El
capítulo 1 de diversas formas es una introducción a las siete cartas enviadas a
las iglesias en la provincia de Asia. Jesús se dirige a Juan en Patmos y le
dice dos veces que escriba cartas a las siete iglesias de la tierra firme
(1,11-19).
Se
revela como quien es el primero y el último, como el viviente que sufrió muerte
pero está vivo, y quien tiene autoridad final sobre la muerte y el Hades.
Asimismo, cada una de las cartas, después del saludo a cada iglesia, contiene
una frase inicial tomada de la descripción de Jesús de la que Juan ha dado fe.
Cada una de las siete iglesias presenta un aspecto diferente de la apariencia,
poder y autoridad de Jesús.
Iglesia Texto Aspecto de Jesús
Éfeso
2,1 Siete estrellas en su diestra; los candelabros de oro (1,16)
Esmirna
2,8 Primero y último, quien murió y volvió de nuevo a la vida (1,17-18)
Pérgamo
2,12 La espada de dos filos (1,16)
Tiatira
2,18 Ojos de fuego resplandeciente; pies como bronce bruñido (1,14-15)
Sardis
3,1 Siete espíritus y siete estrellas (1,4.16)
Filadelfia
3,7 Tiene la llave (1,18)
Laodicea
3,14 Testigo fiel (1,5)
Asimismo
las siete cartas revelan un paralelismo único: algunas son más largas y otras
más cortas, pero cada una de ellas consiste en siete partes:
1. El saludo a cada una de las siete iglesias
en Asia Menor.
2. Un aspecto de la aparición del Señor a
Juan en Patmos.
3. Una evaluación de la salud espiritual de
la iglesia concreta.
4. Palabras de alabanza o reproche.
5. Palabras de exhortación.
6. Promesas para el que salga victorioso.
7. Un mandato de escuchar lo que el Espíritu
dice a las iglesias.
Las
tres primeras iglesias (Éfeso, Esmirna y Pérgamo), concluyen las cartas
individuales con promesas. Las últimas cuatro (Tiatira, Sardis, Filadelfia y
Laodicea) concluyen con el mandato de oír con atención lo que el Espíritu dice
a las iglesias.
Jesús
alaba y reprocha a cuatro congregaciones: Éfeso, Pérgamo, Tiatira y Sardis.
Alaba a dos: Esmirna y Filadelfia. Y reprende a una: Laodicea. Estas siete iglesias
son representativas de la iglesia universal. Las siete cartas van dirigidas a
todos los lugares donde se reúne el pueblo de Dios para rendir culto, tener
comunión y alcanzar a otros. Por tanto, el número siete no debería tomarse en
sentido absoluto sino más bien como símbolo que representa totalidad. Por otro
lado, mientras estuvo en Éfeso por cierto tiempo Juan conoció íntimamente a las
iglesias del área circundante. Todas se encontraban a una distancia de dos a
cuatro días de viaje a pie, porque Éfeso estaba bien situada en una
circunferencia de forma oval de estas siete iglesias. Las siete iglesias se
enfrentaban a peligros que les eran comunes. Tenían que soportar oposición por
parte de fuerzas externas y engaño de parte de movimientos internos a la
iglesia. Los judíos los calumniaban (2,9); incluso el fiel testigo de Jesús,
Antipas, fue muerto en la ciudad donde vive Satanás (2,13). La profetisa
llamada Jezabel quería que los seguidores de Jesús participaran en su
idolatría, inmoralidad y desenfreno (2,20–25). Los falsos apóstoles, es decir,
los nicolaítas, introdujeron doctrinas engañosas (2,2, 6, 15). Las tentaciones
de ceder eran reales y, si lo hacían, resultaría mortal para la fe de los
creyentes. Luego había la atracción de adoptar una conducta cristiana laxa y el
aliciente de confiar en riquezas materiales (3,1.17). Pero Jesús mandó a los
lectores de estas cartas y a quienes las escuchaban que fueran fieles hasta el
final y que mantuvieran lo que tenían. Si lo hacían así, tendrían el privilegio
de sentarse con él en su trono (3,21).
