Es para mí un gran honor hacer de
Relator General en este Sínodo y doy las gracias a nuestro Santo Padre por este
privilegio. Estamos a punto de empezar nuestros trabajos sobre la Nueva
Evangelización para la transmisión de la fe cristiana, y quiero tocar algunos
puntos que espero contribuyan a focalizar nuestro debate y a proporcionar
algunos temas de reflexión.
Ninguno de nosotros ha llegado a este
Sínodo sin una preparación anterior, recogida en nuestro ministerio pastoral y
alimentada a su vez también por el trabajo de la Secretaría General del Sínodo
de los Obispos, que ha producido en primer lugar las Lineas de Orientación con
las sugerencias y las propuestas de las Conferencias Episcopales, de los
Sínodos de las Iglesias Católicas sui iuris, de los Dicasterios de la Curia
Romana, de los obispos sin conferencia episcopal y de la Unión de los
Superiores Generales. También han llegado las observaciones de algunos obispos,
mujeres y hombres de vida consagrada y laicos, sin olvidar los movimientos y
las organizaciones eclesiales. Recientemente hemos sido los beneficiarios del
Documento de trabajo, que proporciona una atenta reflexión sobre la Nueva
Evangelización.
El Instrumentum ya ofrece un esquema de referencia para gran
parte del debate del Sínodo y tengo la intención de evidenciar algunas partes
que pueden ser desarrolladas más profundamente. Durante esta presentación haré
referencia al Documento de trabajo.
En mis observaciones quiero incluir
los siguientes puntos:
1) Qué y a Quién proclamamos - la
Palabra de Dios;
2) recursos recientes para ayudarnos
en nuestra tarea;
3) circunstancias especiales de
nuestro tiempo que hacen necesario este Sínodo;
4) elementos de la Nueva
Evangelización;
5) fundamentos teológicos para la
Nueva Evangelización
6) cualidades de los nuevos
evangelizadores y, por último,
7) carismas de la Iglesia de hoy que
asisten en la tarea de la Nueva Evangelización.
1)
Qué y a Quién proclamamos
Nuestra proclamación está centrada en
Jesús, su Evangelio y su camino. La vida cristiana está definida por el
encuentro con Jesús. Cuando Jesús vino entre nosotros, nos ofreció un estilo de
vida completamente nuevo. El entusiasmo se extendía a medida que el Hijo de
Dios, convertido en uno de nosotros, anunciaba la venida del reino. Hoy sigue
ofreciendo la invitación para que seamos discípulos y un puesto en el reino,
así como se lo ofrecía a quienes lo escuchaban. Y esto ha sido así durante
veinte siglos. A medida que su mensaje se comprendía, resultaba cada vez más
claro que Jesús nos ofrecía no sólo un nuevo de modo de vivir, sino también un
nuevo modo de ser. San Pedro escribe: “Bendito sea Dios, Padre de Cristo Jesús,
nuestro Señor, por su gran misericordia. Al resucitar a Cristo Jesús de entre
los muertos, nos dio una vida nueva y una esperanza viva” (1 P 1,3). Esta nueva
vida de hijo de Dios por medio del bautismo nos ha sido revelada por Jesús
mismo: “Te aseguro que el que no nace del agua y del Espíritu no puede entrar
en el Reino de Dios” (Jn 3,5). (Cfr. Documento de trabajo, nº 18-19; nº 31).
Nos alegramos porque nos hemos
convertido en hijos adoptivos y san Juan nos asegura que esta adopción no es
una ficción jurídica: “Miren qué amor tan singular nos ha tenido el Padre: que
no sólo nos llamamos hijos de Dios, sino que lo somos” (1 Jn 3,1).
El Evangelio que Jesucristo vino a
revelarnos no es una información sobre Dios, sino más bien es Dios entre
nosotros. Dios se hizo visible, oíble, tangible. A cambio, pide nuestro amor.
(Cfr. Documento de trabajo nº 26).
En el discurso de la montaña presente
en el Evangelio de san Mateo, se habla de un nuevo estilo de vida y de cómo
atañe a los misericordiosos, los que tienen hambre y sed de justicia, los que
lloran, los operadores de la paz, los pobres de espíritu. Aquí venimos para
conocer la llamada a ser sal de la tierra y luz en el candelero. Más tarde, en
el mismo Evangelio, encontramos la extraordinaria afirmación de que deberíamos
encontrar la presencia de Cristo los unos en los otros. Los discípulos de Jesús
están llamados a imaginar un mundo en el que no sólo los hambrientos tienen de
comer, los sedientos de beber, el extranjero es acogido y el desnudo vestido,
sino también, y más sorprendente todavía, en el que los pecados son perdonados
y se recibe la garantía de la vida eterna (Cfr. Documento de trabajo nº 23, nºs
28-29).
Jesús nos atrae hacia sí. La alegría
que experimentamos nos empuja a compartirla con los demás. No somos sólo
discípulos, somos evangelizadores. Como los primeros discípulos, estamos
llamados a imaginarnos a nosotros mismos caminando al lado de Jesús como el
sembrador de la simiente de un nuevo estilo de vida, de las acciones de un
reino que durará toda la eternidad (Cfr.. Mt 13,1.9; Mc 4,3; Lc 8,5). (Cfr..
