¿QUÉ TIPO DE HIJOS SOMOS PARA DIOS? (Mt 21,28-32)

martes, 23 de septiembre de 2014

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El tema tratado en la parábola de “los dos hijos” (Mt 21,28-32), se refiere a la frustración de unos que son “buenos”, que deberían ser los primeros, y que son adelantados por los “malos”, los que aparentemente deberían ser los últimos.

Según el contexto histórico (la discusión anterior Mt 21,23-27) los destinatarios de la parábola son los miembros de la comisión del sanedrín, los representantes de la dirigencia religiosa judía.
Esta parábola va a ir seguida por otras dos: la viña que el dueño tiene que arrendar a otros (Mt 21,33-46), y el banquete festivo (Mt 22,1-14) al que tiene que invitar a otros, ante el rechazo de los primeros invitados. Las tres muestran una clara denuncia por parte de Jesús: el pueblo elegido no ha sabido ver el día de la gracia, no ha sabido acoger al Enviado de Dios. En concreto, critica la hipocresía de los fariseos, que cuidaban la fachada pero no los contenidos de su fe. No les debió gustar nada a los dirigentes del pueblo que Jesús los comparara con los pecadores públicos a los que ellos despreciaban: "los publícanos y las prostitutas os llevan la delantera en el camino del Reino de Dios".
Pero no nos tendríamos que escudar en que Jesús hablaba para los fariseos. Hablaba también para nosotros, si tenemos las mismas actitudes que ellos. La pregunta es para nosotros también: ¿en cuál de los dos hijos nos vemos sinceramente reflejados? Es fácil cuando estamos en la iglesia, cantar cantos al Señor, o contestar "amén" a oraciones y propósitos. Pero luego esa fe, ¿se traduce en obras? Aquí quedan desautorizados los que exteriormente guardan las formas (están bautizados, han hecho la primera comunión, se han casado por la Iglesia, van a misa los domingos, llevan una medalla al cuello) pero luego, en la vida, su estilo de actuación no se parece en nada a lo que dicen creer.
Al final del texto (Mt 21,32) Jesús ha invertido intencionadamente el orden de los verbos. No es sólo “creer para arrepentirse”. Arrepentirse para creer consiste, ante todo, en no considerarse ni justos, ni rectos, ni santos. Ni tampoco pensar que por observar talo cual ley no somos como el resto de los hombres que no la observan. Tener conciencia de ser pecadores nos pone en actitud de conversión. Creernos justos nos impide encauzar los pasos por el camino de la conversión. Quien nos hace justos, rectos y santos es sólo Dios (la parábola del fariseo y del publicano de Lc 18,9-14 no deja lugar a dudas ni a equívocos). Arrepentirse para creer consiste en no ser nosotros quienes determinemos qué es bueno o malo, justo o injusto, recto o torcido, santo o profano, sino el Señor.


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