Considero
bien importante en este domingo XVII del T.O donde la lectura es proveniente
del evangelista Lucas leer el texto del Papa Benedicto XVI en su libro Jesús de
Nazaret y en donde toca el tema del Padre Nuestro de una manera clara y
explicativa de la relación filial que todo ser humano debe tener con su Padre
Dios.
“PADRE
NUESTRO, QUE ESTAS EN EL CIELO.
Comenzamos
con la invocación “Padre”, en una sola palabra como ésta se contiene toda la
historia de la redención. Podemos decir “Padre”, porque el Hijo es nuestro
hermano que nos ha revelado al Padre. También el Señor nos recuerda que los
padres no dan una piedra a sus hijos que piden pan, y prosigue “Pues si
vosotros, que sois malos, sabéis dar cosas buenas a vuestros hijos, ¿cuánto más vuestro Padre del cielo
dará cosas buenas a los que le piden?” Lucas especifica las “cosas buenas” que
da el Padre cuando dice “….¿cuánto más vuestro Padre celestial dará el Espíritu
Santo a quienes se lo piden? Lo que quiere decir: el don de Dios es Dios mismo,
la “cosa buena” que nos da es El mismo.”
Veamos
la palabra “nuestro”. Sólo Jesús podía decir con pleno derecho “Padre mío”,
porque realmente sólo El es el Hijo unigénito de Dios. En cambio, todos nosotros tenemos que decir “Padre nuestro”.
Sólo en el “nosotros” de los discípulos podemos llamar “Padre” a Dios, pues sólo en la comunión con
Cristo Jesús nos convertimos verdaderamente en “hijos de Dios”. Así, la palabra
“nuestro” resulta muy exigente: nos exige salir del recinto cerrado de nuestro
“yo”. Nos exige entrar en la comunidad de los demás hijos de Dios. Nos exige
abandonar lo meramente propio, lo que separa. Nos exige aceptar al otro, a los
otros, abrirles nuestros oídos y nuestro corazón. Así, el Padrenuestro es una
oración muy personal y al mismo tiempo plenamente eclesial, lo rezamos con todo
nuestro corazón, pero a la vez en comunión con
toda la familia de Dios, con los vivos y con los difuntos, con personas
de toda condición, cultura y raza. El Padrenuestro nos convierte en una familia
más allá de todo confín.
Partir
de este “nuestro” entendemos también la segunda parte de la invocación “….que
estás en el cielo”. Así no situamos a Dios Padre en una lejana galaxia, sino
que afirmamos que nosotros, aun teniendo padres terrenos diversos, procedemos
todos de un único Padre, que es la medida y origen de toda paternidad. “No
llaméis padre vuestro a nadie en la tierra,
porque uno sólo es vuestro Padre, el del cielo” (Mateo 23,9).La paternidad de
Dios es más real que la humana, porque en última instancia nuestro ser viene de
Él, porque El nos ha pensado y querido desde la eternidad; porque es Él quien
nos da la auténtica, la eterna casa del Padre.
Primera
Petición:
SANTIFICADO
SEA TU NOMBRE
La
primera petición nos recuerda el segundo mandamiento: “No pronunciarás el
nombre del señor, tu Dios, en falso”. Pero, ¿qué es el “nombre de Dios”? En el
mundo de entonces había muchos dioses; así pues, Moisés pregunta a Dios cuál es
su nombre, el nombre con el que este Dios demuestra su mayor autoridad frente a
los otros dioses. Pero el Dios que llama a Moisés es realmente Dios. Dios en
sentido propio y verdadero no existe pluralidad con otros dioses. Dios es, por
definición, uno sólo. Por eso no puede entrar en el mundo de los dioses como
uno de tantos, no puede tener un nombre entre los demás. Así, la respuesta de
Dios es al mismo tiempo negación y afirmación. Dice simplemente de sí: “Yo soy
el que soy”. Él es, y basta. Por eso era del todo correcto que en Israel no se
pronunciara esta autodefinición de Dios que se percibe en la palabra YHWH, que
no la degradaran a una especie de nombre idolátrico. Y por ello no es del todo
correcto que en las nuevas traducciones de la Biblia se escriba como un nombre
mas este nombre, que para Israel es siempre misterioso e impronunciable,
rebajando así el misterio de Dios del que no existen imágenes ni nombres pronunciables, al nivel ordinario
de una historia genérica de las religiones.
