Los
samaritanos tuvieron un papel decisivo en la formación de la comunidad de Juan,
es por ello que el evangelista presenta este episodio de Jesús con la
samaritana en donde nos muestra que ha llegado el final del culto que
discrimina y margina personas y grupos.
Jesús
va a llevar a su cumplimiento la «obra» del Padre entre los samaritanos, los
herederos del antiguo reino de Israel que llevaba ya siglos separado del de
Judá. A pesar de haber caído en la «herejía», los samaritanos seguían venerando
a su antepasado Jacob y rindiendo culto al Dios único en el monte Garizim.
Según
los designios de Dios, Jesús «tiene que» pasar por Samaría; se encuentra
primero con la mujer samaritana y luego con la gente de la aldea, que
reconocerá en él al Salvador del mundo. Entre estos dos encuentros, les
revelará a los discípulos, ausentes y luego presentes, la fuente y la intención
de su actuación y luego cuál es la misión que les confía.
Jesús
está primeramente solo cerca del pozo de Jacob, pero a continuación se nos muestra
en relación permanente con el Padre, del que depende toda su actividad por su
origen y por su término. Una vez más, en este relato joánico, el actor supremo
es Dios, vuelto hacia los hombres para que vivan. Por medio de Jesús, la obra
del Padre (cf. 3,16s) se llevará a cabo, como indica primeramente el anuncio
del agua «que brota hasta la vida eterna», luego el anuncio de la hora
inminente en que el Padre será adorado en espíritu y en verdad, y finalmente el
anuncio de la cosecha que se almacenará con alegría, a lo largo de todo el
porvenir que inaugura Jesús con los
samaritanos.
Cansado
del viaje, Jesús se sienta junto al pozo. Entonces llega la mujer que
representa a todos los samaritanos y a todas las personas que están en busca de
darle un sentido a su vida. Ella va a buscar agua en una hora inapropiada
puesto que las mujeres solían buscar agua bien sea en la mañana o en el
atardecer, ella lo hace a solas y en el mediodía, su sed era muy grande.
Jesús
al pedirle de beber agua a la mujer samaritana quebranta los prejuicios y
discriminaciones de raza ya que los judíos se sentían superiores a los
samaritanos.
La
samaritana reconoce su sed paulatinamente. En forma inmediata tiene sed de agua
para beber. En lo poco que se dice de su historia (Jn 4,18) “Haz tenido cinco
maridos y el que ahora tienes no es tu marido” se vislumbra otra dimensión de
su sed. Es una mujer sedienta de vida. El encuentro con Jesús significa para
ella descubrir en él no sólo a quien le ha dicho todo lo que ha hecho, sino también
al Mesías, al que da el agua viva capaz de saciar la sed para siempre.
La
frase de Jesús “Vosotros adoráis lo que no conocéis, nosotros adoramos lo que
conocemos; la prueba es que la salvación proviene de los judíos” (Jn 4,22) es
alusión a Dt 13,7: “Si ... te incitan a escondidas proponiéndote: Vamos a dar
culto a dioses extranjeros, desconocidos para ti y para tus padres”, Jesús
denuncia, por tanto, la idolatría de los samaritanos. No hay duda alguna sobre
quién representa al verdadero Dios, si Jerusalén o el Garizín. El culto
celebrado en este monte era idolátrico. El único Dios verdadero es aquel á
quien está dedicado el templo de Jerusalén (2,15: la casa de mi Padre). Por eso
la salvación sale de la comunidad judía, no de la samaritana. El salvador ha de
ser enviado del verdadero Dios.