Documento de trabajo nº 25 y nº 34)
Hoy debemos mantener viva esa misma
visión cuando invitamos a los demás a abrir las páginas del Evangelio y leer la
invitación a ser sarmientos unidos a la vid del Señor, a comer el pan de la
vida eterna y a escuchar las palabras de verdad, palabras para la eternidad.
Debemos estar dispuestos a renovar
nuestro anuncio, con viva fe, firme convicción y gozoso testimonio, sabiendo
que así como Dios nos habló en el pasado, seguirá hablando con nosotros en el
presente. Como indica con claridad nuestro Santo Padre en la exhortación
Apostólica post-sinodal Verbum Domini, “La relación entre Cristo, Palabra del
Padre, y la Iglesia no puede ser comprendida como si fuera solamente un
acontecimiento pasado, sino que es una relación vital, en la cual cada fiel
está llamado a entrar personalmente. En efecto, hablamos de la presencia de la
Palabra de Dios entre nosotros hoy: «Y sabed que yo estoy con vosotros todos
los días, hasta el fin del mundo» (Mt 28,20)” (51).
Lo que hoy distingue nuestra fe
católica es precisamente la comprensión de que la Iglesia es la presencia
permanente de Cristo, la mediadora de la acción salvífica de Dios en nuestro
mundo y el sacramento de los actos salvíficos de Dios. El Concilio Vaticano II,
en la Constitución Dogmática de la Iglesia Lumen Gentium, empieza recordándonos
que “la Iglesia es en Cristo como un sacramento, o sea signo e instrumento de
la unión íntima con Dios y de la unidad de todo el género humano...” (1) (Cfr.
Documento de trabajo nº 27).
La separación intelectual e ideológica
entre Cristo y su Iglesia es una de las primeras realidades que debemos
afrontar al proponer una Nueva Evangelización de la cultura y de la sociedad
moderna. Ya en su encíclica Dios es amor (Deus caritas est), nuestro Santo
Padre nos recuerda que “la Iglesia es la familia de Dios en el mundo” y que “La
naturaleza íntima de la Iglesia se expresa en una triple tarea: anuncio de la
Palabra de Dios, celebración de los Sacramentos y servicio de la caridad”.
Además, subraya que “son tareas que se implican mutuamente y no pueden
separarse una de otra” (25).
Todo lo que es la Iglesia, lo ha
recibido de Cristo. El primero y más valioso de sus dones es la gracia
concedida mediante el Misterio Pascual: su pasión, muerte y gloriosa
Resurrección. Jesús nos ha liberado del poder del pecado y nos ha salvado de la
muerte. La Iglesia recibe de su Señor no sólo la extraordinaria gracia que Él
ha conseguido para nosotros, sino también el compromiso para compartir y dar a
conocer su victoria. Estamos llamados a transmitir fielmente al mundo el
Evangelio de Jesucristo. La misión principal de la Iglesia es la
evangelización. (Cfr. Documento de trabajo nºs 23-26).
Uno de los retos que hoy hace que sea
urgente la Nueva Evangelización, al mismo tiempo que le pone barreras, es el
individualismo. Nuestra cultura y el énfasis de gran parte de la sociedad
moderna exaltan al individuo y minimizan las relaciones necesarias de cada uno
con los demás. En nuestra sociedad, que exalta la libertad individual y la
autonomía, la realización y la supremacía de la persona, es fácil perder de
vista nuestra dependencia de los demás, junto a las responsabilidades que
tenemos hacia ellos. Nuestro Santo Padre, durante su visita a Washington en
2008, en su discurso a los obispos de Estados Unidos nos ha enseñado que el
énfasis en nuestra relación personal con Dios en perjuicio de la llamada a ser
un miembro de una comunidad redimida “sería sencillamente una nueva prueba de
la urgente necesidad de una renovada evangelización de la cultura” (Cfr.
Documento de trabajo nº 7, nº 35, nºs 43-44, nº 48).
La Iglesia no se cansa nunca de
anunciar el don que ha recibido del Señor. El Concilio Vaticano II nos ha
recordado que la evangelización está justo en el corazón de la Iglesia. En la
Lumen Gentium, texto y núcleo fundamental del mensaje del Concilio sobre la
vida de la Iglesia, los Padres del Concilio han subrayado que “la Iglesia
recibió de los Apóstoles la solemne orden de Cristo de anunciar la verdad
salvífica y debe proseguir su cumplimiento hasta los últimos confines de la
tierra”. El Concilio ha hablado con elocuencia de la verdad de que la misión
divina, que Jesús ha encomendado a la Iglesia, continúe por medio de los
Apóstoles y sus sucesores hasta el fin del mundo. (Cfr. Documento de trabajo nº
27 & nº 92).
2)
Recursos recientes
Nosotros no afrontamos la tarea de la
Nueva Evangelización desde la nada. Durante décadas el Magisterio de los Papas
ha guiado a la Iglesia con una profunda conciencia tanto del problema como del
modo de afrontarlo. El Papa Pablo VI puso en marcha el enfoque, el Beato Juan
Pablo II estimuló una conciencia más profunda de su necesidad y nuestro Santo
Padre, el Papa Benedicto XVI, ha hecho de esta tarea de la Iglesia un tema
constante de sus enseñanzas y su predicación.
En su exhortación apostólica Evangelii
Nuntiandi, el Papa Pablo VI retoma las enseñanzas del Concilio cuando afirma
que la Iglesia es “una comunidad que es a la vez evangelizadora. La orden dada
a los Doce: "Id y proclamad la Buena Nueva", vale también, aunque de
manera diversa, para todos los cristianos ... la Buena Nueva del reino que
llega y que ya ha comenzado, es para todos los hombres de todos los tiempos.
