Siempre
he escuchado a muchos católicos decir que adoran a María y que ella les ha
hecho muchos milagros. Confieso que soy de los que creen que tienen una Madre
en el cielo que intercede por cada uno de sus hijos, sin embargo es preciso
aclarar primeramente el verdadero culto a nuestra queridísima Madre.
Cuando hablo de culto me refiero a la
reverencia que le damos a Dios, a los Santos y a la Virgen. Veamos cada uno de
ellos:
a) De
latría o de adoración, que es debido sólo a Dios, como soberano Señor y por su
infinita excelencia.
b) De
dulía o de veneración, que es debido a los ángeles y a los santos por la
excelencia de sus virtudes. Al honrar a los santos estamos honrando a Dios,
puesto que Él se manifiesta en ellos y por ellos somos atraídos hacia El.
c) Por
último, el culto de hiperdulía o de veneración suprema, que es el culto debido
a la Santísima Virgen en razón de su eminente dignidad de ser la Madre de Dios.
Nuestra Iglesia enseña que a nuestra
Madre “Se debe un culto superior y
eminente sobre los santos, en cuanto que es la Madre de Dios” (Constitucion
Dogmatica Lumen Gentiun).
Nuestra Madre “ ha
sido propuesta siempre por la Iglesia a la imitación de los fieles no
precisamente por el tipo de vida que ella llevó y, tanto menos, por el ambiente
socio-cultural en que se desarrolló, hoy día superado casi en todas partes,
sino porque en sus condiciones concretas de vida Ella se adhirió total y
responsablemente a la voluntad de Dios (cf. Lc 1,
38); porque acogió la palabra y la puso en práctica; porque su acción estuvo
animada por la caridad y por el espíritu de servicio: porque, es decir, fue la
primera y la más perfecta discípula de Cristo: lo cual tiene valor universal y
permanente.” (Marialis Cultus).
Existen unos elementos bien
importantes del Culto a María y que nuestros queridos hermanos separados deben
saber muy bien como lo son; la veneración, el amor, la invocación como Madre de
misericordia y la imitación.
En la Sagrada Escritura existen varios
momentos de veneración a María, el primero y quizás el más importante porque
fue pensado por Dios desde el momento de la creación, fue cuando le dice a la
serpiente “Haré que haya enemistad entre
ti y la mujer, entre tu descendencia y la suya. Ella te pisará la cabeza
mientras tú herirás su talón” (Gen 3,15): Muchas personas han querido
interpretar este pasaje muy a la ligera y dicen que se refiere a la mujer, pero
están alejados de la realidad, ya que Dios
fue muy claro al referirse a la descendencia de la mujer, es decir están
inferidos bien claros la Madre y el Hijo, María y Jesús. Ellos siempre de la
mano hasta el momento del suplicio y de la entrega voluntaria de su Hijo para
el perdón de los pecados del mundo entero.
Otro momento bien claro de veneración
a María lo encontramos en Lc 1,28 cuando el ángel le dijo “Alégrate,
llena de gracia, el Señor está contigo”. La palabra “llena de gracia” en griego se translitera por “kejaritôménê” que
es una invitación a la alegría. El participio kejaritôménê es perfecto del
verbo jaritóo. Los verbos griegos en oô son causativos, indican una acción que
produce algún efecto en el objeto. Presuponen un cierto cambio en la persona o
en la cosa en cuestión. Ahora, puesto que la radical del verbo jaritóo es
jaris, la idea que expresa es la de un cambio operado por la gracia. El
participio perfecto Kejaritomene indica una plenitud que, ha sido cumplida en
el pasado, pero que dura todavía hoy y tiende a mantenerse en el futuro. Lo
esencial del relato es que María ha sido transformada por la gracia y que ha
tenido lugar mucho antes del momento de la anunciación. María fue previamente
purificada, en consideración de la
misión que había de cumplir de ser la “Madre del Hijo de Dios, y serlo
permaneciendo virgen”.
Otro momento de veneración lo encontramos
en Lc 1,42ss. “En cuanto oyó Isabel el
saludo de Maria, salto de gozo el niño en su seno; Isabel quedó llena del
Espíritu Santo y exclamó a gritos: Bendita tú entre las mujeres y bendito el
fruto de tu seno, ¿Cómo así viene a visitarme la Madre de mi Señor?” Sin
lugar a dudas es un pasaje que parece que no han leído las personas que
desacreditan a María y que la hacen ver como una mujer cualquiera y
concupiscente. Pero Isabel fue bien clara al bendecir tanto a María como a su
Hijo, nada más y nada menos que nuestro Salvador, incluso la llama la “Madre de
mi Señor”.
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