"SE ACERCA TU REY, JUSTO Y VICTORIOSO, HUMILDE Y MONTADO EN UN ASNO, EN UN JOVEN BORRIQUILLO"

miércoles, 20 de marzo de 2013

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DOMINGO DE RAMOS
Con este episodio da comienzo la quinta gran sección del evangelio según Lucas (Lc 19,28-21,38). El largo viaje de Jesús llega a su término, y la narración evangélica de Lucas empalma con las otras dos sinópticas y la de Juan, para contar la entrada triunfal de Jesús en Jerusalén. Esta parte del evangelio según Lucas se centra de manera especial en el ministerio de Jesús en el templo de Jerusalén.
Los cuatro primeros episodios (w. 28-40.41-44.45-46.47-48) son de transición porque, a la vez que introducen una nueva etapa, constituyen la culminación del prolongado relato del viaje a la capital. Al mismo tiempo presentan de manera genérica la reacción de Jesús ante la ciudad en la que va a cumplirse su destino, y ante el templo, la casa de su Padre. El evangelista ya ha ido preparando a sus lectores para este nuevo escenario con diversas referencias a Jerusalén a lo largo de la narración del viaje (9,51.53; 10,30; 13,4.22.33.34; 17,11; 18,31; 19,11). Con el primer episodio de esta sección (19,28-40), Jesús llega a las puertas de la ciudad y se prepara a entrar en ella. Luego hará realmente su entrada triunfal, vitoreado como rey, y se encaminará directamente al templo. Por otra parte, este episodio implica también el cumplimiento de lo ya anunciado en Lc 13,35. El núcleo de este episodio de la entrada de Jesús en el templo de Jerusalén (Le 19,28-40) procede, sin duda, de «Mc» (Mc 11,1-10; cf. Mt 21,1-9). Igual que Mateo, Lucas elabora los materiales de su fuente para adaptarlos a su propósito. Pero eso lo lleva a volver al hilo conductor de la narración de Marcos, después de haber introducido por su cuenta los dos episodios precedentes. De ahí que haya compuesto el v. 28 como introducción de transición, conectándolo con la parábola anterior, que en su mayor parte procede de «Q». Los vv. 29-38 son elaboración del texto de Mc 11,1-10, con la adición del v. 37. 

El v. 37 fue añadido por el propio evangelista para subrayar el aspecto geográfico en este punto crucial de su narración evangélica, localizando así la exultante alabanza a Dios por los milagros que Jesús había realizado.
En cuanto a los w. 39-40, la situación es diferente. En primer lugar, no es seguro que haya que considerar esos versículos como parte integrante de este episodio, ya que hay comentaristas que los relacionan, más bien, con los w. 41-44 . En segundo lugar, parecen ser una adaptación de la redacción de Mt 21,15-16. Y en tercer lugar, algunos intérpretes hasta se atreven a considerar los vv. 37-40 como una unidad procedente de «L». La impresión es que esta última hipótesis ignora demasiado la semejanza de v. 38 con algunos temas específicamente lucanos que bastarían para dar razón del trabajo redaccional del evangelista sobre los datos de su fuente «Me» Si se aceptan w. 39-40 como parte integrante de este episodio del evangelio según Lucas, yo personalmente prefiero considerarlos como procedentes de «L», aunque sin excluir que puedan ser una formulación autónoma del texto de Mt 21,15-16.
28 Dicho esto, Jesús pasó adelante y emprendió la subida hacia Jerusalén. 29 Cuando se acercaban a Betfagé y Betania, al pie del monte llamado de los Olivos, Jesús envió a dos de sus discípulos y les dijo: 30 «Vayan al pueblo de enfrente y al entrar en él encontrarán atado un burrito que no ha sido montado por nadie hasta ahora. Desátenlo y tráiganmelo. 31 Si alguien les pregunta por qué lo desatan, contéstenle que el Señor lo necesita.» 32 Fueron los dos discípulos y hallaron todo tal como Jesús les había dicho. 33 Mientras desataban el burrito llegaron los dueños y les preguntaron: «¿Por qué desatan ese burrito?» 34 Contestaron: «El Señor lo necesita.»
Betfagé («casa de la higuera») estaba situada en la vertiente occidental del monte de los Olivos; Betania («casa de la tribulación») está sobre la vertiente sudoeste del mismo. Quien viaja de Jericó a Jerusalén llega primero a Betania, luego a Betfagé. Una vez más se mira el camino desde Jerusalén (17,11), el viaje se enjuicia en función de la meta; sólo así se puede comprender debidamente la marcha.
En Betfagé se someten los peregrinos a los ritos de la purificación, antes de hacer su entrada en la ciudad santa. Se preparan. También Jesús se prepara para su entrada en Jerusalén. Envía una pareja de discípulos, como había enviado por parejas a sus precursores (10,1). Esta vez no habían de preparar su llegada con la palabra, sino trayendo lo que era necesario para su entrada triunfal como rey. El oficio de aquellos consiste siempre en preparar para la venida del Mesías.
Jesús tiene necesidad de una cabalgadura; ésta tiene que ser el pollino de una asna. Los guerreros montan a caballo; el asno es la cabalgadura de los pobres y de las gentes de paz. Aquí se cumple lo que había predicho el profeta Zacarías: «Alégrate con alegría grande, hija de Sión. Salta de júbilo, hija de Jerusalén. Mira que viene a ti tu rey, justo y salvador, montado en un asno, en un pollino hijo de asna. Extirpará los carros de guerra de Efraím, y los caballos de Jerusalén, y será roto el arco de guerra, y promulgará a las gentes la paz, y se extenderá de mar a mar su señorío y desde el río hasta los confines de la tierra» (Zac 9,9s). Se elige un pollino porque todavía no ha servido a nadie. Como el animal sacrificado no debe usarse para ningún trabajo corriente, pues está reservado a Dios, así también la cabalgadura de Jesús, el rey Mesías, ha de ser un pollino en que todavía no haya montado nadie.
El verbo desatar aparece cuatro veces en estos pocos versículos. ¡Repetición significativa! Jesús, el Mesías, desata y libera a su pueblo de la esclavitud de la ley (Lc 4,18-20). Los discípulos hacen como Jesús mandó y todo sucede según lo que estaba previsto. Encuentran un borrico y se lo llevan.