Aquellos que ya la han recibido y que están reunidos en la comunidad de
salvación, pueden y deben comunicarla y difundirla”. En este histórico
documento, aparecido exactamente diez años después de la clausura del Concilio
Vaticano II, el Papa intuyó la necesidad de “un nuevo periodo de
evangelización.” (Cfr. Documento de trabajo nº 3 & nº 27).El pontificado
del Beato Juan Pablo II nos ha proporcionado continuas referencias a los
elementos de la Nueva Evangelización con la enseñanza alentadora de la
exhortación Apostólica post-sinodal Catechesi Tradendae, de la exhortación
Christifideles Laici después del Sínodo sobre los Laicos, junto a la encíclica
Redemptoris Missio. El Beato Juan Pablo II nos ha recordado que la
evangelización es “el primer servicio que la Iglesia puede ofrecer a cada
hombre y a toda la humanidad”, y se dedicó a una evangelización “nueva en el
ardor, en los métodos y en su expresión.” (Cfr. Documento de trabajo nº3 &
nº 45).
El Papa Benedicto XVI ha afirmado que
el discernimiento de las “nuevas exigencias de evangelización” es una “tarea
profética del Sumo Pontífice”. Ha subrayado que “toda la actividad de la
iglesia es una expresión de amor” que quiere evangelizar el mundo. Con el
anuncio de la formación de una nueva oficina en el Vaticano para la Nueva
Evangelización, hecho durante su homilía por la festividad de los apóstoles
Pedro y Pablo en la Basílica de San Pablo Extramuros, nuestro Santo Padre le ha
dado una estructura formal a este esfuerzo y ha evidenciado la urgencia y el
compromiso en todos los campos de esta misión de la Iglesia. (Cfr. Documento de
trabajo nº 130, nº 149).
Otro de los recursos disponibles de la
Iglesia universal en este esfuerzo por proponer nuevamente el Evangelio es el
Catecismo de la Iglesia Católica. Este compendio de la fe en sus múltiples
manifestaciones y aplicaciones proporciona un faro de luz en lo que, por
desgracia, se ha convertido demasiadas veces en la oscuridad de la ignorancia
religiosa. (Cfr. Documento de trabajo nºs 100-101)
3)
Circunstancias de nuestro tiempo
El contexto del Sínodo es este: una
sociedad que está cambiando de modo dramático y que es el trasfondo de la
acogida de la fe, al hacerla propia y transformarla en vida. La llamada a
volver a proponer la fe Católica, a volver a proponer el mensaje Evangélico, a
volver a proponer la enseñanza de Cristo, es necesaria precisamente porque nos
encontramos con tantas personas que inicialmente han escuchado este anuncio
salvífico, pero después este mensaje ha perdido toda la frescura. La visión se
ha desvanecido. Las promesas se han vuelto vacías o sin relación alguna con la
vida real (Cfr. Documento de trabajo nºs 41-44).
En la Iglesia nos encontramos, en
muchos casos y de manera especial en la mayor parte de aquellos países que son
llamados del primer mundo, con una drástica reducción de la práctica de la fe
entre los que han sido bautizados. Nuestro Santo Padre ha precisado además que
la obra de la Nueva Evangelización es la de volver a proponer a Jesucristo y su
Evangelio “a los países en los cuales el primer anuncio de la fe ha sido ya
hecho y donde existen iglesias de antigua fundación pero que están viviendo la
progresiva secularización de la sociedad y una suerte de ‘eclipse del sentido
de Dios’”(28 de junio de 2010) (Cfr. Documento de trabajo nº 12, nºs 52-53, nº
94).
Las respuestas recibidas por parte de
los obispos de los países del tercer mundo -sociedades evangelizadas más
recientemente- presentan pues la misma experiencia en sus iglesias locales.
(Cfr. Documento de trabajo nros. 87-89).
La situación actual hunde sus raíces
precisamente en los desórdenes de los años 70-80, decenios en los que existía
una catequesis verdaderamente escasa o incompleta en tantos niveles de
instrucción. Hemos afrontado la hermenéutica de la discontinuidad que ha
permeado gran parte de los ambientes de los centros de instrucción superior y
que ha tenido también reflejos en algunas aberraciones en la práctica de la
liturgia. Enteras generaciones se han disociado de los sistemas de apoyo que
facilitaban la transmisión de la fe. Fue como si un tsunami de influencia
secular hubiera destruido todo el paisaje cultural, arrastrando consigo algunos
indicadores sociales como el matrimonio, la familia, el concepto de bien común
y la distinción entre bien y mal. Luego, de manera trágica, los pecados de unos
pocos han alentado la desconfianza en algunas de las estructuras ínsitas a la
Iglesia misma. (Cfr. Documento de trabajo nº 69, nº 95, nº 104).
La secularización ha modelado dos
generaciones de católicos que no conocen las oraciones fundamentales de la
Iglesia. Muchos no perciben el valor de la participación en la Misa, no reciben
el sacramento de la penitencia y, con frecuencia, han perdido el sentido del
misterio o de lo trascendente como algo con un significado real y verificable.
Todo lo que hemos señalado ha hecho
que gran parte de los fieles no estuviese preparada para afrontar una cultura
que, como nuestro Santo Padre ha subrayado en sus visitas por todo el mundo, se
caracteriza por el secularismo, el materialismo y el individualismo.
