En el estudio de la Biblia doy inicio con la Carta a los Hebreos. Posteriormente estudiaremos otros textos.
La
carta a los Hebreos recibió este nombre sólo posteriormente. Se supuso
equivocadamente que había sido escrita a los «hebreos», es decir, a los
judeocristianos que, atraídos por la magnificencia y grandiosidad del culto del
templo de Jerusalén, habrían querido retornar al judaísmo. Aun menor fundamento
tenía la afirmación largo tiempo mantenida —y aceptada por la liturgia de la
Iglesia— de que Pablo habría escrito esta carta.
En
realidad, la carta carece de destinatario y no menciona nombre alguno de autor.
Al texto, en forma de sermón, se le añadió únicamente una breve posdata en la que
el autor anuncia su visita a la comunidad, juntamente con «nuestro hermano
Timoteo» (13,23). El hecho de que transmita un saludo «de los hermanos de
Italia» (13,24) tampoco significa necesariamente que el lugar de redacción se
encontrara en el Este del imperio romano y que los destinatarios deberían ser
buscados en Italia.
Albert
Vanhoye en su libro “El mensaje a la
Carta a los Hebreos” señala que “conviene señalar que este título tampoco forma
parte de la obra. Se le ha añadido sin tener ningún apoyo explícito en el
texto. En este punto puede advertirse una clara diferencia con las cartas de
san Pablo. Estas llevan títulos que encuentran su confirmación en el propio
texto. La carta titulada "A los gálatas", por ejemplo, se dirige desde
luego "a las iglesias de Galacia" (Gál 1.2) e interpela a los
"insensatos gálatas" (Gál 3, 1" Por el contrario, en nuestra
obra se buscará en vano una mención "a los hebreos", ni siquiera de
pasada. No se les nombra nunca. Tampoco encontramos en ella el nombre de
"judíos", tan frecuente en la pluma de Pablo, ni el de
"israelitas", ni alusión alguna a la "circuncisión", De
hecho, el texto no contiene ninguna designación precisa de sus destinatarios.
Va dirigido visiblemente a unos cristianos (et. Heb 3, 14). Y a unos cristianos
ya antiguos (et. 5. 12). Pero el autor no indica ni la región en que viven, ni
su pertenencia étnica. Tampoco habla de lo que eran antes de su conversión. No
evoca en ninguna parte la diferencia entre judíos y paganos. La única realidad
que llama su atención es su vocación cristiana. intentando favorecer su
desarrollo con todas sus fuerzas (et. 2,3-4; 3, 1; 4, 14; 10, 19-25; 12, 22-25;
13, 7-8). Con esta ocasión, se ve seguramente llevado a considerar el problema
de las relaciones entre el Antiguo Testamento y el Nuevo y, por otra parte,
tiene que tomar posición contra ciertas tendencias judaizantes que se hacían
sentir en su época. Ha sido sin duda este aspecto de su obra el que ha
ocasionado posteriormente la elección del título tradicional. Elección poco
afortunada, repitámoslo, ya que no corresponde a la orientación esencial de la
obra, que consiste en profundizar en la fe en Cristo y en dar un nuevo impulso
a la vida cristiana. Por tanto, en vez del título "A los hebreos",
sería más justo titularla "A unos cristianos".
A
pesar de que no podamos resolver la situación geográfica de la carta, sin
embargo, de su contenido se desprende claramente la situación en que se
encontraba la comunidad destinataria:
Después
de su «iluminación» (10,32), es decir, del bautismo, los creyentes han
demostrado gran celo, arrojo para confesar la fe y disposición para aceptar los
sufrimientos (6,9-12; 10,32-34), aunque, al parecer, hasta el presente han sido
respetados por la persecución sangrienta (12,4). Ahora se encuentran en peligro
de perder su confianza inicial y de retroceder ante nuevas pruebas (10,35-39;
12,3-13).
El
desánimo y la debilidad de la fe, que se ponen de manifiesto en su no
asistencia a las reuniones de culto (10,25), son la consecuencia de su
propensión al «pecado» (2,1-3; 3,13; 6,4-8; 10,26; 12,1.4.14-17). En torno a
este concepto se agrupan acciones de diversa valoración moral, desde las
simples «tentaciones» (2,18; 4,15), la «ignorancia y el error» (cf. 5,2) hasta
las faltas morales que desembocan en la incredulidad (10,26-31).
En
la comunidad se da también la tendencia a las herejías ascético-rituales
(13,9).
La
carta a los Hebreos desarrolla una estrategia de alta calidad artística,
construida sobre la exégesis cristiana del Antiguo Testamento, a fin de superar
la crisis de fe y vida que padece la comunidad.
1.