35 Trajeron entonces el burrito y le echaron sus capas encima para que Jesús se montara. 36 La gente extendía sus mantos sobre el camino a medida que iba avanzando. 37 Al acercarse a la bajada del monte de los Olivos, la multitud de los discípulos comenzó a alabar a Dios a gritos, con gran alegría, por todos los milagros que habían visto. 38 Decían: «¡Bendito el que viene como Rey, en el nombre del Señor! ¡Paz en el cielo y gloria en lo más alto de los cielos!»
Los numerosos discípulos, con sus mantos (símbolo de poder), le homenajean. Aceptan su mesianismo de servicio y de entrega. Lucas introduce un pequeño cambio con relación a Marcos. En Marcos (Me 11,8-9) y también en Mateo (Mt 21,8-9), la alabanza está en boca de la multitud de los habitante s de Jerusalén. Lucas pone la pone en boca de la multitud de los discípulos. De esta manera, se acentúa el contraste entre Jesús y la capital. La gente de la capital esperaba u n Mesías nacionalista, un rey glorioso. Jesús y sus discípulos evocan la profecía de Zacarías, que decía: "Se acerca tu rey, justo y victorioso, humilde y montado en un asno, en un joven borriquillo. Quebrará el arco de guerra" (Zac 9,9.10). Jesús acepta ser el Mesías, pero no el Mesías rey de la propaganda del gobierno y de la religión oficial. Se mantiene en el camino del servicio, simbolizado por el borrico, animal de carga.

39 Algunos fariseos que se encontraban entre la gente dijeron a Jesús: «Maestro, reprende a tus discípulos.» 40 Pero él contestó: «Yo les aseguro que si ellos se callan, gritarán las piedras.»
Entre la multitud que rinde homenaje a Jesús se hallan también fariseos. Antes habían puesto ya a Jesús en guardia contra Herodes (13,31), ahora vuelven a advertirlo.
Lo que aquí se desarrolla es acción de alta política. ¿Qué va a decir la potencia romana de ocupación? Lo llaman maestro; maestro con autoridad puede llamarse si quiere, pero también rey y Mesías. Le insinúan mande guardar silencio. ¡Cuántas veces se lo impuso también él a sus discípulos! Pero ahora ha pasado ya el tiempo de callar. Dios quiere que se deje aclamar como rey Mesías. Jesús aprueba la aclamación y la confesión por Mesías de sus discípulos, como en Jericó había aprobado el grito de socorro del ciego que lo aclamaba como Hijo de David. La confesión tiene que pronunciarse. Un proverbio, que es un eco del profeta Habacuc, confirma esta necesidad: «Chilla en el muro la piedra y le responde en el enmaderado la viga» (Hab 2,11). La frase suena a proverbio: Si se hace callar a sus discípulos porque la realeza de Jesús es rechazada por su pueblo, entonces las ruinas de Jerusalén destruida gritarán testimoniando que se ha rechazado injustamente la reivindicación mesiánica de Jesús. Jerusalén se convertirá en un montón de escombros, no porque sea peligrosa la confesión mesiánica, sino porque es rechazado como rey, no se reconoce la hora de la historia de la salvación y no se acepta la oferta salvífica de Dios.
En algunos códices (A R W Θ ψ, y en la tradición textual «koine») se lee kekraxontai («habrán gritado»); si esa lectura fuera correcta, sería el único caso en todo el Nuevo Testamento de un futuro perfecto no perifrástico. La traducción que aquí se ofrece sigue la lectura de los códices (א B L, etc) kraxousin («gritarán»). El efecto de las piedras gritando adquirirá una nueva matización en el próximo episodio, en el v. 44b.
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