Muchas
discusiones se han suscitado en cuanto a la parábola del banquete nupcial (Mt
21,1-14). Se ha tratado de saber si es la misma parábola en Mt y Lc 14,16-24,
debido a las grandes diferencias entre las dos redacciones. Comparto la opinión
de A. Agustinovich donde distingue tres partes en la parábola con temas
distintos:
ü Mt
22,1-5.8-10 La parábola del gran banquete. Es el paralelo de Lucas. En cuanto
al momento histórico, no hay duda que es preferible el de Lc. En Mt la parábola
viene después de la de los dos hijos enviados a la viña (21,28-32) y de la de
los viñadores homicidas (21,33-44). Lo que traiciona la intención de agrupar
algunas parábolas que tratan el mismo tema. En Lc, por el contrario, la parábola
está muy relacionada con el contexto. La introducción se religa a las últimas
palabras de la perícopa anterior sobre la 2resurreccion de los justos”, lo que
evoca la idea del Reino de Dios escatológico, y éste era usualmente
representado en el judaísmo como un banquete.
ü Mt
22,6-7 Los invitados homicidas. La situación de la parabola es distinta al
resto. No hay paralelo con Lc. Algunos
comentaristas sostienen que la misma es una interpolación del
evangelista hecha después del año 70 (la destrucción de Jerusalén).
ü Mt
22,11-14El traje nupcial. Lo más
probable es que se trate de restos de una parábola independiente que el
evangelista englobó en la del gran banquete, no tiene ninguna indicación
cronológica.
ACTUALIDAD
En
la Iglesia, la nueva comunidad de Cristo, hay buenos y malos, gentes de toda raza
y condición, trigo y cizaña, peces buenos y malos, conforme a las anteriores
parábolas de Jesús. Porque la salvación de Dios es universal. Pero aquí-Jesús
exige que todos los invitados "vistan de fiesta": que haya coherencia
entre lo que creemos y nuestra vida, entre la fiesta a la que somos invitados
en la Iglesia de Cristo y el estilo de vida que esto supone.
Es
una enseñanza que Jesús repite a menudo: "no todo el que me diga Señor,
Señor, entrará en el Reino de los cielos, sino el que haga la voluntad de mi
Padre" (Mt 7, 21). Las invitaciones de Dios a su fiesta son gozosas, pero
también exigentes. No hay nada más exigente que la amistad y el amor y la
fiesta. No basta estar bautizados, haber entrado en la sala del banquete, sino
que nuestra actitud interior y exterior debe ser acorde con esa dignidad de
miembros de la familia de Dios: sentirse hijos en la casa de Dios, en la
familia, alegría, confianza y llevar el género de vida que Cristo nos enseñó a
sus seguidores. Supone "cambiar de vestido", de mentalidad, de
costumbres, de estilo de vida. Por eso se entiende que Jesús comente al final
que "son muchos los llamados y pocos los elegidos". Como cuando
afirmó que la puerta que lleva a la salvación es estrecha, y pocos se deciden a
entrar por ella (Mt 7, 13-14). Lo que sí nos asegura Dios es su cercanía y su
ayuda: la última promesa de Jesús fue: "yo estaré con vosotros todos los
días", y ya el salmo nos ha hecho alegrarnos porque "aunque camine
por cañadas oscuras, nada temo, porque tú vas conmigo, tu vara y tu cayado me
sosiegan".