La certeza de la consumación de la salvación. Los creyentes alcanzarán con
seguridad la meta de su peregrinar, si: a) «mantienen la segura confianza de la
que presumen» (3,6.14), porque les ha sido garantizada la salvación mediante la
palabra divina de la promesa (2,1-4; 4,1-3.12-13);
b)
«se acercan con sincero corazón, con plenitud de fe, purificados los corazones
de toda impureza de conciencia», a su sumo sacerdote celestial, Jesús
(10,19-25; cf. 4,14-16), quien ha penetrado ya en el lugar santísimo «como
precursor nuestro» (6,19-20).
c)
«sacuden todo lastre y pecado y corren con fortaleza la prueba que se les
propone» (12,1); a ejemplo de los testigos veterotestamentarios de la fe (cap.
11).
d)
«salen con Cristo fuera del campamento, cargando con su oprobio» (13,13).
Por
consiguiente, el autor del escrito no tiene la menor duda de que a los
creyentes, a los «hijos de Dios» les aguardan graves pruebas y «tribulaciones»
(12, 4-11). Precisamente por eso no se cansa, utilizando siempre nuevas imágenes
de despertar su conciencia para que comprendan la «magnificencia» (2,10) de la
salvación prometida: el «mundo futuro» (2,5), la «casa de Dios» (3,6), el
«descanso sabático de Dios» (3,11.18; cf. 4,9-11; Sal 95,11), el «santuario
celestial» (8,2; 10,19-21), la ciudad de Dios celestial (11,10.16), la
Jerusalén celestial (12,22), la «ciudad futura» (13,14), la «patria celestial»
(11,16), el «reino inconmovible» (12,28).
2.
El carácter definitivo del perdón de los pecados. La doctrina penitencial de la
carta a los Hebreos, presentada en forma de sermón, distingue entre los
«pecados cometidos en la primera alianza» (9,15), que son borrados «de una vez
por todas» por medio de la sangre de Cristo (7,27; 9,12; 10,10), las actuales
«tentaciones» y «debilidades» de los creyentes, que pueden ser sanadas «en todo
momento» mediante la intercesión del sumo sacerdote celestial (7,25 y otros), y
los pecados premeditados de los bautizados, «para los que no queda ya
sacrificio alguno» (10,26). En concreto, esto significa:
a)
El sumo sacerdote de la nueva alianza (8,6-13), superando el modelo del ritual
de la reconciliación (Lev 16) veterotestamentaria, ha entrado, con su propia
sangre, en el lugar santísimo del cielo, «consiguiendo de ese modo una redención
eterna» (9,11-12). Por consiguiente, los fieles pueden tener la seguridad de
que, «mediante la oblación del cuerpo de Jesucristo», no sólo les son
perdonados los pecados cometidos antes del bautismo, sino de que «son santificados
de una vez para siempre» (10,10).
b)
Los fieles tienen el derecho, e incluso el deber, de «acercarse, en todo
tiempo, con sus debilidades al «trono de la gracia» (4,16), porque tienen un
«sumo sacerdote misericordioso y fiel» que «fue tentado en todo como ellos» (2,17-18;
4,15; 7,25-28; 10,19-25). Así, la carta a los Hebreos pone el fundamento
teológico decisivo para la práctica penitencial de la Iglesia.
c)
Mucho más problemáticas resultan las repetidas e impresionantes advertencias
que hablan de una caída irreparable (2,2-3; 6,4-8; 10,26-31; 12,15-17.25). Se
califica de imposible (6,4; 10,26) una nueva «conversión» de aquellos que «han
pecado intencionadamente» después del bautismo. La dificultad radica en que la
carta no piensa únicamente en una ruptura formal con la comunidad (en tal caso podría
hablarse de una imposibilidad «psicológica» de los que abandonaron la fe), sino
que incluye hechos morales (12,15-16) que, según la interpretación posterior de
la Iglesia, pueden ser perdonados como pecados graves (mortales). Por otra
parte, resulta sumamente comprometido poner límites a la voluntad de
reconciliación de Dios (12,17). Por consiguiente, tenemos que buscar la
solución del problema en el plano literario: utilizando el estilo de la amenaza
profética, la carta quiere advertir de las enormes consecuencias del pecado y pretende
acentuar la inevitabilidad del juicio divino.
Fecha de la Carta
Puesto
que la carta a los Hebreos es conocida en Roma hacia el año 96, como lo prueba
el escrito del presbítero Clemente a la Iglesia de Corinto (I CIem), deberemos
pensar que nació a finales de la década de los años ochenta. No se presupone
que continúe vigente el culto en el templo de Jerusalén. Efectivamente, toda la
argumentación arranca de las instituciones cúlticas señaladas en la Escritura
de la antigua alianza, de la tienda-santuario de Moisés y de las prescripciones
legales relativas a los ritos sacrificiales (9, 1-10).
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