Lo
que llega a su cumplimiento con la encarnación ha comenzado con la entrega del
nombre. De hecho, al reflexionar sobre la oración sacerdotal de Jesús veremos
que allí El se presenta como el nuevo Moisés: “He manifestado tu nombre a los
hombres…” (Juan 17,6). Lo que comenzó en la zarza que ardía en el desierto del
Sinaí se cumple en la zarza ardiente de la cruz. Ahora Dios se ha hecho verdaderamente accesible en su Hijo
hecho hombre. Él forma parte de nuestro
mundo, se ha puesto, por así decirlo en nuestras manos. De esto podemos
entender lo que significa la exigencia de santificar el nombre de Dios. Ahora
se puede abusar del nombre de Dios y, con ello, manchar a Dios mismo. Podemos
apoderarnos del nombre de Dios para nuestros fines y desfigurar así la imagen
de Dios. Cuanto más se entrega El en nuestras manos, tanto más podemos
oscurecer nosotros su luz; cuanto más
cercano sea, tanto más nuestro abuso
puede hacerlo irreconocible. Y esta súplica de que sea El mismo quien tome en
sus manos la santificación de su nombre, de que proteja el maravilloso misterio
de ser accesible para nosotros y de que,
una y otra vez, aparezca en su verdadera identidad librándose de las
deformaciones que le causamos, es una súplica que comporta siempre para nosotros un gran examen de conciencia:¿cómo
trato yo el santo nombre de Dios?¿Me sitúo con respeto ante el misterio de la
zarza que arde, ante lo inexplicable de su cercanía y ante su presencia en la
Eucaristía, en la que se entrega
totalmente en nuestras manos?¿Me preocupo de que la santa cohabitación de Dios con
nosotros no lo arrastre a la inmundicia, sino que nos eleve a su pureza y
santidad?
Segunda
Petición:
VENGA
A NOSOTROS TU REINO
Con
esta petición, reconocemos en primer lugar la primacía de Dios: donde El no
está nada puede ser bueno. Donde no se
ve a Dios, el hombre decae y decae también el mundo: en este sentido, el Señor
nos dice: “Buscad ante todo el reino de Dios y su justicia; lo demás se os dará
por añadidura” (Mateo, 6,33).Con esta palabras se establece un orden de
prioridades para el obrar humano, para nuestra actitud en la vida diaria. Con
la petición “venga tu reino” (¡ no el nuestro !) el Señor nos quiere llevar
precisamente a este modo de orar y de establecer las prioridades de nuestro
obrar. Lo primero y esencial es un corazón dócil, para que sea Dios quien reine
y no nosotros. El reino de Dios llega a través del corazón que escucha. Ese es
su camino. Y por eso nosotros hemos de rezar siempre. Rezar por el Reino de
Dios significa decir a Jesús: ¡Déjanos ser tuyos Señor! Empápanos, vive en nosotros; reúne en tu cuerpo a la
humanidad dispersa para que en ti todo quede sometido a Dios y Tú puedas
entregar el Universo al Padre, para que Dios sea todo para todos.
Tercera
Petición:
HAGASE
TU VOLUNTAD EN LA TIERRA COMO EN EL CIELO
En
las palabras de esta petición aparecen
claras dos cosas: existe una voluntad de Dios con y para nosotros que debe
convertirse en el criterio de nuestro querer y de nuestro ser. Y que allí donde
se cumple la voluntad de Dios está el cielo. Pero, ¿qué significa la” voluntad
de Dios”? ¿Cómo la reconocemos?¿Cómo podemos cumplirla? Ser una sola cosa con
la voluntad del Padre es la fuente de la vida de Jesús. La unidad de voluntad
con el Padre es el núcleo de su ser en absoluto. En la petición del
Padrenuestro percibimos en el fondo, sobre todo, la apasionada lucha interior
de Jesús durante su diálogo en el monte de los Olivos: “Padre mío, si es
posible, que pase de mí este cáliz; pero no sea como yo quiero, sino como
quieres tú”. “Padre, si no es posible que pase sin que yo lo beba, hágase tu
voluntad. (Mateo 26,39.42).Toda la existencia de Jesús se resume en las
palabras: “Aquí estoy para hacer tu voluntad”. Sólo así entendemos plenamente
la expresión: “Mi alimento es hacer la voluntad del que me envió.” Si tenemos
esto en cuenta, entendemos por qué Jesús mismo es “el cielo” en el sentido más
profundo y más auténtico; El es precisamente en quien y a través de quien, se
cumple plenamente la voluntad de Dios. Mirándole a Él, aprendemos que por
nosotros mismos no podemos ser enteramente “justos”: nuestra voluntad nos
arrastra continuamente como una fuerza de gravedad lejos de la voluntad de
Dios, para convertirnos en mera “tierra”. Él, en cambio, nos eleva hacía sí,
nos acoge dentro de El y, en la comunión con El, aprendemos también la voluntad
de Dios. Así, en esta tercera petición del Padrenuestro pedimos en última
instancia acercarnos cada vez más a Él, a fin de que la voluntad de Dios prevalezca sobre la
fuerza de nuestro egoísmo y nos haga capaces de alcanzar la altura a la que
hemos sido llamados.
Cuarta
Petición:
DANOS
HOY NUESTRO PAN DE CADA DÍA
Esta
petición nos parece la más “humana” de todas: el Señor que sabe también de
nuestras necesidades terrenales y las tiene en cuenta. El pan es “fruto de la
tierra y del trabajo del hombre”, pero la tierra no da fruto si no recibe desde
arriba el sol y la lluvia. Esta combinación de fuerzas cósmicas que escapa de
nuestras manos se contrapone a la tentación de nuestro de nuestro orgullo, de
pensar que podemos darnos la vida por nosotros mismos o sólo con nuestras
fuerzas. Este orgullo nos hace violentos y fríos. Termina por destruir la
tierra; no puede ser de otro modo, pues contrasta con la verdad, es decir, que
los seres humanos estamos llamados a
superarnos y que sólo abriéndonos a Dios nos hacemos grandes y libres, llegamos
a ser nosotros mismos.
Pedimos
por “nuestro” pan. También aquí oramos en la comunión de los discípulos, en la
comunión de los hijos de Dios, y por eso nadie puede pensar sólo en sí mismo.
El que tiene pan abundante está llamado a compartir.
San
Cipriano nos dice que el que pide pan
para hoy es pobre. La oración presupone la pobreza de los discípulos. Da por
sentado que son personas que a causa de la fe han renunciado al mundo, a sus
riquezas y a sus halagos, y ya sólo piden lo necesario para vivir. Pero la
petición de pan, del pan sólo para hoy, nos recuerda también los cuarenta años
de marcha por el desierto, en los que el pueblo de Israel vivió del maná, del
pan que Dios le mandaba del cielo.
La
traducción de la palabra griega epioúsios (cada día) tiene dos
interpretaciones principales: una sostiene que la palabra significa “(el pan)
necesario para la existencia”, con lo que la petición diría: Danos hoy el pan
que necesitamos para poder vivir. La otra interpretación defiende que la
traducción correcta sería “(el pan)
futuro”, el del día siguiente. Pero la petición de recibir hoy el pan para
mañana no parece tener mucho sentido, dado el modo de vivir de los discípulos.
La referencia al futuro sería más comprensible si se pidiera el pan realmente
futuro: el verdadero maná de Dios, es decir que el Señor nos dé “hoy” el pan
futuro, el pan del mundo nuevo, El mismo.
El
gran sermón sobre el pan, en el sexto capítulo del Evangelio de Juan, revela el
amplio espectro del significado de este tema. Inicialmente se describe el
hambre de las gentes que han escuchado a Jesús y a las que no despide sin
darles antes de comer, esto es, sin el “pan necesario” para vivir. Pero Jesús
no permite que todo se quede en esto, no permite que la necesidad del hombre se
reduzca al pan, a las necesidades biológicas y materiales, “No sólo de pan vive
el hombre., sino de toda la palabra que sale de la boca de Dios” (Mateo 4;Dt.
8,3). Jesús que se hizo hombre se nos da en el Sacramento, y sólo así la
palabra eterna se convierte en maná, el don ya hoy del pan futuro. Después, el
Señor reúne todos los aspectos una vez más: esta extrema materialización es
precisamente la verdadera espiritualización: “El Espíritu es quien da vida: la
carne no sirve de nada” (Juan 6, 63).
San
Cipriano, finalmente dice: nosotros, que podemos recibir la Eucaristía como pan
nuestro, tenemos que pedir también que nadie quede fuera, excluido del Cuerpo
de Cristo. “Por eso pedimos que “nuestro” pan, es decir, Cristo nos sea dado
cada día, para que quienes permanecemos y vivimos en Cristo no nos alejemos de
su fuerza santificadora de su Cuerpo”.
Quinta
petición:
PERDONA
NUESTRAS OFENSAS, COMO TAMBIEN NOSOTROS PERDONAMOS A LOS QUE NOS
OFENDEN
Esta
petición presupone un mundo en el que existen ofensas: ofensas entre los
hombres, ofensas a Dios. La superación de la culpa es una cuestión central de
toda existencia humana; la historia de las religiones gira en torno a ella. La
ofensa provoca represalia; se forma así una cadena de agravios en la que el mal
de la culpa crece de continuo y se hace cada vez más difícil superar. Con esta
petición, el Señor nos dice: la ofensa sólo se puede superar mediante el
perdón, no a través de la venganza. Dios es un Dios que perdona porque ama sus
criaturas; pero el perdón sólo puede penetrar, sólo puede ser efectivo, en
quien a su vez perdona. El tema del “perdón” aparece continuamente en todo el
Evangelio. Dios mismo, sabiendo que los hombres estábamos enfrentados con Él
cómo rebeldes, se ha puesto en camino desde su divinidad para venir a nuestro
encuentro, para reconciliarnos. Recordemos, que antes del don de la Eucaristía,
se arrodilló ante sus discípulos y les lavó los pies sucios, los purificó con
su amor humilde. Y finalmente escuchamos la petición de Jesús desde la cruz:
“Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen” (Lucas 23,34).
La
petición del perdón supone algo más que una exhortación moral, que también lo
es y, como tal, representa un desafío nuevo cada día. Pero en el fondo es -como
las demás peticiones- una oración cristológica. Nos recuerda a Aquel que por el
perdón ha pagado el precio de descender a
las miserias de la existencia
humana y a la muerte en la cruz. Por eso nos invita ante todo al agradecimiento, y después
también a enmendar con Él el mal mediante el amor, a consumirlo sufriendo. Y al
reconocer cada día que para ello no
bastan nuestras fuerzas, que frecuentemente volvemos a ser culpables, entonces
esta petición nos brinda el gran
consuelo de que nuestra oración es asumida en la fuerza de su amor y, con él,
por él y en él, puede convertirse a pesar de todo en fuerza de salvación.
Sexta
Petición:
NO
NOS DEJES CAER EN LA TENTACIÓN
Para
muchos la formulación de esta petición es un escándalo: ciertamente, Dios no
nos tienta. De hecho Santiago nos dice:”Cuando alguien se ve tentado, no diga
que Dios lo tienta; Dios no conoce la tentación al mal y no tienta a nadie” (1,13).Nos ayuda a dar un paso
adelante recodar las palabras del Evangelio:”Entonces Jesús fue llevado al
desierto por el Espíritu para ser tentado por el diablo”(Mateo 4,1).La
tentación viene del diablo, pero la misión mesiánica de Jesús incluye la
superación de las grandes tentaciones que han alejado a los hombres de Dios y
los siguen alejando. Como ya hemos visto, debe experimentar en sí mismo estas
tentaciones hasta la muerte en la cruz y
abrirnos de este modo el camino a la salvación. Así, no sólo después de su
muerte, sino en ella y a lo largo de toda su vida, debe en cierto modo
“descender a los infiernos”, al ámbito de nuestras tentaciones y fracasos, para
tomarnos de la mano y llevarnos hacia arriba.
Ahora,
podemos explicar de un modo más concreto esta sexta petición del Padrenuestro.
Con ella decimos a Dios: “Sé que necesito pruebas para que mi ser se purifique.
Si dispones esas pruebas sobre mí, entonces piensa, por favor, en lo limitado
de mis fuerzas. No me creas demasiado
capaz. Establece unos límites que no sean demasiado excesivos, dentro de los
cuales pueda ser tentado y mantente
cerca con tu mano protectora cuando la prueba sea desmedidamente ardua para
mí”. San Cipriano dice que cuando pedimos “no nos dejes caer en la tentación”
expresamos la convicción de que “el enemigo no puede hacer nada contra nosotros
si antes no se lo ha permitido Dios; de modo que todo nuestro temor, devoción y
culto se dirija a Dios, puesto que en nuestras tentaciones el Maligno no puede
hacer nada si antes no se le ha concedido facultad para ello. Y concluye,
diciendo que puede existir un motivo por el que Dios concede al Maligno un
poder limitado: puede suceder como penitencia para nosotros, para atenuar
nuestra soberbia, con el fin que experimentemos de nuevo la pobreza de nuestra
fe, esperanza y amor, y no presumamos de ser grandes por nosotros mismos:
pensemos en el fariseo que le cuenta a Dios sus grandezas y no cree tener
necesidad alguna de gracia. Pero, ¿no deberíamos recordar que Dios impone una
carga especialmente pesada de tentaciones a las personas particularmente
cercanas a Él, a los grandes santos, desde Antonio en el desierto hasta Teresa
de Lisieux en el piadoso mundo de su Carmelo? Están llamados, por así decirlo a
superar en su cuerpo, en su alma, las tentaciones de una época, a soportarlas
por nosotros, almas comunes, y a ayudarnos en el camino hacia Aquel que ha
tomado sobre sí el peso de todos nosotros. Así, en nuestra oración del
Padrenuestro debe estar incluida, por un lado, la disponibilidad para aceptar la carga de la prueba
proporcionada a nuestras fuerzas; por otro lado, se trata precisamente de la
petición de que Dios no nos imponga más de lo que podemos soportar; que no nos
suelte de la mano. Pronunciamos esta petición con la confiada certeza que san
Pablo nos ofrece en sus palabras: “Dios es fiel y no permitirá que seáis
tentados por encima de vuestras fuerzas; al contrario, con la tentación os dará
fuerzas suficientes para resistir a ella” (1 Co 10,13).
Séptima
Petición:
Y
LIBRANOS DEL MAL
La
última petición del Padrenuestro retoma otra vez la sexta y la pone en
positivo; en este sentido hay una estrecha relación entre ambas. Si en la
penúltima petición predominaba el “no” (no dar al Maligno mas fuerza de la
soportable), en la última nos presentamos al Padre con la esperanza fundamental
de nuestra fe: “¡Sálvanos, redímenos, líbranos!”.¿De qué queremos ser
redimidos? El “mal” del que se habla puede referirse al “mal” impersonal o al
“Maligno”. En el fondo ambos significados son inseparables.
Aunque
ya no existen el imperio romano y sus ideologías, ¡qué actual resulta todo
esto! También hoy aparecen, por un lado, los poderes del mercado, del tráfico
de armas, de drogas y de personas, que son un lastre para el mundo y arrastran
a la humanidad hacia ataduras de las que no nos podemos librar. Por otro lado,
también se presenta hoy la ideología del éxito, del bienestar, que nos dice:
Dios es tan sólo una ficción, sólo nos hace perder tiempo y nos quita el placer
de vivir. ¡No te preocupes de El! ¡Intenta sólo disfrutar de la vida todo lo
que puedas! También estas tentaciones aparecen irresistibles. El Padrenuestro
en su conjunto, y esta petición en concreto, nos quieren decir: cuando hayas
perdido a Dios, te habrás perdido a ti mismo; entonces serás tan solo un
producto casual de la evolución, entonces habrá triunfado realmente el
“dragón”. Pero mientras este no te pueda arrancar a Dios, a pesar de todas las
desventuras que te amenazan, permanecerás aún íntimamente sano. Es correcto,
pues, que la traducción diga: líbranos del mal. Los males pueden ser necesarios
para nuestra purificación, pero el mal destruye: Por eso pedimos desde lo más
hondo que no se nos arranque la fe que nos permite ver a Dios, que nos une a
Cristo: Pedimos, que por los bienes, no
perdamos el Bien mismo; y que tampoco en la pérdida de bienes se pierda para
nosotros el Bien, Dios; que no nos perdamos nosotros: ¡líbranos del mal!
De
nuevo Cipriano, el obispo mártir que tuvo que sufrir en carne propia la situación
descrita en el Apocalipsis, dice con palabras espléndidas: “Cuando decimos
“líbranos del mal” no queda más que pudiéramos pedir. Una vez que hemos
obtenido la protección pedida contra el mal, estamos seguros y protegidos de
todo lo que el mundo y el demonio puedan hacernos. ¿Qué temor puede acechar en
el mundo a aquel cuyo protector en el mundo es Dios mismo? (De dom. or., 27)
Los mártires poseían esa certeza, que les sostenía, les hacía estar alegres y
sentirse seguros en un mundo lleno de calamidades; los ha “librado” en lo más
profundo, les ha liberado para la verdadera libertad. Es la misma confianza que
san Pablo expresó tan maravillosamente: “Si Dios está con nosotros, ¿quién
estará contra nosotros?”
Por
tanto con la última petición volvemos a las tres primeras: al pedir que se nos
libere del poder del mal, pedimos en última instancia el reino de Dios,
identificarnos con su voluntad y la santificación de su nombre.
Finalmente,
Su Santidad nos dice: No debemos perder de vista la auténtica jerarquía de los
bienes y la relación de los males con el Mal por excelencia; nuestra petición
no puede caer en la superficialidad: también en esta interpretación de la
petición del Padrenuestro sigue siendo crucial “que seamos liberados de los
pecados”, que reconozcamos el “mal” como la verdadera adversidad y que nunca se
nos impida ver al Dios vivo”1.
1.
XVI, Benedicto, Jesús de Nazaret, p 161-205
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