El
primer segmento del Sermón del Monte trata de la justicia de los escribas en
relación con los cinco últimos de los Diez Mandamientos, tratados en la
antítesis de 5,21-48. También los escribas buscan la justicia, sobre todo en su
estudio y en su enseñanza. Su tarea es investigar las Escrituras e indagar la
voluntad de Dios. Instruyen al pueblo, enseñan a los niños, y así en cada caso
aplican a su tiempo presente lo que han investigado en los libros.
Jesús
le sigue diciendo a la muchedumbre: “Habéis
oído que se dijo a los antiguos: No matarás, y quien mate, comparecerá ante el
tribunal” (Mt 5,21). Jesús se refiere a la instrucción dada por los
escribas. De sus labios se percibe la palabra de Dios y su explicación. Los
discípulos han oído todo lo que Dios mandó, pero sólo poquísimos podían leer.
Han aceptado con ánimo creyente lo que Dios antiguamente habló a sus antepasados.
Los antepasados, la generación de la salida de Egipto y de la peregrinación por
el desierto son los antiguos, a quienes Dios se reveló. Permaneciendo con santo
temor al pie del monte Sinaí, percibieron de labios de Moisés su mandamiento.
Esta palabra permanece viva en la historia, se retransmite de generación en
generación hasta los días de Jesús, que también la ha escuchado y aprendido en
la sinagoga. Una de las frases lapidarias de los diez mandamientos es la
siguiente: No matarás. Toda vida
viene de Dios y es santa. Al hombre, Dios sólo le había permitido expresamente
matar los animales, y así había autorizado nutrirse con carne (Gen 9,2s).
“Pero
yo os digo: todo el que se enoje contra su hermano, comparecerá ante el
tribunal”
(Mt 5,22). A los
antiguos Dios les dijo entonces las palabras precedentes. Ahora Jesús dice de
una forma nueva lo que Dios quiere. Ya no está en vigor la unidad insoluble, la
balanza continuamente equilibrada: la muerte se castiga con pena de muerte.
Ahora se dice: el sentimiento del corazón ya hace que se esté a punto para
comparecer ante el tribunal humano, en el que se hace patente el tribunal de
Dios.
Los
siguientes dos versículos (27-28) hablan sobre el adulterio y el deseo de toda
persona que aunque no cometa el acto inmoral, igualmente peca por el deseo en
su corazón de mirar y desear a una mujer. El sexto mandamiento del decálogo ha
de proteger y asegurar el matrimonio. La prohibición: No cometerás adulterio, tiene validez universal, tanto para el
hombre como para la mujer. Pero la interpretación de la ley y la manera como
los escribas la aplicaban, daba mayor libertad al hombre que a la mujer, como
pronto veremos (5,3ls). El carácter sagrado de esta comunidad entre el hombre y
la mujer solamente fue asegurado a causa de que fue prohibida la infracción
externa, el adulterio consumado, que representa un estado jurídico de las cosas
que estorban la vida en comunidad. La alta estima social y la protección
jurídica del matrimonio siempre son importantes: los pueblos y los estados han
de cuidarse de lograr estos fines.
Luego
el Señor inicia un segundo grupo de
ejemplos de la verdadera justicia: “Igualmente
habéis oído que se dijo a los antiguos: No jurarás en falso, sino que cumplirás
al Señor tus juramentos” (Mt 5,33).
Aquí se trata de dos mandamientos del Antiguo Testamento. El primero se refiere
a la solemne aseveración ante Dios, al invocarle como testigo de lo que se
declara. A esta aseveración la llamamos juramento. El Antiguo Testamento ordena
no jurar en falso (Lev 19,12). Cuando el hombre se vuelve a Dios y le llama
para dar testimonio, tiene que ser muy verdadero y real lo que dice. De lo
contrario haría el ultraje de rebajar a Dios poniéndole al servicio de una
mentira, haciéndole testigo del error a él, que es santo y veraz. El segundo
mandamiento también se refiere a las relaciones del hombre con Dios, pero en
otro aspecto. Si una persona hace a otra una promesa, el honor de los dos exige
que se mantenga la promesa. También se puede prometer algo a Dios. Entonces
surge una especie de juramento, que llamamos voto. Cuando alguien se ha
comprometido así con Dios, sobre él recae el santo deber de cumplir la promesa.
El mandamiento advierte: “cumplirás al
Señor tus juramentos”. Las dos veces se trata de deberes del hombre con
Dios, se exhorta al hombre a tener profundo respeto ante la santidad de Dios.
También hemos de cuidar de este respeto, pero aún no es suficiente.
Jesús
prohíbe el juramento y el mismo no debe hacerse ni por cielo ya que “es el
trono de Dios” (Mt 5,34), ni por la tierra, porque “es el estrato de sus pies,
ni por Jerusalén que es la ciudad del gran rey” (Mt 5,35). Tampoco hay que
jurar por “tu cabeza, porque ni a uno solo de tus cabellos puedes hacerlo
blanco o negro” (Mt 5,36). Cuando la persona habla debe limitarse a decir “Sí, sí, no, no” ya que lo que pasa o
excede de estas palabras dice Jesús que “proviene del maligno” (Mt 5,37). Cuando hablamos un sí debe ser realmente
un sí, y un no debe ser realmente un no. Nuestra verdad va en dos direcciones,
una verdad objetiva que lo que afirmamos debe corresponderse con la realidad de
las cosas, y una verdad subjetiva que lo que decimos corresponda a lo que
íntimamente pensamos.
ACTUALIZACIÓN
La
justicia de Dios es perfecta, la de los hombres imperfecta. Muchas veces
observamos como la injusticia prevalece sobre la verdad, sin embargo es Dios
quien tiene la última palabra.
Muchas
personas me han dicho que seguir el camino del Señor es difícil, yo les digo,
al contrario es fácil porque solamente hay que hacer su justicia, recordemos
que Dios no nos pide imposibles, pide que hagamos lo imposible por seguirlo,
que demos el todo por todo por hacer el bien, por vivir en la verdad y ser
siempre una persona llena de la luz que proviene de lo alto.
Jesús
nos ha dicho que al momento de hablar seamos claro en lo que decimos, que
nuestros pensamientos estén acordes con nuestro corazón, que no alberguemos
doble discursos, siempre tenemos que andar con la verdad aunque duela, el
ejemplo más típico el de Juan el Bautista, murió por denunciar lo que no era
correcto, esa es la tarea del cristiano, denunciar el mal y proveer amor.
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