Pero no todas las circunstancias de
nuestro tiempo son negativas. Así como es posible reconocer las causas o, por
lo menos, las ocasiones para la situación negativa actual, también es posible
identificar una respuesta que vemos cada vez más positiva. Muchas personas,
sobre todo los jóvenes, que se han alejado de la Iglesia, están descubriendo
que el mundo laico no les ofrece respuestas adecuadas a las perennes y
profundas necesidades del corazón humano. (Cfr. Documento de trabajo nºs 63-64,
nºs 70-71).
Muchos pastores han notado que la
Nueva Evangelización se está llevando a cabo contemporáneamente en dos niveles,
la introducción a la fe de los niños y la instrucción de sus padres. Para
muchos docentes y para quien ya está catequizado, éste es un momento especial,
porque esta vez los jóvenes adultos se acercan a la fe con una apertura mayor
dada por su profunda necesidad de mayor conocimiento.
Hoy mucho jóvenes encuentran puntos de
contacto en los programas de pastoral universitaria en las universidades laicas
e institutos, en los programas parroquiales o diocesanos, donde se afrontan
cuestiones de interés actual y, para quien tiene niños, también en actos
organizados para las familias, donde encuentran apoyo espiritual y social.
Hoy se debe hacer especial mención a
la familia como Modelo-Lugar de la Nueva Evangelización y de las cuestiones
relativas a la vida. Aunque la sociedad contemporánea quiera subestimar y, a
veces, ridiculizar la vida de la familia tradicional, ésta sigue siendo, sin
embargo, una realidad natural y el primer elemento constituyente de la
comunidad. La familia representa el contexto natural y normal para la
trasmisión tanto de la fe como de los valores, y es a esa realidad a la cual,
con frecuencia, se regresa para buscar apoyo durante toda la vida (Cfr.
Documento de trabajo 110-113).
Una cualidad de la Nueva
Evangelización cada vez más evidente es que nuestros esfuerzos por difundir el
Evangelio ya no nos conducen necesariamente a tierras extranjeras y hacia
pueblos lejanos. Aquellos que tienen necesidad de oír hablar de Cristo, una vez
más, están cerca de nosotros, de nuestros barrios y de nuestras parroquias,
aunque sus corazones y sus mentes estén lejos de nosotros. La inmigración y la
difusa emigración han creado un nuevo ambiente para la evangelización que
muchas veces es un verdadero ejercicio en la Nueva Evangelización.
Los misioneros de la primera
evangelización han cubierto inmensas distancias geográficas para llevar la
Buena Nueva. Nosotros, misioneros de la Nueva Evangelización, debemos superar
unas distancias ideológicas igualmente inmensas, muchas veces aún antes de
salir de nuestro barrio y de nuestra familia.
4)
Elementos de la Nueva Evangelización:
La Nueva Evangelización no es un programa. Se trata de un modo de pensar, de
ver, de actuar. Es como una lente a través de la cual vemos las oportunidades
de proclamar de nuevo el Evangelio. Y es también un signo de que el Espíritu
Santo sigue trabajando activamente en la Iglesia.
En el centro de la Nueva
Evangelización está la renovada propuesta del encuentro con el Señor
Resucitado, su Evangelio y su Iglesia a quienes ya no encuentran atractivo el
mensaje de la Iglesia. Creo que hay tres fases distintas aunque conectadas
entre sí:
a) la renovación y profundización de
nuestra fe tanto a nivel intelectual como afectivo; (Documento de trabajo 24,
37-40,. 118-119,. 147-158)
b) una nueva confianza en la verdad de
nuestra fe (Cfr. Documento de trabajo 31, 41, 46, 49, 120); y
c) la voluntad de compartirla con los
demás (Cfr. Documento de trabajo. 33-34, 81).
La Nueva Evangelización comienza con
cada uno de nosotros en el compromiso de renovar una vez más nuestra
comprensión de la fe haciendo que sea, cada vez más, parte de nosotros,
abrazando con energía y con alegría el mensaje evangélico y poniéndolo en
práctica en la vida cotidiana.
Después del compromiso para renovar
nuestro reconocimiento de la fe, nace una nueva confianza en la verdad de
nuestro mensaje. Durante mucho tiempo, sin embargo, hemos visto esta confianza
erosionada y reemplazada por un sistema de valores laicos que, en las últimas
décadas, se ha impuesto como estilo de vida superior y mejor con respecto al que
fue propuesto por Jesús, su Evangelio y su Iglesia. En la cultura educativa y
teológica que refleja la hermenéutica de la discontinuidad la visión del
Evangelio ha sido oscurecida muchas veces, y una voz segura y confiada ha
encontrado excusas para todo aquello en lo que creemos.
En el Evangelio leemos que Jesús
enseñaba con autoridad (Mc 1,21.22). Ha enseñado desde lo profundo de su
identidad. Jesús tiene autoridad por ser quien es.”Yo soy el Camino, la Verdad
y la Vida”, ha proclamado (Jn 14,6). Esta pedagogía divina sigue siendo hoy el
modelo para nosotros. La verdad -la revelación misma de quién es Jesús- Él la
comparte con nosotros a través de la Iglesia. Jesús no nos deja huérfanos.
Antes de volver al Padre, llamó a aquellos que había elegido y ungido en el
Espíritu Santo para continuar y enseñar todo lo que les había dado a conocer y
para anunciarlo hasta los últimos confines de la tierra.
