JESÚS TIENE SED DE NUESTRA FE (Jn 4,5-42)

martes, 18 de marzo de 2014

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Los samaritanos tuvieron un papel decisivo en la formación de la comunidad de Juan, es por ello que el evangelista presenta este episodio de Jesús con la samaritana en donde nos muestra que ha llegado el final del culto que discrimina y margina personas y grupos.
Jesús va a llevar a su cumplimiento la «obra» del Padre entre los samaritanos, los herederos del antiguo reino de Israel que llevaba ya siglos separado del de Judá. A pesar de haber caído en la «herejía», los samaritanos seguían venerando a su antepasado Jacob y rindiendo culto al Dios único en el monte Garizim.

Según los designios de Dios, Jesús «tiene que» pasar por Samaría; se encuentra primero con la mujer samaritana y luego con la gente de la aldea, que reconocerá en él al Salvador del mundo. Entre estos dos encuentros, les revelará a los discípulos, ausentes y luego presentes, la fuente y la intención de su actuación y luego cuál es la misión que les confía.

Jesús está primeramente solo cerca del pozo de Jacob, pero a continuación se nos muestra en relación permanente con el Padre, del que depende toda su actividad por su origen y por su término. Una vez más, en este relato joánico, el actor supremo es Dios, vuelto hacia los hombres para que vivan. Por medio de Jesús, la obra del Padre (cf. 3,16s) se llevará a cabo, como indica primeramente el anuncio del agua «que brota hasta la vida eterna», luego el anuncio de la hora inminente en que el Padre será adorado en espíritu y en verdad, y finalmente el anuncio de la cosecha que se almacenará con alegría, a lo largo de todo el porvenir que inaugura  Jesús con los samaritanos.

Cansado del viaje, Jesús se sienta junto al pozo. Entonces llega la mujer que representa a todos los samaritanos y a todas las personas que están en busca de darle un sentido a su vida. Ella va a buscar agua en una hora inapropiada puesto que las mujeres solían buscar agua bien sea en la mañana o en el atardecer, ella lo hace a solas y en el mediodía, su sed era muy grande.
Jesús al pedirle de beber agua a la mujer samaritana quebranta los prejuicios y discriminaciones de raza ya que los judíos se sentían superiores a los samaritanos.
La samaritana reconoce su sed paulatinamente. En forma inmediata tiene sed de agua para beber. En lo poco que se dice de su historia (Jn 4,18) “Haz tenido cinco maridos y el que ahora tienes no es tu marido” se vislumbra otra dimensión de su sed. Es una mujer sedienta de vida. El encuentro con Jesús significa para ella descubrir en él no sólo a quien le ha dicho todo lo que ha hecho, sino también al Mesías, al que da el agua viva capaz de saciar la sed para siempre.

La frase de Jesús “Vosotros adoráis lo que no conocéis, nosotros adoramos lo que conocemos; la prueba es que la salvación proviene de los judíos” (Jn 4,22) es alusión a Dt 13,7: “Si ... te incitan a escondidas proponiéndote: Vamos a dar culto a dioses extranjeros, desconocidos para ti y para tus padres”, Jesús denuncia, por tanto, la idolatría de los samaritanos. No hay duda alguna sobre quién representa al verdadero Dios, si Jerusalén o el Garizín. El culto celebrado en este monte era idolátrico. El único Dios verdadero es aquel á quien está dedicado el templo de Jerusalén (2,15: la casa de mi Padre). Por eso la salvación sale de la comunidad judía, no de la samaritana. El salvador ha de ser enviado del verdadero Dios.
Con respecto a los cinco maridos que Jesús le dice que ha tenido la samaritana es una situación irreal en un ambiente que toleraba no más de tres matrimonios sucesivos. Los cinco «maridos» corresponderían a los cinco dioses introducidos en Samaría (2 Re 17,24 ss) después de la conquista asma del año 721, en ese caso, el que tiene ahora la mujer no es el verdadero Dios, comprometerse con los cultos paganos equivale en la Biblia a abandonar la fe. Jesús le dice: “ El marido que tienes no es mando tuyo”, es que los samaritanos no han mantenido la relación exclusiva con Dios ciertamente, la samaritana no tiene marido, no tiene al verdadero Dios.

Espíritu y verdad (Jn 4,23): La interpretación de estas dos palabras “espíritu, verdad”  queda confirmada por un análisis de la fórmula que enlaza los dos miembros: «en espíritu y verdad». Como ha demostrado muy bien M. Barth a Jn le gusta expresar una realidad bajo la forma de endíadis, de manera que el segundo término permite comprender mejor el primero; así, en 3,5 comprendíamos que el agua de la que habla Jesús es propiamente el Espíritu. Lo mismo «ver y creer» designa un ver que ha de desarrollarse en un creer. En este caso, la adoración no es auténtica más que cuando es producida por el Espíritu que dice la Verdad de Cristo. Para confirmar las observaciones precedentes, añadamos que los dos contenidos principales, y aparentemente disociados, de la conversación de Jesús con la samaritana el agua viva y la adoración del Padre resultan interdependientes. El agua viva, como hemos dicho, simboliza la revelación de Jesús, así como el Espíritu santo.

Si en los nuevos tiempos la adoración del Padre es ciertamente la de los que creen en la palabra de Jesús, que han renacido del Espíritu, el don del agua viva es la condición para ello y, recíprocamente, la verdadera adoración es el resultado de semejante don.
La mujer dejó su cántaro, se marchó al pueblo y le dijo a la gente: «Venid a ver a un hombre que me ha dicho todo lo que he hecho; ¿será éste tal vez el Mesías? (Jn 4,28-29).
La palabra que designa el cántaro es la misma empleada en el episodio de Caná para designar las tinajas (2,6). Como allí éstas representaban la Ley, también el cántaro es imagen de la Ley que la mujer toma del pozo para buscar la vida en ella. La mujer estaba supeditada a la vasija, donde bebía el agua que no apagaba su sed.

Abandona el cántaro, que era su conexión con el pozo; rompe con la Ley. Esta es su respuesta de fe al Mesías que se le ha dado a conocer. Ha comprendido la novedad que representa respecto al pasado. Al contrario de Nicodemo, que no veía la posibilidad de un nuevo principio, la mujer lo ha entendido perfectamente. Va a invitar a «los hombres» (la gente) a que vayan a ver a «un hombre»; así presenta a Jesús. No hay miedo a acercarse. No lo describe como un judío, pues Jesús ha anunciado el fin de la discriminación. Es sencillamente «un hombre» que tenía sed, como todos. En el fundamento de la común humanidad funda la mujer su invitación a acercarse a Jesús.

Luego en la parte donde entran los discípulos (Jn 4,30-42) ellos insisten en darle de comer a Jesús, sin embargo él Señor le responde que su alimento es hacer la voluntad  del padre y concluir su obra.

ACTUALIZACIÓN
El Señor quería hacerle comprender a la samaritana que no le había pedido el agua de que ella hablaba, sino que tenía sed de su fe y a ella, que tenía sed de agua, deseaba darle el Espíritu Santo.
Pensamos precisamente que esta agua viva es e aquel don de Dios del cual el Señor hablaba cuando decía: ‘¡Si conocieras el don de Dios!’.

Y como el mismo evangelista Juan lo atestigua en otro lugar: “Jesús, poniéndose de pie, exclamó en voz alta: Si alguno tiene sed, que venga a mí y beba; quien cree en mí como dice la Escritura, de su interior brotarán ríos de agua viva” (Juan 7,37).
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