IGLESIA
DE ÉFESO (2,1-7)
Éfeso
era la capital efectiva de la provincia de Asia (aunque la capital oficial era
Pérgamo). Estaba situada a orillas del mar Egeo y era un centro comercial y
cultural de gran importancia. El templo de la diosa Artemisa (la Gran Diana de
los Efesios) era el centro de referencia de la religiosidad pagana. La
inmoralidad era también característica de esta rica ciudad. La Iglesia de Éfeso
ocupa el primer puesto en el septenario de las cartas. Su comunidad cristiana
estuvo evangelizada por Pablo y Timoteo y, según una tradición digna de todo
crédito, fue lugar de residencia del discípulo amado y quizá, según una antigua
tradición, de la misma Madre de Jesús. Desde Patmos, el cautivo por la Palabra
de Dios y el testimonio de Jesucristo se dirige al ángel de la Iglesia de
Éfeso.
La
Iglesia de Éfeso ha sufrido la persecución y se ha mantenido firme (2,2-3). Dos
veces se hace referencia a la “paciencia en el sufrimiento”. También se
defiende de las doctrinas de los nicolaítas (2,6), un movimiento de tendencia
gnóstica que está contaminado de abe-rraciones morales. Pero la Iglesia se ha
enfriado de su primitivo fervor: ha caído del amor primero (2,4). El Señor la
exhorta a volver a su primer fervor. De otra manera, el Señor tendría que
cambiar su candelero (2,5), es decir, perdería su rango de metrópoli religiosa.
La promesa al vencedor en esta carta a la Iglesia de Éfeso es maravillosa
(2,7). Comer del árbol de la vida es conseguir la vida eterna, la inmortalidad
perdida en el paraíso y reservada ahora a los vencedores. Es la salvación. La
alusión a la Eucaristía como manjar de vida eterna es también probable.
LA
IGLESIA DE ESMIRNA (2,8-11)
A
unos kilómetros al norte de Éfeso, también en la costa del mar Egeo, estaba
Esmirna, ciudad bellísima y célebre por sus templos paganos. La ciudad era
rica, pero la comunidad cristiana carecía de recursos, aunque era rica
espiritualmente. De esta ciudad fue obispo san Policarpo, del que se dice que
había conocido al discípulo amado del Señor. Cristo se presenta como el Primero
y el Ultimo, el que estuvo muerto y revivió (2,8). Con ello se destacan dos
cualidades del remitente. En primer lugar, su carácter divino: él es el Primero
y el Ultimo, un título que se usa de Yahvé en Is 44,6 y 48,12. Él es también el
Resucitado, el que estuvo muerto y revivió. Con ello se pone de relieve que el
que habla es el Señor de la vida, y por ello puede prometer la vida eterna al
vencedor (cf. 2,10-11). También la situación de la Iglesia de Esmirna es de
persecución. Se habla de tribulación, de pobreza, de calumnias por parte de los
judíos (2,9). La expresión “sinagoga de Satanás” refleja una agria polémica
entre la Sinagoga y la Iglesia cristiana. El autor precisa que esa polémica no
es entre el Judaísmo y el Cristianismo, sino entre los que se llaman judíos sin
serlo. (Véase una expresión semejante en la carta a la Iglesia de Tiatira,
3,9.) Seguidamente (2,10) el autor habla del encarcelamiento de algunos por
instigación del diablo. Esa tribulación tendrá una duración limitada (“diez
días”). La tribulación (2,9) se convertirá en triunfo. En el cántico de los
vencedores, tras el sexto sello, los salvados vienen de la gran tribulación
(7,14), y en el cántico de triunfo por la victoria de Miguel sobre el Dragón se
elogia a los que despreciaron su vida ante la muerte (12,11). No obstante,
Esmirna es rica espiritualmente. El Señor, que la anima a mantenerse fiel hasta
la muerte, le dará la corona de la vida. Con ello aparece claro el dramatismo
de la situación y el vigor de la fortaleza cristiana: «manténte fiel hasta la
muerte y te daré la corona de la vida» (2,10). Ser fiel hasta la muerte, es
decir, hasta dar la vida por Dios, por la fidelidad a Cristo: ése es el mensaje
del Apocalipsis. La recompensa es la corona de la vida. Con otras palabras se
dice lo mismo en la promesa final (2,11), donde se habla de ser librado de la
muerte segunda, que es la muerte eterna, la condenación. El fiel no la sufrirá.
