En
el Evangelio del día de hoy el pasaje del ciego de Betsaida (Mc 8,22-30) es rico
en detalles y en simbolismo. Antes del pasaje, Jesús les habla a sus discípulos
de su ceguera (Mc13-21), ellos tienen la mente cerrada, tienen ojos y no ven,
tienen oídos y no oyen.
Betsaida
era un pueblo de Galilea que significa “casa de suministro” en la cual había un
ciego y le piden a Jesús que lo tocará para que quedará sano. El Señor utilizo dos gestos para realizar la curación: Le colocó saliva en sus ojos y le impuso
las manos. La saliva según San Jerónimo significa el contacto de Jesús con el
ciego, la saliva sale de su boca por donde proviene su Palabra, y le impone las
manos como señal de autoridad.
Jesús
luego de realizarle esas dos acciones, le pregunta al ciego ¿Ves algo? El ciego
le responde que ve hombres pero que los ve caminando como arboles, es decir no
tenia una clara visión de las cosas, de nuevo Jesús le impuso las manos y fue allí
donde su vista fue afinada y veía perfectamente.
Hay
que destacar que la enfermedad del ciego no provenía de nacimiento, la había adquirido
con el tiempo, a lo mejor era una persona mayor.
El
ciego representa a todas las personas que pensamos que tenemos una visión clara
de las cosas, que somos perfectos para emitir juicios , sin embargo, no nos
damos cuenta que mientras no comprendamos la Palabra de Jesús seguiremos siendo “ciegos”. Al igual que el ciego, lo que nos sana es el contacto con lo más íntimo
de Jesús. Si él no está en nuestras vidas seguiremos viendo las cosas opacas y con poco alcance.
La
curación no se dio inmediatamente, se estableció en dos etapas, razón por la
cual debemos entender que nuestro proceso de salvación no es del día a la
mañana, se da en el tiempo y con los medios de Dios. Hay cristianos que creen
que porque se han convertido ya no necesitan del Señor, por el contrario es
cuando más necesitamos.
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