Este
domingo 29 de junio celebramos unidos en un entrañable recuerdo, la fiesta de
estos dos grandes apóstoles, Pedro y Pablo, columnas de la Iglesia y testigos
-cada uno desde su personalidad propia- de la fe y del amor a Cristo. Pedro era
pescador, de Betsaida. Pablo, un judío de Tarso, en la actual Turquía, de la
tribu de Benjamín, de formación farisea. Ambos fueron llamados por Cristo
Jesús: el uno, junto al lago de Genesaret; el otro, en el camino de Damasco,
donde iba para perseguir a los cristianos. Ambos respondieron con prontitud y
se convirtieron en personajes importantísimos en la historia de la primera
comunidad.
No
murieron juntos. Pedro fue mártir en el circo de la colina del Vaticano, en
tiempos de Nerón. Pablo, poco más tarde, en la vía Ostiense, camino del mar. El
primero, según una tradición muy antigua, crucificado cabeza abajo, porque no
se sentía digno de morir como su Señor y Maestro. El segundo, decapitado. Cada
uno de ellos tiene una basílica dedicada en el lugar de su martirio, -en el
Vaticano y en la vía Ostiense-, basílicas levantadas en el siglo IV por
Constantino, apenas iniciada la era de paz para la Iglesia. La comunidad les
recordó juntos desde muy pronto, por el papel complementario que ambos tuvieron
en los orígenes de la Iglesia. Da fe de ello el sermón de san Agustín que
leemos en el Oficio de Lectura. Más tarde, se llegó a una separación en la
fiesta: el día 29 se recordaba a Pedro y el 30, a Pablo. En la última reforma
del Calendario (1969), se volvieron a reunir en una sola fecha ambas
celebraciones.
A
la pregunta de Jesús "¿quién dice la gente que es el Hijo del
Hombre?", responde impetuoso, como siempre, Pedro, en nombre de los demás.
Y recibe por ello no sólo la alabanza de Jesús, sino lo que podríamos llamar
"la investidura" en el papel de responsable de la comunidad: le llama
Pedro, Piedra (Cefas), y le encomienda las llaves del Reino. Al "tú eres
el Mesías" le sigue el "tú eres Pedro". En otras ocasiones le
encomendará ser el pastor de la comunidad, o pescador de hombres.
Pedro
y Pablo nos enseñan a superar con valentía las dificultades que podamos
encontrar en nuestro camino. En nuestra vida de cristianos y de testigos de
Cristo, seguro que habrá días nublados, de abatimiento y de ansia.
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