Con
respecto a los cinco maridos que Jesús le dice que ha tenido la samaritana es
una situación irreal en un ambiente que toleraba no más de tres matrimonios
sucesivos. Los cinco «maridos» corresponderían a los cinco dioses introducidos
en Samaría (2 Re 17,24 ss) después de la conquista asma del año 721, en ese
caso, el que tiene ahora la mujer no es el verdadero Dios, comprometerse con
los cultos paganos equivale en la Biblia a abandonar la fe. Jesús le dice: “ El
marido que tienes no es mando tuyo”, es que los samaritanos no han mantenido la
relación exclusiva con Dios ciertamente, la samaritana no tiene marido, no
tiene al verdadero Dios.
Espíritu
y verdad (Jn 4,23): La interpretación de estas dos palabras “espíritu, verdad” queda confirmada por un análisis de la fórmula
que enlaza los dos miembros: «en espíritu y verdad». Como ha demostrado muy
bien M. Barth a Jn le gusta expresar una realidad bajo la forma de endíadis, de
manera que el segundo término permite comprender mejor el primero; así, en 3,5
comprendíamos que el agua de la que habla Jesús es propiamente el Espíritu. Lo
mismo «ver y creer» designa un ver que ha de desarrollarse en un creer. En este
caso, la adoración no es auténtica más que cuando es producida por el Espíritu
que dice la Verdad de Cristo. Para confirmar las observaciones precedentes,
añadamos que los dos contenidos principales, y aparentemente disociados, de la
conversación de Jesús con la samaritana el agua viva y la adoración del Padre
resultan interdependientes. El agua viva, como hemos dicho, simboliza la
revelación de Jesús, así como el Espíritu santo.
Si
en los nuevos tiempos la adoración del Padre es ciertamente la de los que creen
en la palabra de Jesús, que han renacido del Espíritu, el don del agua viva es
la condición para ello y, recíprocamente, la verdadera adoración es el
resultado de semejante don.
La mujer dejó su
cántaro, se marchó al pueblo y le dijo a la gente: «Venid a ver a un hombre que
me ha dicho todo lo que he hecho; ¿será éste tal vez el Mesías? (Jn 4,28-29).
La
palabra que designa el cántaro es la misma empleada en el episodio de Caná para
designar las tinajas (2,6). Como allí éstas representaban la Ley, también el
cántaro es imagen de la Ley que la mujer toma del pozo para buscar la vida en
ella. La mujer estaba supeditada a la vasija, donde bebía el agua que no
apagaba su sed.
Abandona
el cántaro, que era su conexión con el pozo; rompe con la Ley. Esta es su
respuesta de fe al Mesías que se le ha dado a conocer. Ha comprendido la
novedad que representa respecto al pasado. Al contrario de Nicodemo, que no
veía la posibilidad de un nuevo principio, la mujer lo ha entendido
perfectamente. Va a invitar a «los hombres» (la gente) a que vayan a ver a «un
hombre»; así presenta a Jesús. No hay miedo a acercarse. No lo describe como un
judío, pues Jesús ha anunciado el fin de la discriminación. Es sencillamente
«un hombre» que tenía sed, como todos. En el fundamento de la común humanidad
funda la mujer su invitación a acercarse a Jesús.
Luego
en la parte donde entran los discípulos (Jn 4,30-42) ellos insisten en darle de
comer a Jesús, sin embargo él Señor le responde que su alimento es hacer la
voluntad del padre y concluir su obra.
ACTUALIZACIÓN
El
Señor quería hacerle comprender a la samaritana que no le había pedido el agua
de que ella hablaba, sino que tenía sed de su fe y a ella, que tenía sed de
agua, deseaba darle el Espíritu Santo.
Pensamos
precisamente que esta agua viva es e aquel don de Dios del cual el Señor
hablaba cuando decía: ‘¡Si conocieras el don de Dios!’.
Y
como el mismo evangelista Juan lo atestigua en otro lugar: “Jesús, poniéndose
de pie, exclamó en voz alta: Si alguno tiene sed, que venga a mí y beba; quien
cree en mí como dice la Escritura, de su interior brotarán ríos de agua viva”
(Juan 7,37).
0 comentarios:
Publicar un comentario
Deja tus comentarios