Muchos de los que hoy buscan alguna
garantía sobre el valor y el sentido de la vida quedan convencidos por el mensaje
claro, inequívoco y lleno de confianza de Cristo presente en su Iglesia. Para
hacer bien esto necesitamos superar el síndrome de desconcierto que algunos han
identificado en la falta de confianza en la verdad de la fe y en la sabiduría
del Magisterio que caracteriza nuestra época.
El tercer elemento de la Nueva
Evangelización debe ser la voluntad y el deseo de compartir la fe. Hay muchas
personas, en particular en el mundo occidental, que ya han oído hablar de
Jesús. Nuestro reto es el de remover y volver a encender, en su vida cotidiana
y en las situaciones concretas, una nueva conciencia y familiaridad con Jesús.
Estamos llamados no sólo a anunciar, sino también a mejorar nuestro método de
manera que podamos atraer y pedir a una generación entera que reencuentre el
tesoro sencillo, genuino y tangible de la amistad con Jesús.
El primer momento de cada
evangelización no nace de un programa sino en el encuentro con una Persona,
Jesucristo, el Hijo de Dios. La Iglesia sostiene que “es el mismo Señor Jesucristo
que, presente en su Iglesia, precede la obra de los evangelizadores, la
acompaña y sigue, haciendo fructificar el trabajo: lo que acaeció al principio
continúa durante todo el curso de la historia” (CDF, Algunos aspectos de la
Evangelización, 1).
Nos encomendamos a Jesús desde el
comienzo hasta el final. Él es la única piedra angular. El criterio, al
acercarnos a los que se han vuelto fríos y distantes con su fe, es la sencillez
de la instrucción que llega hasta lo profundo de la persona humana. Nos dirigimos
a nuestros hermanos y hermanas que han recibido el bautismo pero que ya no
participan en la vida de la Iglesia. A ellos les ofrecemos nuestra experiencia
del amor de Jesús y no una tesis filosófica sobre el comportamiento.
El modo de comunicar debe encontrar
acceso en los corazones de manera que el Espíritu Santo pueda traer de nuevo a
nuestras hermanas y hermanos a la amistad con Jesús, que es “la clave, el
centro y el fin de toda la historia humana” (Gaudium et Spes, 10).
El testimonio personal del discípulo
de Jesús es por sí mismo una proclamación de la Palabra. Nuestro mensaje hoy
debe, por tanto, estar arraigado en el testimonio de la vida. Éstos son
momentos de acoger y no de alejar.
Debemos comunicar a todos nuestra
alegría de ser plena e inmensamente amados y, por tanto, capaces de amar.
Nuestra comunicación debe expresarse con palabras y con la vida, en oraciones y
en hechos, en acción y en capacidad de sufrir.
5)
Fundamentos teológicos para la Nueva Evangelización
Evangelización y Nueva Evangelización,
además de ser iniciativas personales, son conceptos teológicos.
El documento Dominus Jesús, de la
Congregación para la Doctrina de la Fe, presenta nueve carencias
teológicas/filosóficas predominantes hoy en nuestro pensamiento conceptual que debilitan
nuestros esfuerzos de evangelización. Diez años atrás, la Conferencia Episcopal
de Estados Unidos de América había hecho un sondeo de textos catequísticos y
había encontrado diez carencias doctrinales que requerían una corrección.
Como la teología usa conceptos para
transmitir nuestra fe que están radicados en el Evangelio, los principios
mismos de nuestra fe se ven amenazados si las personas tienen dificultad con su
estructura conceptual. El laicismo y el racionalismo han creado una ideología que
subyuga la fe a la razón. La religión se vuelve así un asunto personal. La
doctrina en materia de fe se ve reducida a posiciones idiosincrásicas sin
ninguna posibilidad de reivindicar la verdad universal.
Conceptos como la encarnación, la
resurrección, la redención, el sacramento y la gracia -temas centrales de la
teología usados para explicar nuestra fe en Jesucristo - tienen poco
significado para el católico y para quien se ha alejado del Catolisismo en una
cultura en la que prevalece el racionalismo (Cfr. Documento de trabajo 20).
La tentación para el evangelizador, y
tal vez también para los pastores, es la de no confrontarse con estos
obstáculos conceptuales y poner su atención y sus energías en unas prioridades
más sociológicas, o en iniciativas pastorales e, incluso, desarrollando un
vocabulario distinto de nuestra teología.
Si es importante que la Nueva
Evangelización tenga en cuenta a los signos del tiempo y hable con una voz que
alcance a la gente de hoy, debe entonces hacerlo sin desprenderse de la raíz de
la vivísima tradición de fe de la Iglesia ya expresada en los conceptos
teológicos.
Para iniciar nuestros trabajos y las
reflexiones sobre la Nueva Evangelización, quisiera proponer un cierto número
de puntos con un fundamento teológico que surgieron de los Lineamenta, del
Documento de trabajo y de gran parte del material suministrado por las
Conferencias Episcopales de todo el mundo. Quisiera detenerme sobre cuatro de
ellos.
a) Fundamento Antropológico de la
Evangelización
Si la secularización con sus
tendencias ateas elimina a Dios, entonces la comprensión de lo que significa
ser humano resulta alterada. Por eso, la Nueva Evangelización debe indicar el
origen de nuestra dignidad humana, el conocimiento y la realización de sí
mismo. El hecho de que cada persona es creada a imagen y semejanza de Dios
constituye la base para la declaración, por ejemplo, de la universalidad de los
derechos humanos. Aquí, una vez más, vemos la necesidad de hablar con
convicción a una comunidad llena de dudas acerca de la verdad y la integridad
de realidades como el matrimonio, la familia, el orden moral natural y la
distinción entre bien y mal. (Cfr. Documento de trabajo. 63-64, 151).
