DOMINGO DE RAMOS
Con
este episodio da comienzo la quinta gran sección del evangelio según Lucas (Lc
19,28-21,38). El largo viaje de Jesús llega a su término, y la narración
evangélica de Lucas empalma con las otras dos sinópticas y la de Juan, para
contar la entrada triunfal de Jesús en Jerusalén. Esta parte del evangelio
según Lucas se centra de manera especial en el ministerio de Jesús en el templo
de Jerusalén.
Los
cuatro primeros episodios (w. 28-40.41-44.45-46.47-48) son de transición
porque, a la vez que introducen una nueva etapa, constituyen la culminación del
prolongado relato del viaje a la capital. Al mismo tiempo presentan de manera
genérica la reacción de Jesús ante la ciudad en la que va a cumplirse su
destino, y ante el templo, la casa de su Padre. El evangelista ya ha ido
preparando a sus lectores para este nuevo escenario con diversas referencias a
Jerusalén a lo largo de la narración del viaje (9,51.53; 10,30; 13,4.22.33.34;
17,11; 18,31; 19,11). Con el primer episodio de esta sección (19,28-40), Jesús
llega a las puertas de la ciudad y se prepara a entrar en ella. Luego hará
realmente su entrada triunfal, vitoreado como rey, y se encaminará directamente
al templo. Por otra parte, este episodio implica también el cumplimiento de lo
ya anunciado en Lc 13,35. El núcleo de este episodio de la entrada de Jesús en
el templo de Jerusalén (Le 19,28-40) procede, sin duda, de «Mc» (Mc 11,1-10;
cf. Mt 21,1-9). Igual que Mateo, Lucas elabora los materiales de su fuente para
adaptarlos a su propósito. Pero eso lo lleva a volver al hilo conductor de la
narración de Marcos, después de haber introducido por su cuenta los dos
episodios precedentes. De ahí que haya compuesto el v. 28 como introducción de
transición, conectándolo con la parábola anterior, que en su mayor parte
procede de «Q». Los vv. 29-38 son elaboración del texto de Mc 11,1-10, con la
adición del v. 37.
El
v. 37 fue añadido por el propio evangelista para subrayar el aspecto geográfico
en este punto crucial de su narración evangélica, localizando así la exultante
alabanza a Dios por los milagros que Jesús había realizado.
En
cuanto a los w. 39-40, la situación es diferente. En primer lugar, no es seguro
que haya que considerar esos versículos como parte integrante de este episodio,
ya que hay comentaristas que los relacionan, más bien, con los w. 41-44 . En
segundo lugar, parecen ser una adaptación de la redacción de Mt 21,15-16. Y en
tercer lugar, algunos intérpretes hasta se atreven a considerar los vv. 37-40
como una unidad procedente de «L». La impresión es que esta última hipótesis
ignora demasiado la semejanza de v. 38 con algunos temas específicamente
lucanos que bastarían para dar razón del trabajo redaccional del evangelista
sobre los datos de su fuente «Me» Si se aceptan w. 39-40 como parte integrante
de este episodio del evangelio según Lucas, yo personalmente prefiero
considerarlos como procedentes de «L», aunque sin excluir que puedan ser una
formulación autónoma del texto de Mt 21,15-16.
28 Dicho esto, Jesús pasó adelante y emprendió la
subida hacia Jerusalén. 29 Cuando se acercaban a
Betfagé y Betania, al pie del monte llamado de los Olivos, Jesús envió a dos de
sus discípulos y les dijo: 30 «Vayan al
pueblo de enfrente y al entrar en él encontrarán atado un burrito que no ha
sido montado por nadie hasta ahora. Desátenlo y tráiganmelo. 31 Si alguien les pregunta por qué lo desatan,
contéstenle que el Señor lo necesita.» 32 Fueron los dos discípulos y hallaron todo tal
como Jesús les había dicho. 33 Mientras desataban
el burrito llegaron los dueños y les preguntaron: «¿Por qué desatan ese
burrito?» 34 Contestaron: «El Señor lo necesita.»
Betfagé
(«casa de la higuera») estaba situada en la vertiente occidental del monte de
los Olivos; Betania («casa de la tribulación») está sobre la vertiente sudoeste
del mismo. Quien viaja de Jericó a Jerusalén llega primero a Betania, luego a
Betfagé. Una vez más se mira el camino desde Jerusalén (17,11), el viaje se
enjuicia en función de la meta; sólo así se puede comprender debidamente la
marcha.
En
Betfagé se someten los peregrinos a los ritos de la purificación, antes de
hacer su entrada en la ciudad santa. Se preparan. También Jesús se prepara para
su entrada en Jerusalén. Envía una pareja de discípulos, como había enviado por
parejas a sus precursores (10,1). Esta vez no habían de preparar su llegada con
la palabra, sino trayendo lo que era necesario para su entrada triunfal como
rey. El oficio de aquellos consiste siempre en preparar para la venida del
Mesías.
Jesús
tiene necesidad de una cabalgadura; ésta tiene que ser el pollino de una asna.
