JESÚS INVITA A LA CONVERSIÓN (Lc 13,1-9)

jueves, 28 de febrero de 2013

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III DOMINGO CUARESMA
Entre en final del capítulo 12 y el principio del capítulo 13 hay una conexión doble: (a) temática: en ambos se enfatiza la necesidad de conversión; (b) temporal: nótese “en ese mismo tiempo” y por lo tanto, probablemente durante el viaje final de Cristo hacia Jerusalén.

Lucas presenta ejemplos de destrucción para inculcar el arrepentimiento (Lc 13,1-9). No tenemos otras informaciones sobre los galileos asesinados por Pilato mientras ofrecían sacrificios (en Jerusalén), ni sobre la caída de la torre de Siloé, aunque algunos piensan que el primer episodio explicaría la enemistad entre Herodes, tetrarca de Galilea, y Pilato, recordada en 23,12.


Fitzmeyer al comentar el pasaje de Lucas nos dice: “Mientras la gente escucha las instrucciones del Maestro, se presentan unos desconocidos a contarle lo que acaba de suceder con unos galileos asesinados por Pilato. El episodio tiene lugar inmediatamente después de las instrucciones de Jesús sobre la reconciliación con el contrincante; y eso da a este relato una especial incisividad. El suceso brinda a Jesús una ocasión para hacer unas observaciones sobre la culpabilidad de los galileos —y también de los habitantes de Jerusalén, que añade Jesús por su cuenta— y para hacer una llamada a la conversión y al arrepentimiento. A estas recomendaciones genéricas Jesús añade una parábola sobre una higuera estéril para exhortar a su auditorio a que se esfuercen por enmendarse a tiempo (Le 13,1-9).
El asesinato de los galileos, la muerte accidental de dieciocho personas aplastadas por la torre de Siloé y la parábola de la higuera estéril son exclusivas del Evangelio según Lucas; se puede afirmar, en consecuencia, que proceden de la fuente particular del evangelista («L»). Se puede especular sobre la posibilidad de que el episodio de los galileos y la parábola de la higuera formaran originariamente una unidad, tal como la presenta Lucas; en realidad, no hay ninguna vinculación interna entre ambos pasajes. R. Bultmann (HST 23) considera los vv. 1-5 como «composición unitaria», que Lucas aprovecha para introducir la parábola de la higuera. A esas alturas de su estudio, Bultmann parece considerar esos versículos como pertenecientes a una «controversia» motivada por una pregunta de los circunstantes; pero ulteriormente, en el curso de sus análisis (HST 54-55), califica el pasaje de «diálogo de escuela» formulado por la primitiva comunidad, en dependencia de los escritos de Flavio Josefo (Ant. XVIII, 4, 1, nn. 86-87) y, sobre todo, «en conformidad con el espíritu de Jesús». Pero esa explicación es bastante oscura y, por supuesto, nada fiable. En cualquier caso, los vv. 1-5 son una «declaración» de Jesús (cf. V. Taylor, FGT 69), en la que se repiten las dos preguntas iniciales (vv. 2b.4b) y la aplicación perentoria (vv. 3.5). A la «declaración» Lucas añade una parábola (vv. 6-9), que carece de una aplicación explícita, porque los precedentes vv. 3.5 desempeñan esa función. Se podría considerar como una «parábola de misericordia»  o tal vez como «parábola de condena», que incluye una llamada al arrepentimiento antes de que sea demasiado tarde.

Para algunos comentaristas, la parábola tiene «un paralelismo» con Mc 11,12-14 —la higuera maldita— y con Mt 21,18-19 (cf., por ejemplo, G. Schneider, Das Evangelium nach Lukas, 296); Lucas omite ese episodio en su lugar correspondiente, o sea, en Lc 19. Pero el presunto paralelismo entre ambos pasajes no parece muy convincente, ya que ni en Marcos ni en Mateo se trata de una verdadera parábola, aunque ciertamente tiene carácter simbólico, y además las únicas palabras comunes son las más obvias: «higuera», «fruto», «ir», «no encontrar». Todo el resto es absolutamente distinto en ambas narraciones.