La Nueva Evangelización se debe basar
en la comprensión teológica de que Cristo es quien revela el hombre a sí mismo,
que la verdadera identidad del hombre está en Cristo, el nuevo Adán. Este
aspecto de la Nueva Evangelización tiene un significado muy práctico para el
individuo. Si es Cristo el que nos revela quién es Dios, entonces Dios no está
lejos o increíblemente distante. (Cfr. Documento de trabajo 19).
El fundamento presuntivo de la Nueva
Evangelización debe ser el deseo natural, que todos tenemos, de comunión con lo
trascendente -con Dios. En cada ser humano hay una orientación básica hacia lo
trascendente y hacia el justo orden de la vida enraizado en el orden natural
creado. El Catecismo de la Iglesia Católica nos recuerda que el Decálogo es de
por sí una expresión privilegiada de la ley natural. La Nueva Evangelización se
debe basar en la comprensión de que es la fe cristiana la que nos ofrece una
cierta comprensión del problema del mal, de la realidad del pecado, de la caída
y de la llamada a una nueva vida. El mal y el pecado son, sin duda, obstáculos
para el Evangelio, pero es precisamente el mensaje evangélico lo que da sentido
a la condición humana y a la posibilidad de una vida que supere los límites
intrínsecos de la fragilidad humana. En definitiva, la Nueva Evangelización
debe basarse en el reconocimiento de que sólo a la luz de Jesucristo
comprendemos plenamente lo que significa ser humanos.
b) Fundamento Cristológico de la Nueva
Evangelización
Como ya ha sido señalado, la Nueva
Evangelización es la nueva introducción y la nueva proposición de Cristo.
Nuestro anuncio de Cristo, sin embargo, comienza con una clara explicación
teológica acerca de quién es Cristo, su relación con el Padre, su divinidad y
humanidad y la realidad de su muerte y Resurrección. Cristo está en el centro
de nuestra fe cristiana. Pero el Cristo que proclamamos es el Cristo de la
revelación, el Cristo considerado en su Iglesia, el Cristo de la tradición y no
una creación personal, sociológica o una aberración teológica. Ninguno de
nosotros, solo, podría acercarse a conocer la mente, el corazón, el amor y la
identidad de Dios. Jesús ha venido a revelar la verdad, sobre Dios y sobre
nosotros mismos (Cfr. Documento de trabajo 18-21).
c) Fundamento Eclesiológico de la
Nueva Evangelización
La Nueva Evangelización debe dar una
explicación teológica clara sobre la necesidad de la Iglesia para la salvación.
Se trata de un aspecto delicado de nuestra predicación que muchas veces ha sido
descuidado en la catequesis. El sentimiento de que la salvación se obtiene
mediante una relación directa con Jesús, distinto de la Iglesia, está extendido
en gran parte de la cultura moderna. Pero lo que se debe subrayar y demostrar
es que Cristo encuentra al hombre, dondequiera que esté, dentro y mediante la
presencia de la Iglesia (Cfr. Documento de trabajo. 35-36).
Las Escrituras ofrecen muchas imágenes
y parábolas para describir a la Iglesia. Una imagen es la de una gran familia
de personas unidas en Cristo y entre sí mediante el bautismo. San Pablo habla
de la Iglesia como cuerpo de Cristo, con nuestro Señor como cabeza y nosotros
como miembros. Escribiendo a los fieles de Corinto dice: “Ustedes son el Cuerpo
de Cristo, y cada uno en particular, miembros de ese Cuerpo” (1 Co 12, 27).
La base de nuestros esfuerzos en la
Nueva Evangelización debe ser el reconocimiento de que en el bautismo, Cristo
ha dado a cada uno de nosotros los dones del Espíritu Santo. Es el Espíritu el
alma de la Iglesia, que nos une en una unidad que supera cualquier tipo de
división (Cfr. 1 Co 12, 13) (Cfr. Documento de trabajo 119).
La Nueva Evangelización debe hablar de
la voluntad salvífica universal de Dios y, al mismo tiempo, reconocer que Jesús
ha ofrecido un camino claro y único para la redención y la salvación. La Iglesia
no es una entre las muchas maneras de alcanzar a Dios, consideradas todas ellas
igualmente válidas. Dios quiere que todos sean salvados, y es precisamente por
su voluntad salvífica universal por lo que Dios ha mandado a Cristo para
hacernos hijos adoptivos y llevarnos a la eventual gloria eterna.
d) Fundamentos Soteriológicos de la
Nueva Evangelización
La conciencia de lo que entendemos por
su reino es intrínseca a la comprensión de la presencia de Dios con nosotros.
En el Nuevo Testamento se habla del reino. Parece una preocupación de Jesús.
Desde el momento en que “comenzó a predicar”, su anuncio era que “el Reino de
los Cielos está cerca” (Mt 4, 17). Jesús habló de los elementos del reino, de
su poder, de sus confines, de su duración (Cfr. Documento de trabajo nº 24).
El corazón del Evangelio es el reino.