Los guerreros montan a caballo; el asno es la cabalgadura de los pobres y de
las gentes de paz. Aquí se cumple lo que había predicho el profeta Zacarías:
«Alégrate con alegría grande, hija de Sión. Salta de júbilo, hija de Jerusalén.
Mira que viene a ti tu rey, justo y salvador, montado en un asno, en un pollino
hijo de asna. Extirpará los carros de guerra de Efraím, y los caballos de
Jerusalén, y será roto el arco de guerra, y promulgará a las gentes la paz, y
se extenderá de mar a mar su señorío y desde el río hasta los confines de la
tierra» (Zac 9,9s). Se elige un pollino porque todavía no ha servido a nadie.
Como el animal sacrificado no debe usarse para ningún trabajo corriente, pues
está reservado a Dios, así también la cabalgadura de Jesús, el rey Mesías, ha
de ser un pollino en que todavía no haya montado nadie.
El
verbo desatar aparece cuatro veces en estos pocos versículos. ¡Repetición
significativa! Jesús, el Mesías, desata y libera a su pueblo de la esclavitud
de la ley (Lc 4,18-20). Los discípulos hacen como Jesús mandó y todo sucede
según lo que estaba previsto. Encuentran un borrico y se lo llevan.
35
Trajeron entonces el burrito y le echaron sus capas encima para que Jesús se
montara. 36 La gente extendía sus mantos sobre el camino a medida que iba
avanzando. 37 Al acercarse a la bajada del monte de los Olivos, la multitud de
los discípulos comenzó a alabar a Dios a gritos, con gran alegría, por todos
los milagros que habían visto. 38 Decían: «¡Bendito el que viene como Rey, en el
nombre del Señor! ¡Paz en el cielo y gloria en lo más alto de los cielos!»
Los
numerosos discípulos, con sus mantos (símbolo de poder), le homenajean. Aceptan
su mesianismo de servicio y de entrega. Lucas introduce un pequeño cambio con
relación a Marcos. En Marcos (Me 11,8-9) y también en Mateo (Mt 21,8-9), la
alabanza está en boca de la multitud de los habitante s de Jerusalén. Lucas
pone la pone en boca de la multitud de los discípulos. De esta manera, se
acentúa el contraste entre Jesús y la capital. La gente de la capital esperaba
u n Mesías nacionalista, un rey glorioso. Jesús y sus discípulos evocan la
profecía de Zacarías, que decía: "Se acerca tu rey, justo y victorioso,
humilde y montado en un asno, en un joven borriquillo. Quebrará el arco de guerra"
(Zac 9,9.10). Jesús acepta ser el Mesías, pero no el Mesías rey de la
propaganda del gobierno y de la religión oficial. Se mantiene en el camino del
servicio, simbolizado por el borrico, animal de carga.
39 Algunos fariseos que
se encontraban entre la gente dijeron a Jesús: «Maestro, reprende a tus
discípulos.» 40 Pero él contestó: «Yo les aseguro que si ellos se callan,
gritarán las piedras.»
Entre
la multitud que rinde homenaje a Jesús se hallan también fariseos. Antes habían
puesto ya a Jesús en guardia contra Herodes (13,31), ahora vuelven a
advertirlo.
Lo
que aquí se desarrolla es acción de alta política. ¿Qué va a decir la potencia
romana de ocupación? Lo llaman maestro; maestro con autoridad puede llamarse si
quiere, pero también rey y Mesías. Le insinúan mande guardar silencio. ¡Cuántas
veces se lo impuso también él a sus discípulos! Pero ahora ha pasado ya el tiempo
de callar. Dios quiere que se deje aclamar como rey Mesías. Jesús aprueba la
aclamación y la confesión por Mesías de sus discípulos, como en Jericó había
aprobado el grito de socorro del ciego que lo aclamaba como Hijo de David. La
confesión tiene que pronunciarse. Un proverbio, que es un eco del profeta
Habacuc, confirma esta necesidad: «Chilla en el muro la piedra y le responde en
el enmaderado la viga» (Hab 2,11). La frase suena a proverbio: Si se hace
callar a sus discípulos porque la realeza de Jesús es rechazada por su pueblo,
entonces las ruinas de Jerusalén destruida gritarán testimoniando que se ha
rechazado injustamente la reivindicación mesiánica de Jesús. Jerusalén se
convertirá en un montón de escombros, no porque sea peligrosa la confesión
mesiánica, sino porque es rechazado como rey, no se reconoce la hora de la
historia de la salvación y no se acepta la oferta salvífica de Dios.
En
algunos códices (A R W Θ ψ, y en la tradición textual «koine») se lee
kekraxontai («habrán gritado»); si esa lectura fuera correcta, sería el único
caso en todo el Nuevo Testamento de un futuro perfecto no perifrástico. La
traducción que aquí se ofrece sigue la lectura de los códices (א B L, etc) kraxousin («gritarán»). El efecto de las piedras
gritando adquirirá una nueva matización en el próximo episodio, en el v. 44b.
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