Quiero
compartir con ustedes un extracto del libro “HABLA UN EXORCISTA” del padre
Gabriel Amorth, quien es exorcista del Vaticano, el más reconocido a nivel
mundial. Es interesante lo que dice de los trastornos que el demonio puede causar
al hombre. Asi como habla de los trastornos también nos dice cómo podemos
hacerle frente a este enemigo que nada puede hacernos si nos encontramos del
lado del Señor.
“No
es fácil encontrar escritos que traten
de este asunto, también porque falta un lenguaje común, en el que todos estén
de acuerdo. Me esfuerzo entonces en especificar el sentido de las palabras que
uso aquí y en el resto del libro.
Hay
una acción ordinaria del demonio, que está orientada a todos los hombres: la de
tentarlos para el mal. Incluso Jesús aceptó esta condición humana nuestra,
dejándose tentar por Satanás. No nos ocuparemos ahora de esta nefasta acción
diabólica, no porque no sea importante, sino porque nuestro objetivo es
ilustrar la acción extraordinaria de Satanás, aquella que Dios le consiente
sólo en determinados casos.
Esta
segunda acción puede clasificarse de seis formas distintas.
1.
Los sufrimientos físicos causados
por Satanás externamente. Se trata de esos fenómenos que
leemos en tantas vidas de santos. Sabemos cómo san Pablo de la Cruz, el
cura de Ars, el padre Pio y tantos otros
fueron golpeados, flagelados y apaleados por demonios. Es una forma en la que
no me detengo porque en estos casos nunca hubo ni influencia interna del
demonio en las personas afectadas ni
necesidad de exorcismos. A lo sumo, intervino la oración de personas que estaban
al corriente de cuanto ocurría. Prefiero detenerme en las otras cuatro formas,
que interesan directamente a los exorcistas.
2.
La posesión diabólica. Es el tormento más
grave y tiene efecto cuando el demonio se apodera de un cuerpo (no de un alma)
y lo hace actuar o hablar como él quiere, sin que la víctima pueda resistirse y, por tanto, sin que sea
moralmente responsable de ello. Esta forma es también la que más se presta a
fenómenos espectaculares, del género de los puestos en escena por la película
El exorcista o del tipo de los signos
más vistosos indicados por el Ritual: hablar lenguas nuevas, demostrar una
fuerza excepcional, revelar cosas ocultas.
De ello tenemos un claro ejemplo evangélico en el endemoniado de Gerasa.
Pero que quede bien claro que hay toda una gama de posesiones diabólicas, con
grandes diferencias en cuanto a gravedad y síntomas. Sería un grave error fijarse en un modelo único.
Entre muchas otras, he exorcizado a dos personas afligidas de posesión total;
durante el exorcismo permanecían
perfectamente mudas e inmóviles. Podría citar varios ejemplos con
fenomenologías muy diversas.
3.
La vejación diabólica, o sea trastornos y
enfermedades desde muy graves hasta poco graves, pero que no llegan a la
posesión, aunque sí a hacer perder el conocimiento, a hacer cometer acciones o
pronunciar palabras de las que no se es responsable. Algunos ejemplos bíblicos:
Job no sufría una posesión diabólica, pero fue gravemente atacado a través de
sus hijos, sus bienes y su salud. La mujer jorobada y el sordomudo sanados por
Jesús no sufrían una posesión diabólica total, sino la presencia de un demonio
que les provocaba esos trastornos físicos. San Pablo, desde luego, no estaba
endemoniado, pero sufría una vejación diabólica consistente en un trastorno
maléfico: «Por lo cual, para que yo no
me engría por haber recibido revelaciones tan maravillosas, se me ha dado un
sufrimiento, una especie de espina en la carne [se trataba evidentemente de un
mal físico], un emisario de Satanás, que me abofetea» (2 Cor. 12, 7); por
tanto, no hay duda de que el origen de ese mal era maléfico. Las posesiones son
todavía hoy bastante raras; pero nosotros, los exorcistas, encontramos un gran
número de personas atacadas por el demonio en la salud, en los bienes, en el trabajo, en los afectos... Que quede
bien claro que diagnosticar la causa maléfica de estos males (o sea comprobar
si se trata de causa maléfica o no) y curarlos, no es en absoluto más sencillo
que diagnosticar y curar posesiones propiamente dichas; podrá ser diferente la
gravedad, pero no la dificultad de entender y el tiempo oportuno para curar.
4.
La obsesión diabólica. Se trata de
acometidas repentinas, a veces continuas, de pensamientos obsesivos, incluso en
ocasiones racionalmente absurdos, pero tales que la víctima no está en condiciones
de liberarse de ellos, por lo que la persona afectada vive en continuo estado
de postración, de desesperación, de deseos de suicidio. Casi siempre las
obsesiones influyen en los sueños. Se me dirá que éstos son estados morbosos,
que competen a la psiquiatría. También para todos los demás fenómenos puede
haber explicaciones psiquiátricas, parapsicologías o similares. Pero hay casos
que se salen completamente de la
sintomatologia comprobada por estas ciencias y que, en cambio, revelan síntomas de segura causa o presencia maléfica. Son
diferencias que se aprenden con el estudio y la práctica.
5.
Existen también las infestaciones
diabólicas en casas, objetos y animales.
No me extiendo ahora sobre este aspecto, al que aludiremos más adelante en el
libro. Básteme fijar el sentido que doy al término infestación; prefiero no
referirlo a las personas, a las que, en cambio, aplico los términos de
posesión, vejación, obsesión.
6. Cito, por último, la sujeción diabólica, llamada también dependencia diabólica.
Se incurre en este mal cuando nos sometemos deliberadamente a la servidumbre
del demonio. Las dos formas más usadas son el pacto de sangre con el diablo y
la consagración a Satanás.
¿Cómo defendernos de todos estos
posibles males? Digamos en seguida que, aunque nosotros
la consideramos una norma deficiente, en
sentido estricto los exorcismos son necesarios, según el Ritual, sólo para la
verdadera posesión diabólica. En realidad, nosotros, los exorcistas, nos
ocupamos de todos los casos en que se reconoce una influencia maléfica. Pero
para los demás casos distintos de la posesión deberían bastar los medios
comunes de gracia: la oración, los sacramentos, la limosna, la vida cristiana,
el perdón de las ofensas y el recurso
constante al Señor, a la Virgen, a los santos y a los ángeles. Y es en este
último punto donde deseamos detenernos ahora”.
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