Francisco Dávila (1573-1647),
sacerdote español nacido y muerto en el Perú, fue muy sensible al drama de los
indios peruanos, su expoliación y su miseria debidas a la conquista colonial y
la desestructuración de su sociedad tradicional. En este sermón en quechua,
lengua indígena, manifiesta a la vez una gran comprensión de sus ovejas y un
deseo, difícil de comprender para el lector de hoy, de justificar
providencialmente la desgracia de los indios.
Yo
soy el pastor muy bueno de las llamas, el pastor de corazón grande. El pastor
que recibe un salario, como sus animales, sus llamas, no son suyas, cuando ve
surgir al puma, se escapa corriendo con todas sus fuerzas. El puma se apodera
de una llama y dispersa a las demás. Y esto porque el pastor recibe un salario
y porque las llamas no son suyas. Yo soy el pastor muy bueno, que conoce a sus
animales y mis animales me conocen a mí. Pero si él es el pastor, veamos quiénes
y cómo son sus llamas, sus anima-les. Somos nosotros mismos, y nosotros solamente.
Todos los seres humanos, los hombres, las mujeres, esas son las llamas de
Jesucristo...
Quizás
tú, uno cualquiera de vosotros, dirás ahora en tu corazón: "Padre, nosotros,
los indios, no somos como los blancos; nosotros tenemos otro origen, otra
figura, y entonces no somos las llamas de Dios; el Dios de los blancos no es el
Dios de los indios. Desde el tiempo de nuestros antepasados, nosotros tenemos
nuestros huacca, nuestros ídolos, y nuestros umu, nuestros sacerdotes y además,
antes de que vinieran los blancos, los runas (los indios) se multiplicaban
prodigiosamente en la tierra salvaje, en la selva... El maíz, la patata, la
quinua, la occa, las llamas, los animales de lana, todos los alimentos eran sin
limitaciones.
En
aquel tiempo no había ladrones...Pero desde que llegaron los blancos, todos los
runas se han hecho ladrones. Si esto es así, es que nosotros los indios no
somos una sola cosa con los blancos. Y por consiguiente, no se comprende cómo
somos las llamas, los animales de Jesucristo... Por este motivo, nosotros, los
indios, solamente
por
fuera y en apariencia somos como los cristianos; disimulamos en la misa,en el
sermón, en la confesión, porque tenemos miedo del padre, del corregidor.
Nuestro
corazón no piensa más que en nuestros huacca, porque con ellos estábamos bien.
Ahora, mira, es el sufrimiento, y las aldeas, desde que se han hecho
cristianas, han desaparecido y ni siquiera sabemos sus nombres. y los blancos
nos han quitado todos nuestros campos. Y tejer, hilar, hacer tapices, es
solamente para el corregidor... ».
iAy,
hijo mío, qué contento estoy porque me hayas dicho todas estas cosas! ¡Cómo me
alegro de haberlas oido! Contento por un lado de mi pensamiento, pero por otra
parte me entristece. ¿Por qué estoy contento? ... Porque conozco así tu
corazón, lo que tú piensas, y puedo curarte como de una enfermedad. ¿Y por qué
me entristece? Porque hasta ahora los indios no creen, no aceptan la palabra de
Dios, después de haber oído tantos sermones y tantas , enseñanzas...
Así,
pues, escúchame y mira. Todo lo que sucede, la vida y la muerte, la multiplicación
y la desaparición, la salud y la enfermedad, todo, en este mundo y en el otro,
todo sucede solamente por la voluntad de Dios. Por tanto, cuando él lo quiere,
las gentes de una nación vencen a otra nación y la dominan; y otro día, los
vencedores pasan a ser vencidos... Pero muchas veces, si destruye a una
provincia con muchas ciudades y hombres, se ve bien que es porque habían
pecado...
Por
esto, debido a sus culpas anteriores, Dios empezó a castigar a los incas,
haciéndolos morir y también a los runas. Y esto Dios no lo hace simplemente
porque sí; lo hace con su ciencia muy grande, insuperable. Los blancos fueron
los alguaciles de Dios. Vinieron para eso...
Además,
por no haber adorado al verdadero Dios y también por otras culpas, las almas de
todos los indios iban al infierno...
Todos
nosotros hemos sido creados por Dios; somos el rebaño de Jesucristo. El es
nuestro verdadero pastor, que nos da a comer su palabra para que nos salvemos
gracias a ella y conducirnos hacia arriba, en el recinto de oro, en el país
donde no existe ya la muerte. Mientras que en la vida que lleváis, el diablo
maldito y mentiroso es vuestro pastor, para conduciros con sus mentiras a los
tormentos del infierno...
Escupid
al diablo, al hechicero, a la hechicera y seguid sólo a Dios, a Jesucristo...
Texto traducido del quechua y
presentado por Georges Dumézil, en «Diogene, n. 20,1957.
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