La
renuncia del Papa Benedicto XVI dejó a
todos los católicos y no católicos boquiabiertos. Todavía muchos no lo pueden
creer, sin embargo el Papa ya había tomado esa decisión con mucha antelación.
No fue improvisada. En su visita a México y Cuba en el 2012 es donde el Papa
determina el hecho acontecido hoy de su renuncia. Ese viaje fue agotador y supo
que sus fuerzas se debilitaban cada día más.
El
Papa estará hasta el 28 de febrero donde se hará efectiva su renuncia, se
dedicará a la oración en un Monasterio de clausura.
La decisión no debió haber sido fácil para el Papa, él
mismo dijo que “Después de haber examinado ante Dios reiteradamente mi
conciencia, he llegado a la certeza de que, por la edad avanzada, ya no tengo
fuerzas para ejercer adecuadamente el ministerio petrino.
Soy muy
consciente de que este ministerio, por su naturaleza espiritual, debe ser
llevado a cabo no únicamente con obras y palabras, sino también y en no menor
grado sufriendo y rezando. Sin embargo, en el mundo de hoy, sujeto a rápidas
transformaciones y sacudido por cuestiones de gran relieve para la vida de la
fe, para gobernar la barca de san Pedro y anunciar el Evangelio, es necesario
también el vigor tanto del cuerpo como del espíritu, vigor que, en los últimos
meses, ha disminuido en mí de tal forma que he de reconocer mi incapacidad para
ejercer bien el ministerio que me fue encomendado”.
El
sentimiento general por la renuncia del Papa es de tristeza, sin embargo a mi
personalmente me embarga la alegría de saber que nuestra Iglesia ha tenido un
Papa sabio, lleno de Dios y que supo con mucha valentía y coraje reconocer sus
debilidades. El otro sentimiento que aflora en mí, es la del agradecimiento a
Dios, por haber permitido que nuestra Iglesia sea dirigida por un gran hombre.
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