Si deseamos vivir una vida cristiana -si deseamos reivindicar el hecho de ser
discípulos de Jesús - es esencial que tengamos presente este reino que Él ha
proclamado.
En la tierra el reino está misteriosamente
oculto y se puede encontrar en cualquier parte, pero sólo de modo espiritual.
El reino de Dios “existe ya y será consumado al fin de los tiempos. El Reino de
Dios ha venido en la persona de Cristo y crece misteriosamente en el corazón de
los que le son incorporados” (CIC 865).
De este modo sabemos que Cristo ha
establecido su reino en la tierra aunque no en la plenitud de su gloria. Está
aquí, pero todavía en proceso de crecimiento. “Al fin de los tiempos, el Reino
de Dios llegará a su plenitud.” (CIC 1060). Mientras tanto, “Cristo, el Señor,
reina ya por la Iglesia” (CIC 680).
Estos cuatro fundamentos teológicos de
la Nueva Evangelización nos dejan en claro que todo lo que esperamos realizar
en este Sínodo, y cualesquiera que sean los objetivos pastorales que decidamos
fijar para volver a proponer a Cristo hoy, debemos hacerlo estando fuertemente
enraizados en la visión bíblica del hombre, creado a imagen y semejanza de Dios
y como parte de una creación que refleja la sabiduría de Dios y presenta un
natural orden moral para las actividades del hombre. El pecado es lo que
arruina la belleza creada y el egoísmo que ha marcado cada generación. Dios,
sin embargo, envió a su Hijo a este mundo para ofrecernos una nueva vida. Ha
fundado la Iglesia para continuar su presencia viva y salvífica. Nuestra
salvación está íntimamente ligada a nuestra participación en el gran sacramento
que es la Iglesia, mediante el cual esperamos manifestar el reino que se
actualiza y hacer realidad nuestra participación en la gloria.
6)
Las cualidades de los Nuevos Evangelizadores: Entre las muchas cualidades identificadas y requeridas a
los evangelizadores de hoy, cuatro sobresalen: la audacia o el valor, el
vínculo con la Iglesia, el sentido de urgencia y la alegría (Cfr. Documento de
trabajo 46, 49,. 168-169).
En los Hechos de los Apóstoles la
palabra que describe a los Apóstoles después de la efusión del Espíritu Santo
en Pentecostés es el “valor”. Pedro está representado valientemente de pie
predicando la Buena Nueva de la Resurrección, más tarde Pablo retoma el tema y,
en una carrera desenfrenada por el mundo entonces conocido, anuncia
valientemente la palabra (Cfr. Documento de trabajo nº 41).
Hoy la Nueva Evangelización debe
mostrar un valor nacido de la confianza en Cristo. Tenemos muchos ejemplos de
valor pacífico: San Maximiliano Kolbe, la Beata Teresa de Calcuta y, antes que
ellos, el Beato Miguel Pro y los mártires recientes de Lituania, España, México
y el testimonio más lejano de los santos de Corea, Nigeria y Japón (Cfr.
Documento de trabajo 128 y 158)
Cuando se habla de valor, tenemos que
reconocer la necesidad del nuevo testimonio institucional en esas iglesias
particulares que gozan de la presencia de expresiones institucionales de la
Iglesia, escuelas, universidades, hospitales, servicios de asistencia
sanitaria, servicios sociales y otros tipos de ayuda para los pobres; se debe
reconocer el hecho de que también estas formas institucionales de la vida de la
Iglesia deberían dar testimonio de la Palabra de Dios.
Los evangelizadores de la Nueva
Evangelización necesitan estar unidos a la Iglesia, a su Evangelio y sus
pastores. La autentificación de lo que proclamamos y la verificación de la
verdad de nuestro mensaje, que son palabras de vida eterna, dependen de nuestra
comunión con la Iglesia y de nuestra solidaridad con sus pastores (Cfr.
Documento de trabajo
77-78).
Otra cualidad de la Nueva
Evangelización y, por lo tanto, de aquellos que a ella están dedicados, es el
sentido de urgencia. Tal vez necesitamos volver al relato de Lucas de la
Visitación de María a Isabel, modelo para nuestro sentido de urgencia. El
Evangelio cuenta que María salió deprisa para un largo y difícil viaje desde
Nazaret a un pueblecito en las colinas de Judea. No había tiempo que perder, porque
su misión era demasiado importante. (Cfr. Documento de trabajo nºs 138 y 149)
Por último, cuando nos miramos
alrededor y vemos el vasto campo abierto en espera de que sembremos simientes
de vida nueva, debemos hacerlo con alegría. Nuestro mensaje debe inspirar a los
demás a seguirnos con alegría a lo largo del camino hacia el reino de Dios. La
alegría debe caracterizar al evangelizador. El nuestro es un mensaje de gran
alegría: Cristo ha resucitado, Cristo está con nosotros. Cualesquiera que sean
las circunstancias, nuestro testimonio debe difundirse, junto a los frutos del
Espíritu Santo, amor, paz y alegría (Gal 5,22).
7)
Carismas de la Iglesia de hoy que asisten en la Nueva Evangelización
Problemas de Justicia Social
Un área que subraya una renovada
apreciación y un renovado interés de nuestra fe católica es el valor que se le
da a los asuntos de justicia social. Nos damos cuenta de que la doctrina social
católica, articulada desde hace más de un siglo, ha modelado y sigue
influenciando gran parte del desarrollo de la justicia social en vastas áreas
del mundo. La justicia social católica no se ha desarrollado desde la nada. En
los decenios anteriores a la encíclica Rerum Novarum, había tal situación que
explotó en la lucha por la justicia social y los derechos humanos. Con la
promulgación de la Rerum Novarum en 1891, la Iglesia ha querido afrontar la
terrible explotación y la pobreza de los trabajadores de finales del siglo XIX.
