“La finalidad de la corrección fraterna es la restauración del hermano”
El Evangelio de hoy nos habla de la corrección fraterna, cuya finalidad no puede ser otra que la restauración del hermano. El único motor de la corrección, por consiguiente, es el amor fraternal, base espiritual de toda la comunidad, de ahí fluyen todas sus características. La corrección lleva tres pasos a saber.
1. A solas; Las palabras de Jesús llevan un tono de obligación. Si amo al hermano, no me puede ser indiferente su salvación. Si amo de verdad, me sentiré obligado a reprender a los inquietos (1Tes 5,14). La corrección debe empezar a solas, con absoluta discreción y delicadeza.
2. Llamar a otro(s) testigos: La presencia de dos o tres personas tiene la finalidad de hacer ver al interesado que la cosa es seria, que no se trata de una apreciación tal vez prejuiciada de una sola persona y posiblemente, si estas personas son de mayor confianza del interpelado, influenciar mejor su decisión de corregirse.
3. En comunidad; Si los dos intentos anteriores han quedado sin efecto, hay que acudir a la “Iglesia”, es decir, a la comunidad local a la cual pertenece el interesado.
Siguiendo con el Evangelio, el Señor Jesús les dice a sus discípulos: ““Pues donde están dos o tres reunidos en mi Nombre, allí estoy yo en medio de ellos”. Les habla de la oración común que es algo que lastimosamente se ha ido perdiendo y en especial en nuestras familias. En el pasado, los padres y los hijos sacaban al menos unos minutos diarios para rezar o agradecer en la mesa. En la actualidad la oración en familia prácticamente no existe, pues ha sido desplazada por la televisión, los videojuegos, la música y otra serie de cosas que no permiten ni siquiera que todos juntos se sienten a comer. Por eso ahora más que nunca, es importante que tratemos de rescatar, como comunidad eclesial, estos espacios de oración comunitaria.
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