no quiere que amemos a nuestra esposa, hijos, familiares y a todos en general de una manera distinta (Eros, Philos), Dios quiere que amemos a todos por igual, que amemos con su amor (Ágape), un amor que “sea paciente y bondadoso, no jactancioso ni orgulloso, no busca su interés, no se irrita, no se alegra de la injusticia, se alegra con la verdad, todo lo excusa, todo lo cree, todo lo espera, todo lo soporta”(1Co 13, 4-7). Somos una sola carne cuando tenemos el mismo objetivo en común, es decir cuando amamos a Dios por sobre todas las cosas. Por ejemplo en un matrimonio con hijos, muchos creen que estos últimos no forman parte de esa sola carne, sin embargo el papa Juan Pablo II en una homilía celebrada en el Jubileo de las familias en el año 2000 dijo “El matrimonio florece en los hijos, ellos coronan la comunión total de vida, que convierte a los esposos en una sola carne y que vale también para los hijos”.
También los apóstoles fueron una sola carne cuando “al llegar el día de pentecostés, estaban todos reunidos con un mismo objetivo” (Hch 2,1 Biblia Jerusalén). Ese mismo día todos quedaron llenos del Espíritu Santo y se pusieron hablar en diversas lenguas, tanto los apóstoles como María y algunas mujeres fueron un solo cuerpo porque tenían un objetivo en común “Perseveraban en la oración con un mismo espíritu”(Hch 1, 14). Hoy estamos inmersos en un mundo donde lo que abunda es el mal, de allí que se hace necesario tener un mismo objetivo, dejarnos amar con el amor de Dios para luego ofrecerlo , no solamente en nuestro matrimonio, sino también en nuestras familias, con nuestro prójimo, pero para ello hay que disponer primeramente nuestro corazón, nuestra alma y nuestra mente.
0 comentarios:
Publicar un comentario
Deja tus comentarios