Lo más característico de la conversión predicada
por el Bautista es su exigencia social, conforme a la dimensión social del
pecado.
El inicio del Evangelio es con la pregunta de la
gente a Juan: “¿Qué debemos hacer?” (Lc 3,10). La reacción de
las multitudes es ejemplar. La pregunta presupone un reconocimiento del error
de lo que se hace, ignorancia de lo que se ha de hacer, disponibilidad a acoger
la indicación de Dios para traducirla en práctica. Es la misma pregunta de las
gentes el día de Pentecostés (Hch 2,37), que llevará en un solo día a otros
tres mil a agregarse a la “comunidad de los que se habían de salvar” (Hch
2,47). Es la pregunta para dar comienzo al itinerario de conversión bautismal.
La respuesta de Juan a la pregunta de la gente les
habla sobre el compartir y la entrega amorosa: “El que tenga dos túnicas,
que las reparta con el que no tiene; el que tenga para comer que haga lo mismo” (Lc
3,11-12).
Vinieron a bautizarse también los publicanos que le
dijeron: Maestro, ¿Qué debemos hacer? Él les dijo: No exijáis más de lo que os
está fijado. Luego le preguntaron también unos soldados: Y nosotros ¿Qué
debemos hacer? Él les dijo: No hagáis extorsión a nadie, no hagáis denuncias
falsas y contentaos con vuestra soldada” (Lc 3,13-14). A los publicanos les dice que la conversión consiste
en no exigir más de lo debido. El publicano se enriquecía fácil y
fabulosamente. Era un cobrador de impuestos y de derechos aduaneros. El gr.
telónes designaba primariamente a uno que tenía la concesión de la recaudación
de los tributos, luego, como en el NT, un subordinado de tales recaudadores,
que cobraban los impuestos en un distrito. El jefe de los publicanos
recibe el nombre de publicano principal (Lc 19,2). Los judíos no podían admitir
que uno de los suyos actuara como agente de los romanos cobrando impuestos para
un gobierno gentil. Condenaban asimismo a cualquier judío que se hiciera
cobrador general por cuenta de una ciudad particular. El publicano judío
quedaba excluido de la sociedad de sus compatriotas; sus amigos corrían la
misma suerte. Juan fue bien claro al no exigir a los publicanos abandonar su
oficio, sino simplemente no exigir más de lo fijado.
También a Juan se le acercaron unos soldados que
representan el contrasentido más manifiesto que produce el hombre en su miedo a
la muerte: se vuelve su esclavo y siervo, a su sueldo. Al soldado Juan le
recomienda que no maltrate. Un dato bien importante es que los judíos estaban
exentos del servicio militar.
Como el pueblo estaba expectante y andaban todos
pensando en sus corazones acerca de Juan, si no sería él el Cristo, declaró
Juan a todos: “Yo os bautizo con agua, pero está a punto de llegar el que es
más fuerte que yo, a quien ni siquiera soy digno de desatarle la correa de sus
sandalias. El os bautizara en Espíritu Santo y fuego. En su mano tiene el
bieldo para bieldar su parva; recogerá el trigo en su granero, pero quemará la
paja con el fuego que no se apaga” (Lc 3,15-17).
Juan se reconoce indigno de prestar el servicio más humilde de los esclavos.
Los esclavos debían soltar al amo las correas de las sandalias. Una persona
libre tenía esto por indigno de su condición.
Se ve que la figura y la actuación del Bautista
adquirieron una resonancia extraordinaria en las masas populares y acrecentaron
las expectativas mesiánicas de tal manera que el pueblo se empezó a formar la
idea de que el mismo Juan podía ser el mesías. Juan tuvo que salir al paso de
esta opinión, poniendo cada cosa en su sitio:
Aunque no lo dice
expresamente, lo dice de manera indirecta; el Mesías no es él El Mesías es
otro, que pronto aparecerá; viene detrás de él.
Ese Mesías que viene va a
traer otra clase de bautismo, mucho más eficaz que el suyo. El bautiza con
agua, que es un elemento y un símbolo común de purificación. El Mesías
bautizará con Espíritu Santo y fuego. El fuego es un símbolo de purificación
radical. El Mesías trae al Espíritu Santo purificador. Su bautismo significará
una purificación total desde adentro.
Pero Juan es también juez
inapelable. Lo que Juan no tiene el poder de hacer, lo hará él: distinguirá con
autoridad infalible el trigo y la paja, y quemará la paja.
Jesús es el Juez del fin de los tiempos. El
labrador de Palestina con una pala contra el viento el trigo que después de
trillado está mezclado con la paja en la era. El grano, que pesa más, cae al
suelo, mientras que la paja es llevada por el viento. Así limpia la era,
separando el trigo de la paja, para recogerlo después en el granero. La paja se
quema. El Mesías viene a juzgar, separa a los buenos de los malos, lleva a los
buenos al reino de Dios y entrega a los malos al fuego de la condenación.
Actualización:
Juan Bautista nos enseña que es lo que debemos
hacer para alcanzar una verdadera conversión. Para él es simple su programa
propuesto: sólo se debe dar con generosidad, hacer lo que es debido y recto y
por último contentarnos con lo que tenemos.
El mundo necesita de tres tipos de personas como lo
describe Juan; de personas generosas que amen a Dios por sobre todas las cosas,
incluso por encima de su misma familia. Se necesitan hombres y mujeres con una
conciencia recta que sepan responder por los intereses de los otros (políticos
rectos) y el tercer grupo son aquellas personas que vivan contentas con lo que
tienen y no tienen las ansias por el “tener”.
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