“Por nuestros propios
medios no podemos construir la verdadera felicidad” (Lc 23,35-43)
En
los últimos momentos de la vida de Jesús, los Evangelios sinópticos (Lc
23,35-43; cf. Mt 27,39-44; Mc 15,29-32) nos narran las burlas e improperios a
los que fue sometido Jesús. Fueron cuatro las categorías de personas que se
mofaban de Él: Los transeúntes, los sanedritas, los soldados y los malhechores
crucificados con Él.
Jesús
fue sometido a rituales de Degradación de estatus, Según Bruce Malina: “En las
sociedades mediterráneas del siglo I, el estatus de honor de un individuo
determinaba, tanto su posición en la comunidad, como sus oportunidades en la vida.
Aunque el honor dependía sobre todo del nacimiento (adscrito), podía también
adquirirse mediante la prestación de servicios extraordinarios o afrontando con
éxito los desafíos de la vida diaria. A lo largo de los tres evangelios se
presenta a Jesús como una persona cuyas palabras y acciones resultan
desproporcionadas para el estatus de honor de un artesano rural. Por eso, los
relatos de Mateo, Marcos y Lucas muestran continuamente cómo Jesús es reconocido,
lo mismo por amigos que por enemigos (de mala gana, indirectamente,
irónicamente), como superior a lo que de él cabía esperar. En realidad es el
honorable Hijo de Dios. En el evangelio de Mateo podemos ver que los
adversarios de Jesús no podían hacer nada porque la muchedumbre estaba «admirada
de su enseñanza» (Mt 22,33) o porque tenían «miedo de la gente, porque lo
tenían por profeta» (Mt 21,46). Lo mismo acontece en Mc 11,18; 12,12, y Lc
20,19; 19,48. Todo ello es un indicio de que, ante la opinión pública, el
estatus de honor de Jesús le hacía invulnerable. Por eso, para poder acabar con
él, era necesario que los adversarios de Jesús atacaran en primer lugar la
posición que ocupaba a los ojos de la gente. En todos los evangelios llevan a
cabo este plan mediante lo que los antropólogos llaman «rituales de degradación
de estatus». El ritual de degradación de estatus es un proceso público de
reformulación, etiquetación y humillación que busca el modo de recategorizar a
una persona como socialmente desviada. Tales rituales expresan la indignación
moral de los denunciantes, y se burlan o desacreditan la identidad anterior de
una persona con el ánimo de destruirla totalmente. Generalmente van acompañados
de una actividad revisionista del pasado de dicha persona para hacer ver que
siempre había vivido desviada. Existe una amplia gama de situaciones que constituyen
la ocasión propicia para destruir en público la identidad y la credibilidad de
una persona: juicios, vistas públicas, encuentros políticos, etc”1.
Hay
cierta contradicción en cuanto al letrero que le colocaron a Jesús en la cruz;
Mateo (27,37) dice: “Este es Jesús, Rey de los judíos; Marcos (15,26) por su
parte: “El rey de los judíos”; Lucas (23,38), nos dice “Este es el rey de los
judíos” y en Juan (19,19) “Jesús el Nazareno, el rey de los judíos”. Lo que sí
está claro en los cuatro evangelistas es la palabra “rey de los judíos”.
Uno
de los pasajes más bellos, y de misericordia infinita por parte de Jesús, es el
momento cuando “Uno de los
malhechores colgados le insultaba: «¿No eres tú el Cristo? ¡Pues sálvate a ti y
a nosotros!» Pero el otro le increpó: «¿Es que no temes a Dios, tú que
sufres la misma condena? Y nosotros con razón, porque nos lo hemos
merecido con nuestros hechos; en cambio éste nada malo ha hecho.» Y le
pedía: «Jesús, acuérdate de mí cuando vengas con tu Reino.» Jesús le
contestó: «Te aseguro que hoy estarás conmigo en el Paraíso” (Lc 23,39-43). El relato de Lucas está inspirado en Mc 15,32: “También le injuriaban los que estaban
crucificados con él”. Jesús le responde al buen ladrón con su Tercera
palabra en la cruz, que a partir de “Hoy” mismo estará con él en el paraíso. No
necesitará esperar el glorioso final mesiánico, porque inmediatamente
experimentará la dicha de la vida en Dios. Jesús hasta en los momentos finales
es el libertador y salvador de los pecadores.
El griego “paradeisos”, es una palabra derivada del persa “paerdís” y
traducida al hebreo “gân” que significa “jardín”. El Edén caracteriza el
paraíso original (Gn 2,8), el paraíso de las delicias (Gn3,23s), el paraíso de
Dios (Ez 28,13), el lugar donde uno espera vivir con Dios en lo más alto de los
cielos (2 Co 12,4). Los israelitas de la época tardía distinguían entre un paraíso celeste y un
paraíso inferior, perteneciendo el primero al cielo, y el segundo al “Hades”,
el lugar de los muertos (Lc 16,23).
Lucas es el único evangelista que con mayor vehemencia y claridad afirma
que el destino final del cristiano trasciende esta vida incluso la muerte (cf.
Lc 16,19-31- El rico malo y Lázaro el pobre)
ACTUALIZACIÓN
Ø La
salvación viene del Señor, solamente en Él encontramos la puerta que nos lleva
a la puerta de la felicidad eterna. El verdadero paraíso debemos irlo
construyendo aquí en la tierra. Nuestras relaciones con familiares, amigos y
extraños deben ser siempre en Cristo, con amor y misericordia.
Ø Es
necesario que Jesús reine en nuestro corazones, en el matrimonio, el centro de
atención no deben ser los esposos sino Cristo, porque es Él quien los santifica
y les da las fuerzas necesarias para ser felices en un mundo que quiere imponer
falta de perdón y violencia. Por nuestros propios medios no podemos alcanzar la
verdadera felicidad, quien quiera construirlo de esa manera, tarde o temprano
se dará cuenta que construido su vida sobre la arena y no sobre la roca (Lc
6,46-49).
1.
Malina, Bruce, Los Evangelios Sinópticos
y su Cultura Mediterránea del Siglo I,Verbo Divino, Estella, 1996, pag
396-397
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