Jesús, al enterarse de que Pilato ha asesinado a unos galileos en el santuario, saca de ese acontecimiento una moraleja práctica. A pesar de su propio origen galileo, Jesús no apela a sus sentimientos patrióticos, lanzándose a una crítica despiadada del desaprensivo gobernador romano; en vez de eso, aprovecha ese incidente para invitar a su auditorio a un verdadero arrepentimiento y a la conversión. Su argumentación es bien nítida: los galileos asesinados no pagaron con esa muerte tan dramática un pecado mayor que el de sus compatriotas; lo que se deduce del hecho es que una muerte repentina tiene que hacer reflexionar a los vivos e incitarlos a arrepentirse y a reformar su vida, es decir, a aceptar con fe la palabra salvífica de Dios, que él mismo ha venido a proclamar. La existencia de cada persona puede truncarse tan repentinamente como la de esos galileos.

Y, sacando partido de ese acontecimiento, Jesús pone en paralelismo el asesinato cruel de los galileos con el accidente que sufrieron dieciocho habitantes de Jerusalén cuando se derrumbó sobre ellos una torre de las antiguas murallas, cercana a la piscina de Siloé. Puede ser que aquellas personas no fueran más culpables que los anteriores —los galileos— o que los demás habitantes de Jerusalén; sin embargo, también fueron sorprendidos por una muerte repentina. Así es la condición humana; la muerte puede presentarse en el momento más imprevisto, como les sucedió a las víctimas de la crueldad de Pilato o a los que sucumbieron bajo los escombros de la torre de Siloé. En cualquier momento, incluso «esta misma noche» (cf. Lc 12,20), puede Dios «reclamarnos la vida» para someterla al examen de su omnisapiencia”.

En las viñas de Palestina se suelen plantar también árboles frutales. Su cuidado, al igual que el de las cepas, está confiado al viñador que está al servicio del dueño de la viña. Las viñas eran lugar propicio y preferido para las higueras; por eso se explica que el propietario de la viña espere frutos de la higuera. Sin embargo, tres años había esperado en vano. Hay que arrancar el árbol que absorbe inútilmente los humores de la tierra. Sin embargo, el hortelano quiere hacer todavía una última tentativa bondadosa, a su árbol preferido quiere tratarlo con preferencia. Si esta última prueba resulta inútil, entonces se podrá arrancar ese árbol que no da fruto.
También esta parábola está destinada a interpretar el tiempo de Jesús. Es el último plazo de gracia que el Hijo de Dios recaba de su Padre. La elección de la imagen evoca la acción de Dios en la historia de la salvación. Los profetas habían comparado ya a Israel con una viña. «La viña de Yahveh Sebaot es la casa de Israel, y los hombres de Judá son su plantío escogido» (Is 5,7). La historia de la salvación ha alcanzado ahora su meta. El tiempo final ha alboreado, el juicio amenaza, se ofrece la última posibilidad de conversión, la acción de Jesús es el último ruego dirigido a Dios para que tenga paciencia, es la última y fatigosa tentativa de salvación. El tiempo de Jesús es la última posibilidad de tomar decisión causada por el amor de Jesús. Su obra es intercesión por Israel y juntamente acción infatigable encaminada a conducir a Israel a la conversión.

Todo lo que tiene lugar en el tiempo de Jesús es iluminado por el hecho salvífico que se ha iniciado con Jesús; todo: los hechos políticos, las catástrofes históricas, la acción de Jesús. El tiempo final ha llegado. Es la oferta hecha por Dios para que se tome decisión, es invitación a la conversión y a la penitencia. Como Juan, también Jesús predica que hay que hacer penitencia, que no hay que dejarlo para más tarde, que hay que dar fruto con el cambio de vida y con las obras. Jesús va más lejos que Juan. Aunque sabe que el juicio se acerca y que va a caer sobre Jerusalén la sentencia de destrucción; sin embargo, interviene en favor de su pueblo, ofrece amor, sacrificio y vida por Israel, a fin de que todavía se salve. Jesús es intercesor en favor de Pedro (22,32) y de Israel (23,34).

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