"¿QUE DEBEMOS HACER?"

miércoles, 12 de diciembre de 2012

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Lo más característico de la conversión predicada por el Bautista es su exigencia social, conforme a la dimensión social del pecado.
El inicio del Evangelio es con la pregunta de la gente a Juan: “¿Qué debemos hacer?” (Lc 3,10). La reacción de las multitudes es ejemplar. La pregunta presupone un reconocimiento del error de lo que se hace, ignorancia de lo que se ha de hacer, disponibilidad a acoger la indicación de Dios para traducirla en práctica. Es la misma pregunta de las gentes el día de Pentecostés (Hch 2,37), que llevará en un solo día a otros tres mil a agregarse a la “comunidad de los que se habían de salvar” (Hch 2,47). Es la pregunta para dar comienzo al itinerario de conversión bautismal.
La respuesta de Juan a la pregunta de la gente les habla sobre el compartir y la entrega amorosa: “El que tenga dos túnicas, que las reparta con el que no tiene; el que tenga para comer que haga lo mismo” (Lc 3,11-12).


Vinieron a bautizarse también los publicanos que le dijeron: Maestro, ¿Qué debemos hacer? Él les dijo: No exijáis más de lo que os está fijado. Luego le preguntaron también unos soldados: Y nosotros ¿Qué debemos hacer? Él les dijo: No hagáis extorsión a nadie, no hagáis denuncias falsas y contentaos  con vuestra soldada” (Lc 3,13-14). A los publicanos les dice que la conversión consiste en no exigir más de lo debido. El publicano se enriquecía fácil y fabulosamente. Era un cobrador de impuestos y de derechos aduaneros. El gr. telónes designaba primariamente a uno que tenía la concesión de la recaudación de los tributos, luego, como en el NT, un subordinado de tales recaudadores, que cobraban los impuestos en un distrito.  El jefe de los publicanos recibe el nombre de publicano principal (Lc 19,2). Los judíos no podían admitir que uno de los suyos actuara como agente de los romanos cobrando impuestos para un gobierno gentil. Condenaban asimismo a cualquier judío que se hiciera cobrador general por cuenta de una ciudad particular. El publicano judío quedaba excluido de la sociedad de sus compatriotas; sus amigos corrían la misma suerte. Juan fue bien claro al no exigir a los publicanos abandonar su oficio, sino simplemente no exigir más de lo fijado.

También a Juan se le acercaron unos soldados que representan el contrasentido más manifiesto que produce el hombre en su miedo a la muerte: se vuelve su esclavo y siervo, a su sueldo. Al soldado Juan le recomienda que no maltrate. Un dato bien importante es que los judíos estaban exentos del servicio militar.
Como el pueblo estaba expectante y andaban todos pensando en sus corazones acerca de Juan, si no sería él el Cristo, declaró Juan a todos: “Yo os bautizo con agua, pero está a punto de llegar el que es más fuerte que yo, a quien ni siquiera soy digno de desatarle la correa de sus sandalias. El os bautizara en Espíritu Santo y fuego. En su mano tiene el bieldo para bieldar su parva; recogerá el trigo en su granero, pero quemará la paja con el fuego que no se apaga” (Lc 3,15-17). Juan se reconoce indigno de prestar el servicio más humilde de los esclavos. Los esclavos debían soltar al amo las correas de las sandalias. Una persona libre tenía esto por indigno de su condición.
Se ve que la figura y la actuación del Bautista adquirieron una resonancia extraordinaria en las masas populares y acrecentaron las expectativas mesiánicas de tal manera que el pueblo se empezó a formar la idea de que el mismo Juan podía ser el mesías. Juan tuvo que salir al paso de esta opinión, poniendo cada cosa en su sitio:
    Aunque no lo dice expresamente, lo dice de manera indirecta; el Mesías no es él El Mesías es otro, que pronto aparecerá; viene detrás de él.
    Ese Mesías que viene va a traer otra clase de bautismo, mucho más eficaz que el suyo. El bautiza con agua, que es un elemento y un símbolo común de purificación. El Mesías bautizará con Espíritu Santo y fuego. El fuego es un símbolo de purificación radical. El Mesías trae al Espíritu Santo purificador. Su bautismo significará una purificación total desde adentro.
    Pero Juan es también juez inapelable. Lo que Juan no tiene el poder de hacer, lo hará él: distinguirá con autoridad infalible el trigo y la paja, y quemará la paja.
Jesús es el Juez del fin de los tiempos. El labrador de Palestina con una pala contra el viento el trigo que después de trillado está mezclado con la paja en la era. El grano, que pesa más, cae al suelo, mientras que la paja es llevada por el viento. Así limpia la era, separando el trigo de la paja, para recogerlo después en el granero. La paja se quema. El Mesías viene a juzgar, separa a los buenos de los malos, lleva a los buenos al reino de Dios y entrega a los malos al fuego de la condenación.
Actualización:
Juan Bautista nos enseña que es lo que debemos hacer para alcanzar una verdadera conversión. Para él es simple su programa propuesto: sólo se debe dar con generosidad, hacer lo que es debido y recto y por último contentarnos con lo que tenemos.
El mundo necesita de tres tipos de personas como lo describe Juan; de personas generosas que amen a Dios por sobre todas las cosas, incluso por encima de su misma familia. Se necesitan hombres y mujeres con una conciencia recta que sepan responder por los intereses de los otros (políticos rectos) y el tercer grupo son aquellas personas que vivan contentas con lo que tienen y no tienen las ansias por el “tener”.

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