De esa manera, la promesa de la carta a Éfeso (comer del árbol de la vida) y la
promesa de la carta a Esmirna (no sufrirá daño en la muerte segunda) es la
misma: la promesa de la vida eterna (cf. 1 Jn 2,25).
IGLESIA
DE PÉRGAMO (2,12-17)
Un
poco más al Norte, a unos kilómetros del mar, está Pérgamo, ciudad con un gran
pasado y con una riqueza considerable. Capital del reino seléucida hasta el 133
a.C., pasó a ser la capital de la provincia de Asia del Imperio Romano. Era
preciosa su biblioteca de 200.000 pergaminos (el nombre “pergamino” proviene
precisamente de Pérgamo donde empezó a usarse en sustitución del papiro). La
ciudad estaba situada en una altura rocosa, donde se levantaba el templo de
Zeus (Júpiter), al que quizá se refiere la expresión «trono de Satanás» (2,13).
El procónsul tenía el “ius gladii”, que probablemente es aludido en la
presentación de Cristo con la espada de dos filos que sale de su boca. Las
ruinas arqueológicas dan todavía idea de la grandiosidad del culto imperial. La
situación de esta iglesia es particularmente grave: persecución violenta por
fuera y peligros por dentro. La comunidad vive donde está el trono de Satanás
(2,13a), es decir, en un centro donde reside el culto imperial y se persigue a
muerte a los que se niegan a adorar al César. Sin embargo, la iglesia se mantiene
fiel a Cristo y cuenta ya con un mártir, Antipas (2,13b). Junto a la
persecución exterior, la Iglesia está amenazada por el peligro de la seducción
moral y de la herejía. Así se lo advierte el Señor (2,14-15). El Señor la
invita a arrepentirse para no tener que venir a luchar contra los corruptores
(2,16). La promesa a esta iglesia de Pérgamo es de una belleza sugestiva
(2,17). El maná escondido es una delicada alusión a la Eucaristía como fuente
de inmortalidad. La imagen nos recuerda el c. 6 de san Juan, con el desarrollo
sobre el maná y el alimento de la vida. La piedrecilla blanca y el nombre nuevo
grabado en ella son como el billete o tarjeta de invitación para entrar en el
banquete del Reino. Ese nombre nuevo es la realidad de la vida nueva, de la
gracia, de la adopción de hijos de Dios, que tendrá su plena eclosión en la
vida eterna (cf. 1 Jn 3,1-2). Ese nombre no lo conoce sino el que lo recibe. Es
el don del amor de alianza, del amor nupcial, de la intimidad con Dios, de la
inhabitación de Dios en el interior del hombre, de la cena de amor de que se
hablará en la última carta (3,20).
IGLESIA
DE TIATIRA (2,18-29)
Tiatira,
situada en el camino de Pérgamo a Sardes, era menos importante, aunque podía
considerarse como un apreciable centro comercial. Lidia (cf. Hch 16,14),
comerciante de púrpura, era de esta ciudad. Era célebre por sus gremios y las
consiguientes formas de religiosidad de las fiestas paganas y del culto
imperial. En un santuario de Tiatira había un oráculo femenino con
características de inmoralidad e idolatría. La figura de Jezabel puede
contener, según algunos, una alusión a esta práctica. El título “Hijo de Dios”,
aplicado aquí a Cristo, se corresponde con la mención del “Padre” que hay en la
promesa (2,28). Por su parte, el rasgo de los ojos como llamas de fuego, con la
función de escudriñar los riñones y los corazones, está tomado de la descripción de Dios en el libro
de Daniel. Este rasgo se encontraba ya en la visión del Hijo del hombre (1,14),
como igualmente la mención de los pies como de metal precioso (1,15). Son
atributos divinos aplicados a Jesucristo.
La
situación de la iglesia de Tiatira merece en primer lugar un completo elogio
(2,19). La descripción contiene una especie de síntesis del cristianismo
perfecto: caridad, fe, espíritu de servicio y esperanza firme (fortaleza en el
sufrimiento); y todo ello en un afán de superación («tus obras últimas
sobrepujan a las primeras», 2,19). No obstante, también a esta Iglesia le
acecha el peligro de la seducción (2,20). Esta vez es obra de una profetisa,
que lleva el nombre de la famosa reina Jezabel, esposa de Ajab, y que se nos
describe como seductora del Reino del Norte en tiempos de Elías (2 R 9,22).
