Pedro que le había preguntado a Jesús si debía
perdonar hasta siete veces, él le responde que no hasta siete, sino hasta
setenta veces siete.
En el libro del Génesis se transmite un antiguo canto,
que Lamec, uno de los descendientes de Caín, cantó antiguamente ante sus mujeres:
Ada y Sela, oíd mi voz;
mujeres de Lamec dad oídos a mis palabras:
Por una herida mataré a un hombre,
y a un joven, por un cardenal.
Caín será vengado siete veces,
pero Lamec lo será setenta veces siete (Gen
4,23s).
Aquí están los dos números. Caín disfrutó de la
especial protección de Yahveh, obtuvo una señal para que no pudiera matarle
nadie que le encontrase (Gen 4,15).
Pero si sucediera que alguien lo matara, entonces Caín
sería vengado siete veces, es decir con un castigo muchísimo más grave. En su
arrogante canto triunfal Lamec intenta sobrepujar a Caín. Si a Caín le
corresponde una represalia séptuple, entonces a él, a Lamec, hay que vengarle
de un modo feroz y desmedido. Dios se había reservado la venganza de Caín, pero
ahora el mismo Lamec la reclama. Este texto está al principio del gran desorden
en la creación. Poco después que la primera pareja humana fue expulsada del
paraíso, Caín mató a su her-mano Abel. Unas líneas más abajo, leemos aquella
perversión que lo inunda todo, consistente en la desmesura en la venganza y en
la sangre. El mal se reproduce de mil formas y un pecado siempre origina otros.
Luego el evangelista presenta la parábola de los dos
deudores que también forma parte del discurso de Jesús a sus discípulos.
Una deuda impagable (Mt
18, 23-35)
El “talento” era una unidad fundamental de peso;
indicaba un peso determinado de dinero. El “talento” comprendía 60 “minas” =
6.000 “dracmas áticas.” La “dracma ática” era equivalente al “denario.” Y éste
era la paga diaria de un jornalero (Mt 20,1). Por eso la deuda de 10.000
“talentos” era equivalente a 60 millones de “denarios.” La deuda era, pues,
fabulosa.
La escena, como parabólica, utiliza deliberadamente
datos artificiosos por su exclusiva finalidad pedagógica. Por ejemplo, Perea y
Galilea daban anualmente a Antipas 200 “talentos”; Idumea, Judea y Samaría
daban anualmente a Arquelao 600 “talentos”.
Se manda, para compensar en parte, vender a su mujer,
hijos y propiedades. En los contratos de entonces entraba la responsabilidad
familiar (2 Re 4,1; Dan 6,24; Est l6,18). Mas el análisis de los datos hace ver
que se trata de la pintura de una corte oriental, pero no judía. Con ello se ve
lo inverosímil de poder, con esta venta, lograr ni una cantidad respetable ante
la deuda de los 10.000 “talentos.” Es un dato más alegorizante en la parábola
para acusar la misericordia de su señor con él. Por lo que, no pudiendo pagar,
el dueño se lo perdona todo.
Pero se contrapone la conducta de este siervo
perdonado con lo que exige a otro consiervo para que le pague, inmediatamente,
una pequeña deuda, 100 “denarios.” Y al no pagarlos, lo mete en la cárcel. Enterado
el rey, lo manda encarcelar hasta que pague la deuda.
Dos puntos son bien importantes resaltar para llegar a
la conclusión del relato:
1. la distancia entre el perdón del rey al siervo
(60.000.000 de denarios”) y lo que no quería perdonar aquel otro siervo (100
“denarios”). Esto habla de la deuda infinita del perdón de Dios a los seres
humanos, y la pequeñez de perdón de los seres humanos entre sí.
2. La necesidad de perdonar para que Dios perdone.
El Padre nos ha dado un perdón-amnistía incalculable,
con el que no se puede comparar el perdón-amnistía que debemos al hermano. El
perdón que recibimos está condicionado al perdón que demos a nuestros deudores.
Con esta parábola se aclara la frase de muchos cristianos “Dios perdona
siempre”. No es cierto. El perdón de Dios está condicionado a nuestro perdón,
de lo contrario seremos entregado a los “verdugos” (Mt 18,34). Es más, al final
del relato, el mismo Jesús es bien claro: “Esto mismo hará con vosotros mi
Padre celestial, si no perdonáis de corazón cada uno a tu hermano” (Mt 18,35).
Cuando el ser humano perdona de corazón renace en él la humildad, el mismo San
Agustín nos ha dicho que “la humildad es la escalera al cielo”.