Si
quisiéramos hacer la tarjeta de identidad de Jesús sobre la base de los datos
que encontramos en los evangelios y en las demás fuentes antiguas, obtendríamos
este resultado:
1.
Nombre: Jesús (hebreo, Jeshü, abreviación de Jehoshüa).
2.
Padre: José (hebreo, Joseph).
3.
Madre: María (hebreo, Myriam).
4.
Lugar de nacimiento: Belén de Judá (¿o Nazaret de Galilea?).
5.
Fecha de nacimiento: en tiempos del rey Herodes (¿censo de Quirinio?).
6.
Domicilio: Nazaret de Galilea (¿Cafarnaún?).
7.
Estado civil: soltero (célibe).
8.
Profesión: carpintero (maestro, predicador itinerante).
En
esta tarjeta de identidad hay algunos datos seguros e indiscutibles, mientras
que otros son vagos e inciertos. Esta situación depende de las fuentes
evangélicas que parecen observar ciertas reticencias o no estar muy interesadas
por este tipo de informes historiográficos.
De
los cuatro evangelios canónicos sólo hay dos que hablen explícitamente de los
orígenes de Jesús, Mateo y Lucas; los otros dos recogen algunas alusiones
ocasionales a su familia y a su lugar de origen.
Por
otra parte, como ya hemos indicado más arriba, el epistolario paulino no
confirma ni contradice este cuadro, ya que en él no se refieren datos nuevos
sobre los orígenes y el estado social o civil de Jesús. La única información
que se puede deducir de los escritos de Pablo,
además del origen judío israelita de Jesús, es el de su pertenencia al linaje
de David (Rom 1, 3; cf. 2 Tim 2, 8). En la fórmula que se sitúa al comienzo de
la carta a los romanos, escrita a finales de los años cincuenta, «el evangelio
acerca de su Hijo, nacido del linaje de David según la carne», Pablo recoge
probablemente un fragmento arcaico de profesión de fe, en el que se presupone
el origen davídico de Jesús como base de su mesianidad. Pero el acento se pone
en el hecho de que Jesús, a pesar de insertarse según su condición humano-
histórica
en la descendencia davídica, es reconocido a partir de la resurrección como
Hijo glorioso de Dios, capaz de comunicar a los hombres el Espíritu
santificador (Rom 1, 3-4). Por tanto, puede considerarse este texto de Pablo
como el documento más antiguo sobre los orígenes históricos de Jesús.
Los
actuales textos evangélicos, incluso admitiendo que reproducen tradiciones más
antiguas, han sido de hecho redactados posteriormente. El opúsculo de Marcos,
que se considera comúnmente en la actualidad como el primero de los evangelios
sinópticos, empieza la narración de la vida de Jesús con la predicación y la
actividad de Juan el bautista, con las que conecta a través del bautismo la
actividad pública de Jesucristo. En un episodio ocasional el evangelista nos hace
saber que Jesús en su «patria», probablemente Nazaret (Mc 1, 9), es conocido
como el «carpintero», el hijo de María, el hermano de Santiago, de José, de
Judas y de Simón, y que tiene también hermanas que residen en aquel mismo lugar
(Me 6, 1. 3). El mismo autor nos había adelantado algunas noticias sobre las
relaciones de Jesús con sus familiares en otra escena, en la que estos últimos
parecen estar preocupados por la actividad exorbitante de Jesús: «Se enteraron
sus parientes y fueron a hacerse cargo de él, pues decían: ¡Está fuera de sí!»
(Mc 3, 21). Como respuesta o como reacción a esta búsqueda de sus parientes,
entre los que figuran sus hermanos y su madre, Marcos recoge una sentencia
programática de Jesús: «Estos son mi madre y mis hermanos. Quien cumpla la
voluntad de Dios, ése es mi hermano, mi hermana y mi madre» (Mc 3, 34-35).
0 comentarios:
Publicar un comentario
Deja tus comentarios