Cristo advierte a esta Iglesia del peligro de esta seductora. Se trata pues de
la misma forma de contaminación moral que hemos encontrado en Pérgamo. Un poco
más adelante, en esta misma carta a la iglesia de Tiatira, se califica esta
doctrina como conocer «las profundidades [secretos] de Satanás» (2,24). Dios ha
dado tiempo a la seductora para arrepentirse de su fornicación, pero no quiere
(2,21). Sigue una seria amenaza (2,22-23). El castigo de Jezabel y de sus
seguidores hará comprender a la Iglesia que nada hay oculto a la mirada de
Cristo, que dará a cada uno según sus obras. Como se ve, también aquí se
aplican a Cristo las mismas funciones de Dios. Cristo consuela a los fieles de
Tiatira, no imponiéndoles ninguna otra carga además de la que tienen (2,24), y
les invita a la fidelidad (2,25). La promesa al vencedor (2,26-29) es también
aquí espléndida. El vencedor, el que guarda las obras de Cristo hasta el fin,
es decir, el que permanece fiel hasta la muerte, participará en el poder
mesiánico de Cristo (2,26-27).
IGLESIA
DE SARDES (3,1-6)
Fue
en la antigüedad un centro de riqueza con un pasado histórico célebre (Creso).
Su situación defensiva privilegiada (en una roca desmoronable) fue garantía de
su seguridad, pero a la vez motivo de su derrota en dos ocasiones. La situación
de la iglesia de Sardes es lamentable. Tiene nombre como de quien vive pero
está muerta. Sus obras no son perfectas a los ojos de Dios (3,2). Cristo la
invita a ponerse en vela, a reanimar el rescoldo que está a punto de apagarse,
a recordar cómo escuchó la Palabra, a arrepentirse. De otra manera, el Señor
vendrá como ladrón a la hora que menos piense (3,3). Esta seria advertencia es
seguida por el reconocimiento de que algunos no se han contaminado (3,4). La
imagen de las vestiduras blancas, símbolo no sólo de pureza, sino también de
victoria y alegría (cf. nota de BJ a 3,5), se reitera en la promesa al vencedor
(3,5). El premio, pues, es en primer lugar el don de las vestiduras blancas
que, como hemos visto, se aplicaban a los pocos que se habían mantenido fieles
en Sardes. En segundo lugar, Cristo promete al vencedor no borrar su nombre del
Libro de la Vida, sino declararse por él delante de su Padre y de los ángeles.
No borrar el nombre del Libro de la Vida es la promesa de la vida eterna (cf. 1
Jn 2,25). Esta promesa es el contenido de todas las cartas. La declaración de
Jesús en favor del fiel delante del Padre y de los ángeles está tomada de las
palabras de Jesús en la tradición sinóptica (Mt 10,32; Lc 9,26).
IGLESIA
DE FILADELFIA (3,7-13)
Situada
como ciudad de irradiación de la cultura griega entre Lidia y Frigia, fue
sacudida por un fuerte terremoto el año 17 d.C. y cambió su nombre dos veces
(en tiempo de Tiberio y en la época de los Flavios). Quizá el nombre nuevo del
que se habla en la promesa al vencedor en esta carta (3,12) contenga una
alusión a ese detalle. La comunidad judía, que era numerosa, es calificada como
la “Sinagoga de Satanás”. La situación de la iglesia de Filadelfia es digna de
alabanza, por la fidelidad con que se mantiene a pesar de las asechanzas de los
enemigos. Los fieles han guardado la Palabra del Señor y no han rene-gado de su
nombre (3,8). Los mismos enemigos se tendrán que postrar a sus pies (3,9). De
nuevo aquí (como en 2,9, en la carta a la iglesia de Esmirna) encontramos la
expresión “Sinagoga de Satanás”, aplicada a los que se proclaman judíos sin
serlo. Como hemos indi-cado allí, el autor no confronta Judaísmo y
Cristianismo, sino Cristianismo y un Judaísmo falseado por una secta. