La
escena de este relato se abre con la indicación “al día siguiente” (Jn 1,29). Juan
el Bautista ve acercarse a Jesús
y dijo: “Ahí está el Cordero de Dios, que
quita el pecado del mundo” y luego dijo: “yo les dije que detrás de mí viene un hombre que es más importante que
yo, porque existía antes que yo. Yo no lo conocía, pero vine a bautizar con
agua para que Él fuera manifestado a Israel” (Jn 1,29-31). Algunos autores
relacionan al “Cordero de Dios” de Juan con el Siervo Sufriente de Is 53, otros
con el cordero triunfante del Apocalipsis (cf. Ap 7,14-17). Son varias las
interrogantes que se presentan con está pericopa. Juan parece conocer de
antemano a Jesús y le dice “Cordero de Dios” (gr. amnos), para referirse al Cordero que Dios provee, al
cordero pascual señalado por Dios para el sacrificio en Israel (cf. Ex 12,5;
14,27; Nm 6,12; Lv 4,32; 5,6.18; 14,12-17). El cordero ofrecido tenía que ser
sin tacha (Ex 12,5; Lv 23,5-8).
En
opinión de Xavier León Dufour:
·
Jesús es ciertamente el
«cordero» de Dios, pero no en el mismo sentido (y mucho menos en el mismo
plano) que los corderos de los sacrificios judíos; lo es por el hecho de que,
por sí sola, su venida suprime de parte de Dios la necesidad de los ritos por
los cuales, durante el tiempo de la espera, Israel tenía que renovar
continuamente su vínculo existencial con YHWH. Constatando que con la presencia
del Mesías se ha hecho ya realidad la promesa de la salvación —se ha perdonado
el pecado de Jerusalén, decía Is 40,2, el Bautista expresa en una imagen densa
de contenido que con Jesús Dios concede la plenitud del perdón a Israel y al
mundo. Jesús no es aquí la nueva víctima cultual, sino aquel por el que Dios
interviene ofreciendo a los hombres la reconciliación perfecta con él”.
Es
Dios mismo quien proporciona el cordero para la nueva pascua liberadora, como
aparece por 3,16: Porque así demostró Dios su amor al mundo, llegando a dar a
su Hijo único. Este pasaje continúa precisa-mente la mención de la muerte de
Jesús, el Hombre levantado en alto (3,14s, cf. 12,32s), puesta en relación con
el nuevo nacimiento por el Espíritu (3,3: nacer de nuevo I de arriba; 3,5s:
nacer del Espíritu). Son los mismos temas que aparecen en la declaración de
Juan (1,29: Dios provee el cordero; 1,33: él va a bautizar con Espíritu Santo).
Jesús
viene a traer salvación al mundo, es aquel que “quita el pecado”. A la luz del
prólogo de Juan puede definirse cuál es la actitud negativa del mundo
calificable de «pecado»; es su rechazo de la palabra-vida que interpelaba a la
humanidad ya antes de su llegada histórica en Jesús: el mundo no la reconoció
(1,10). Por otra parte, se mencionaba también en el prólogo «la tiniebla», el
enemigo declarado de la luz-vida, de la obra creadora. «El pecado» consiste,
por tanto, en oponerse a la vida que Dios comunica, frustrando así su proyecto
creador. Dado que el anhelo de vida existe en el hombre por la interpelación
del proyecto creador, inserto en su mismo ser, el pecado es siempre un acto
voluntario, por el que se reprime ese deseo, en contra de la propia naturaleza.
Juan
ha visto con sus propios ojos al Espíritu que bajaba y se quedaba en Jesús (Jn
1,32-34). No se afirma que Juan bautizase a Jesús, el hecho queda en la sombra;
el evangelista no quiere insinuar ni la más momentánea subordinación de Jesús a
Juan. No describe ninguna relación directa entre ambos. La calidad del Espíritu
está marcada por su procedencia: «desde el cielo», equivalente de Dios.
Juan
afirma que el Espíritu descendió en
forma de paloma. Juan Mateos da una descripción de este simbolismo:
·
La “paloma» era frase
común para denotar el cariño al nido: el Espíritu encuentra su nido, su lugar
natural y querido en Jesús; la paloma representa, pues, el amor del Padre, que
establece en Jesús su habitación permanente (cf. Mt 3,16; Mc 1,10; Lc 3,22); la
comparación «como paloma», en conexión sintáctica con «bajada», indicaría el
tipo de movimiento. Sin embargo, el verbo usado por Juan: He contemplado, añade
a esta idea la de una imagen visible, por tratarse de una experiencia sensible
que sirve de señal (1,33: Aquel sobre quien veas). No existen simbolismos
bíblicos de la paloma aplicables a esta escena; sin embargo, una antigua
exégesis rabínica (Ben Zoma, ca. 90 d. C.) compara el cernirse del Espíritu de
Dios sobre las aguas primordiales al revolotear de la paloma sobre su nidada.
Esta interpretación, ya común sin duda en la época en que se escriben los
evangelios, cuadra perfectamente con la escena descrita por Jn, que interpreta
la obra de Dios y la de Jesús en clave de creación (Jn 1,1 ). El descenso del
Espíritu en forma de paloma sería una alusión al principio de la creación, que
ahora queda completada en Jesús. La escena, por tanto, aparece como una
descripción visual de 1,14a; La palabra/proyecto se hizo hombre, la encarnación
del proyecto divino en Jesús, cumbre y meta de la creación entera.
1.
Xavier, Leon Dufour, El Evangelio de Juan,
Sígueme, Salamanca 1989, pag 138
2.
Mateos, Juan, el Evangelio de Juan, Cristiandad, España 1979, pag 107
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