El
pecado es faltar contra el amor que Dios a cada ser humano. Constituye la raíz
de todos los males existentes en nuestra sociedad. Muchas veces no hay una
clara conciencia de lo que es malo y
todo nos lo es permitido. Sin embargo el hombre tiene libertad, entendiéndose
libertad para obrar el bien, hacer lo correcto, no dañar al prójimo, no
ofender.
El
Catecismo de la Iglesia Católica (N°1850) nos dice que “El pecado se levanta contra el amor que Dios nos tiene y aparta de Él
nuestros corazones. Como el primer pecado, es una desobediencia, una rebelión
contra Dios por el deseo de hacerse “como dioses”, pretendiendo conocer y
determinar el bien y el mal (Gn 3,
5). El pecado es así “amor de sí hasta el desprecio de Dios” (San Agustín, De civitate Dei, 14, 28). Por
esta exaltación orgullosa de sí, el pecado es diametralmente opuesto a la
obediencia de Jesús que realiza la salvación (cf Flp 2, 6-9)”.
Existen dos tipos de pecados; El pecado mortal y venial. El pecado
mortal destruye la caridad en el corazón del hombre por una infracción grave de
la ley de Dios; aparta al hombre de Dios, que es su fin último y su
bienaventuranza, prefiriendo un bien inferior. El pecado venial deja subsistir
la caridad, aunque la ofende y la hiere.
Método para no pecar: San Francisco de Sales dice que para librarse del pecado es
necesario averiguar continuamente cuales son las causas de nuestra caída, ya
que mientras no nos alejemos de ella es imposible alejarnos del pecado. Si Se sigue tratando con una persona murmuradora,
seguirá murmurando. Un segundo consejo del Sato es confiar más en el auxilio de
Dios que en el propio esfuerzo. Todos tenemos qué repetirle a nuestro Señor la
frase del Salmo “Si Tú no sales a batallar con nosotros, perderemos todas las
batallas”.
Las catorce mesas: San Juan Bosco en uno de sueños dice que “que estaba con todos mis
jóvenes en un sitio tan ameno como el más hermoso de los jardines, sentados
ante unas mesas que, ascendiendo desde la tierra en forma de gradas, se
elevaban tanto que casi no se divisaban las últimas. Dichas mesas, largas y
espaciosas, eran catorce, dispuestas en un estadio y divididas en tres órdenes,
sostenido cada uno por una especie de muro en forma de terraplén. En la parte
baja, alrededor de una mesa colocada en el suelo polvoriento y desprovista de
todo adorno y sin vajilla alguna, vi a cierto número de jóvenes. Aparecían
tristes; comían de mala gana y tenían delante de sí un pan semejante al pan
duro y feo que les dan a los soldados en la guerra, pero tan rancio y lleno de
moho que causaba asco. Este pan estaba en el centro de la mesa mezclado con
suciedades e inmundicias. Aquellos pobrecitos se encontraban como unos cerdos
inmundos en una pocilga. Yo les quise decir que arrojasen lejos aquel pan; pero
me hube de contentar con preguntar por que tenían ante sí tan nauseabundo
alimento. Me respondieron: – Hemos de comer el pan que nosotros mismos nos
hemos preparado, pues no tenemos otro. Aquello representaba a los que están en
pecado mortal.
Pero a medida que las mesas estaban más y más arriba, los jóvenes
que comían en ellas se mostraban más alegres y se alimentaban con un pan más
sabroso. Y me fue dicho que los que están en las mesas más altas son los que se
esfuerzan por conservar el alma sin pecado. Los de las mesas de en medio son
los que caen y cometen faltas pero se apresuran a confesarse y a enmendarse.
Los de la última mesa de abajo viven tranquilamente en sus pecados sin
arrepentirse ni tratar de enmendarse. El Libro Santo enseña: “Dichoso el que
pudendo pecar no peca”. Pero “Ay del que vive como si Dios no existiera: ese no
tendrá paz (Is 48,22)”.
Reflexión Final: Un predicador acababa de invitar a sus oyentes a buscar de Dios, cuando
un joven exclamó: -Usted habla del peso del pecado. Yo no lo siento — Cuanto
pesa? Veinte kilos, cien kilos? -Dígame -le pregunto el predicador-, si usted
pusiera un peso de cien kilos sobre el pecho de un hombre muerto, -Lo sentiría
el?? –No, ya que esta muerto -Contestó el joven. El predicador prosiguió: -Pues
bien, el hombre que no siente el peso del pecado esta espiritualmente MUERTO.
Nuestra vida se la debemos a nuestro Padre Dios, él nos ha dado
todas las herramientas para que seamos felices y no pequemos, solamente basta
amar y el mundo cambiaría.
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