(Cfr. Documento de trabajo nº 71, nºs 123-124, nº 130)Sería inexacto decir que
Jesús promovió un especial programa político, social o económico, pero en
cambio sí estableció unos principios básicos que deberían caracterizar
cualquier tipo de sistema justo, humano, económico o político. Sólo la fe puede
proporcionar la convicción de que nuestras obras de justicia forman parte del
plan de Dios para realizar el reino de Dios.
Hoy, mientras examinamos las
cuestiones que ofrecen una invitación a quienes se han alejado de la Iglesia,
recuperamos el valor al ver en tantos jóvenes el deseo de entrar en el servicio
pastoral. Para ellos, las enseñanzas de la Iglesia sobre la justicia social
son, al mismo tiempo, una revelación y una invitación a una vida más plena en
la Iglesia.
Nuevas
comunidades / Movimientos eclesiales
No estamos solos a la hora de afrontar
la tarea de la Nueva Evangelización. Y tampoco somos los primeros en estudiar
cómo llevar adelante esta operación. Una señal de la Nueva Evangelización son
los movimientos eclesiales y las nuevas comunidades, una gran bendición para la
Iglesia de hoy. Estas manifestaciones del trabajo del Espíritu Santo se añaden
a la riqueza espiritual de los carismas antiguos de las órdenes religiosas y de
las congregaciones que con tanta fidelidad trabajan para dar testimonio de la
venida del reino con su compromiso viviendo los consejos evangélicos de
perfección. La invitación de Cristo dirigida a muchos a convertirse en sus
discípulos está aún viva en la Iglesia, de manera especial en la vida
religiosa. (Cfr. Documento de trabajo nº 115)
No enumeraré aquí las nuevas
comunidades religiosas, por miedo a dejarme demasiadas fuera que ya están dando
frutos. Lo mismo vale para los nuevos movimientos eclesiales como Comunión y
Liberación, el Opus Dei y el Camino Neocatecumenal, por citar sólo tres. Todos
apuntan hacia la obra del Espíritu Santo, que compromete a la Iglesia de hoy a
ir hacia aquellos que se han alejado.
Una de nuestras tareas en el esfuerzo
por comprometer a la Iglesia en la obra de la Nueva Evangelización podría ser
el de invitar a todos los nuevos movimientos y nuevas comunidades a aunar más
plenamente sus energías y actividades en la vida de toda la Iglesia,
especialmente a nivel local, en la Iglesia particular bajo el cuidado
apostólico del obispo. (Cfr. Documento de trabajo nº 116)
En el encuentro de septiembre de 2011
promovido por el Consejo Pontificio para la Nueva Evangelización, se ha
descubierto que hay un gran grupo de jóvenes con fe vibrante que ya están
comprometidos en las tareas de la Nueva Evangelización, y que ya están
organizados en grupos compuestos por una vasta gama de movimientos y centros
espirituales.
Conclusión
Para empezar a responder a la llamada
de nuestro Santo Padre en este Sínodo al estudio de la Nueva Evangelización, me
parece oportuno indicar que lo que tenemos delante es una misión cuádruple:
1) reafirmar la naturaleza existencial
de la evangelización;
2) observar las bases teológicas de la
Nueva Evangelización;
3) animar las muchas manifestaciones
actuales de la Nueva Evangelización;
4) proponer modos concretos con los
que la Nueva Evangelización pueda ser estimulada, estructurada y llevada a
cabo, por ejemplo, en las parroquias, en los programas de pastoral
universitaria, en las organizaciones de profesionales, en las capellanías de
distintos grupos, incluidos los militares, en los servicios de asistencia
sanitaria y social, coneal apoyo de jóvenes profesionales de todos los campos
para que se puedan descubrir como instrumentos de actividad evangelizadora de
la Iglesia. Dada la importancia de la política, reflejo de la libertad y
dignidad humana y del orden moral natural, deberíamos tener muy en cuenta en
nuestras observaciones prácticas a la generación de quienes en el futuro se
dedicarán a la vida política.
Parece que de las deliberaciones sobre
la situación actual que la Iglesia debe afrontar hoy, debería surgir la
afirmación de su esencial llamada a la evangelización, el reconocimiento de
muchos factores e instrumentos de renovación y la presentación de una guía
práctica junto a un estímulo.
Este Sínodo tiene que ser un reclamo
para que toda la Iglesia mire la vida y la realidad a través de la lente de la
Nueva Evangelización de una forma que resalte que muchas iniciativas ya están
en marcha y que muchos fieles ya están familiarizados con los aspectos de las
mismas, aunque no siempre se definan con el nombre de Nueva Evangelización.
Ahora que comenzamos nuestro trabajo,
tenemos todos los motivos para hacerlo con optimismo y entusiasmo, porque las
simientes de la Nueva Evangelización sembradas durante los pontificados de
Pablo VI, Juan Pablo II y el Papa Benedicto XVI están empezando a brotar.
Nuestra labor es encontrar el modo de cultivarla, incentivarla y acelerar su
crecimiento.
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