Hace pocos años atrás cuando América latina estaba casi regida por dictadura militares, se pedía a la Iglesia que denunciara, que fuera profética, que fuera voz de los que son sin voz. Hoy se le pide que sea acogedora.
Una Iglesia amiga, cercana, solidaria, que muestre al mundo su rostro paterno y su corazón materno, que propicie proféticamente otra manera de ser. Eso es lo que saben hacer muy bien los miembros de diversos grupos religiosos no cristianos así como las comunidades pertenecientes a tradición evangélica y pentecostal. Sus comunidades y sus templos se convierten en espacios de acogía que favorecen especialmente a los que están aquejados de algún sufrimiento. No es raro encontrar sus hogares y casa de acogida en los terminales de los buses, en asilos, hospitales etc.
Esta Actitud es una forma concreta de practicar las obras de misericordia, es por ello que debemos irla recuperando.
Una parroquia viva será capaz de producir laicos comprometidos, coherentes y apostólicos. Serán ellos los primeros en atraer a los indiferentes. Una parroquia acogedora será capaz de atraer y convencer a quien se había alejado, a quien no sentía su pertenencia a la Iglesia. Una parroquia viva podrá encaminar a sus fieles hacia la perfección de la vida cristiana y no los dejará a mitad de camino. En fin, una parroquia viva será el consuelo de su obispo porque producirá abundantes vocaciones al sacerdocio y a la vida consagrada, porque será tierra fértil para escuchar la llamada del Señor.
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