Desde
tiempos remotos el hombre se ha hecho innumerables ídolos, el mismo Dios ha
luchado para que el hombre no ceda. Ídolo (en griego eídólon) es la traducción
más común de unos nombres hebreos, diversos entre sí. La palabra eídólon
significa propiamente la imagen, el fantasma forjado por la fantasía.
Un
relato en la Biblia que muestra como el hombre puede hacerse un ídolo y las
consecuencias que el mismo trae, es el relato del becerro de oro (Ex 32, 1-14).
La tentación más fuerte que sufrió Israel a lo largo de su historia fue la de
la idolatría. Rodeado de pueblos que daban culto a los ídolos, sentía el deseo
de unirse a unos ritos que con frecuencia eran más vistosos y atractivos que
los suyos. Sin embargo, no era esto lo más grave de su tentación. El pueblo de
Dios experimentó un modo de tentación de idolatría aún más peligroso que el de
la seducción de los pueblos paganos: la idolatría de la propia idea de Dios.
Moisés
que había tardado en bajar del monte, el pueblo de Israel decidió fabricarse un “dios que vaya delante
de nosotros” (Ex 32,1), el pueblo se siente abandonado y proponen hacer una
imagen de la divinidad a la que se sienten ligados, algo concreto que pueda
verse y tocarse. No aceptan la idea de un Dios vivo que se manifiesta en la
naturaleza y en la historia, un Dios incontrolable. Quieren un Dios concreto al
que ellos puedan palpar. Es la tentación de la apariencia, de la inmediatez; un
intento de materializar lo sagrado, lo trascendente. Su modo de hablar nos hace
ver que no han comprendido el éxodo. El pueblo construye un “becerro de oro”
con el oro sacado de Egipto. De algún modo este oro representaba el pasado, les
vinculaba a la situación anterior, que en varias ocasiones habían añorado.
Parece como si hubieran salido de Egipto, pero Egipto no hubiera salido de
ellos. La conversión no se había realizado más que en apariencia porque no
habían cambiado el corazón.
Dios
le dice a Moisés que baje inmediatamente porque el pueblo se ha desviado del
camino que se le ha señalado, Dios enciende en ira y dice que los “va a
consumir”, pero que de Moisés hará un gran pueblo. Moisés tritura, quema y hace
polvo al becerro. Al final del relato
Dios se arrepiente de la amenaza que había pronunciado contra su pueblo. La mediación
de Moisés fue determinante para calmar a un Dios que ha sacado su pueblo de
Egipto y sin embargo, ellos no han podido ver su mano en todo el camino
transitado.
El
becerro de oro es símbolo de una actitud de indefinición religiosa, de querer
compaginar lo incompaginable: la idea de un dios hecho a nuestro antojo con la
de un Dios Señor de la historia; es aceptar el designio de Dios sin renunciar a
la voluntad propia.
Actualmente en el mundo se han construido innumerables ídolos;
Hombres, animales, teléfonos, artistas etc. Es triste ver como el hombre se
hace un ídolo de un propio ser humano, lo adora, le reza, le pide, y al Dios de
la vida, creador del cielo y la tierra lo tienen domesticado en su casa. A esas
personas que muchas veces suelen llamarse cristianos hay que decirles que no lo
son, que enmienden su camino, que solamente se adora al Padre, al Hijo y al Espíritu
Santo. Es tiempo de ver las maravillas de Dios en nuestras vidas, Él es el único
que puede ayudarnos en situaciones difíciles, el que puede cambiar el destino torcido
por uno bien llevadero, siempre con la colaboración del hombre, que al fin y al
cabo es el dueño de su destino. Las consecuencias pueden ser nefastas si el
hombre quiere seguir confiando en ídolos que solo son el fantasma forjado por
la fantasía.