El texto de Lucas (21,25-28.34-36)
nos habla de las catástrofes
cósmicas de la manifestación de la
venida del Hijo del Hombre y de la vigilancia que todo ser humano debe tener
para la espera del gran momento. Lucas
separa claramente la parusía (segunda venia) de la caída de Jerusalén (Lc
21,20-24), y supone que el tiempo intermedio entre ésta y el fin del mundo ha
de ser largo.
El texto nos dice que “Habrá señales en el sol, la luna y en las
estrellas; en la tierra, angustia de la gente, trastornada por el estruendo del
mar y las olas. Los hombres se quedarán sin aliento por el terror y la ansiedad
ante las cosas que abatirán al mundo, porque las fuerzas del cielo se
tambalearán” (Lc 21,25-27). El evangelista no dice que señales habrán en el
sol, la luna y las estrellas, mientras que Mateo especifica que: “El sol se
oscurecerá, la luna no dará su resplandor, las estrellas del cielo, y las
fuerzas de los cielos serán sacudidas” (Mt 24,29). Marcos también describe lo
mismo que Mateo. Las señales que describen los sinópticos son: el sol (aparece
30 veces en el Nuevo Testamento; 5 en Mateo, 4 en Marcos, 3 en Lucas, 4 en
Hechos de los Apóstoles, 1 en 1 Corintios, 1 en Efesios, 1 en Santiago y 11
veces en Apocalipsis), la luna (aparece 11 veces en el Nuevo Testamento, siendo
el Apocalipsis con 5 veces el libro al cual hace mayormente mención), y las
estrellas (aparece 24 veces, de las cuales 7 veces aparece en
apocalipsis). Las señales presentadas
por los sinópticos como hemos visto, son utilizadas mayormente para dar un
sentido apocalíptico y para expresar que son astros creados por Dios.
La venida del Hijo del Hombre no será
cualquier cosa, Lucas nos habla de las grandes señales que se presentarán, y
con ello nos demuestra que nadie, absolutamente nadie, pondrá en duda la venida
de nuestro Señor. Los astros le obedecerán y se producirán unas señales que
todo ser humano al verlas quedará “sin aliento”. La venida será en “una nube
con gran poder y gloria” (Lc 21,27). En
el Nuevo Testamento “la nube” (gr. neféle) aparece en el monte de la
Transfiguración (Mt 17,5), al momento cuando el Señor abandonó esta tierra, y
en la cual una nube celestial lo recibió (Hch 1,9). Cuando vuelva, lo hará como
dice Lucas, desde el cielo descendiendo sobre las nubes, lo cual era entre los
judíos una imagen o símbolo de poder divino y majestad. Por esta razón, el
Jesús resucitado y glorificado es presentado como sentado ya sobre las nubes,
indicación de su poder (Ap 14,14-16).
Al ver suceder todas estas cosas dice
el evangelista: “cobrad ánimo y levantad
la cabeza, porque se acerca vuestra liberación” (Lc 21,28). El presente
versículo guarda relación directa con los v. 25-26 donde indica las cosas que
sucederán.
La parte final de Lucas dice: “Cuidad que no se emboten vuestros corazones
por el libertinaje, por la embriaguez y por las preocupaciones de la vida y
venga aquel Día de improviso sobre vosotros, como lazo que vendrá sobre todos los que habitan toda la faz de la
tierra. Estad en vela, pues, orando en todo tiempo para que tengáis fuerza,
logréis escapar y podáis manteneros en
pie delante del Hijo del Hombre” (Lc 21,34-36). Hay una advertencia sobre
tres cosas que pueden desviarnos de nuestro camino celestial: 1. El libertinaje
2. La embriaguez y 3. Las preocupaciones de la vida. También hay una acción que
debemos mantener por siempre para esperar el día de la venida del Hijo del
hombre: La oración y la vigilancia.
Debemos “velar” (gr. agrupnéo) porque
no sabemos ni el día ni la hora (Mt 25,13), para no caer en la tentación (Mt
26,41), y porque seremos Bienaventurados (Ap 16,15). Debemos orar con fe para
salvar al enfermo (St 5,15), para mantener la unidad (Hch 1,14), para obtener
la bendición de Dios (Mt 21,22), y para prevalecer y hacernos más fuerte (gr.
katisjúo) en los momentos difíciles.
Actualización:
El Señor Jesús viene, pero no dice
cuando, así que lo mejor es estar preparado.
Durante el tiempo de espera la
tentación amenaza siempre al creyente ante la dilación de la venida del Señor;
la tentación de la comodidad, de dimitir la lucha, la tentación del placer, de
la riqueza.
Jesús, al entrar en la Pasión, exhorta
por última vez a los suyos a mantenerse alertas, vigilar y orar, porque nadie
debe considerarse asegurado contra todo riego; sólo el que vigila, el que ora,
el que no abandona el servicio, será salvado, porque la vida que una persona
lleve ahora determinará cómo haya de comparecer ante el Hijo del Hombre.
Es necesario perseverar en el bien y
en la práctica de la virtud.
Jesús nos exhorta a no dejarnos
aturdir por las preocupaciones de la vida, no es raro ni difícil que esto
suceda; la urgencia de los asuntos temporales, que por un lado no se pueden
descuidar, sino que hay que atender con esmero y preocupación, puede incidir en
el descuido de los asuntos espirituales y de apostolado.
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