El
Papa Francisco leyó y entregó la Bula Misericordiae Vultus (“El rostro de la
misericordia”) en la tarde de este sábado en la Basílica de San Pedro en el
Vaticano, con motivo del próximo Jubileo de la Misericordia que comenzará el 8
de diciembre y concluirá el 20 de noviembre de 2016. En dicho documento en el número
21 se habla de la verdadera justicia:
“La misericordia
no es contraria a la justicia sino que expresa el comportamiento de Dios hacia
el pecador, ofreciéndole una ulterior posibilidad para examinarse, convertirse
y creer. La experiencia del profeta Oseas viene en nuestra ayuda para
mostrarnos la superación de la justicia en dirección hacia la misericordia. La
época de este profeta se cuenta entre las más dramáticas de la historia del
pueblo hebreo. El Reino está cercano de la destrucción; el pueblo no ha
permanecido fiel a la alianza, se ha alejado de Dios y ha perdido la fe de los
Padres. Según una lógica humana, es justo que Dios piense en rechazar el pueblo
infiel: no ha observado el pacto establecido y por tanto merece la pena
correspondiente, el exilio. Las palabras del profeta lo atestiguan: “Volverá al
país de Egipto, y Asur será su rey, porque se han negado a convertirse” (Os
11,5). Y sin embargo, después de esta reacción que apela a la justicia, el
profeta modifica radicalmente su lenguaje y revela el verdadero rostro de Dios:
“Mi corazón se convulsiona dentro de mí, y al mismo tiempo se estremecen mis
entrañas. No daré curso al furor de mi cólera, no volveré a destruir a Efraín,
porque soy Dios, no un hombre; el Santo en medio de ti y no es mi deseo
aniquilar” (11,8-9). San Agustín, como comentando las palabras del profeta
dice: “Es más fácil que Dios contenga la ira que la misericordia”.
Si Dios se detuviera en la justicia
dejaría de ser Dios, sería como todos los hombres que invocan respeto por la
ley. La justicia por sí misma no basta, y la experiencia enseña que apelando
solamente a ella se corre el riesgo de destruirla. Por esto Dios va más allá de
la justicia con la misericordia y el perdón. Esto no significa restarle valor a
la justicia o hacerla superflua, al contrario. Quien se equivoca deberá expiar
la pena. Solo que este no es el fin, sino el inicio de la conversión, porque se
experimenta la ternura del perdón. Dios no rechaza la justicia. Él la engloba y
la supera en un evento superior donde se experimenta el amor que está a la base
de una verdadera justicia. Debemos prestar mucha atención a cuanto escribe
Pablo para no caer en el mismo error que el Apóstol reprochaba a sus
contemporáneos judíos: “Desconociendo la justicia de Dios y empeñándose en
establecer la suya propia, no se sometieron a la justicia de Dios. Porque el
fin de la ley es Cristo, para justificación de todo el que cree” (Rm 10,3-4).
Esta justicia de Dios es la misericordia concedida a todos como gracia en razón
de la muerte y resurrección de Jesucristo. La Cruz de Cristo, entonces, es el
juicio de Dios sobre todos nosotros y sobre el mundo, porque nos ofrece la
certeza del amor y de la vida nueva”.
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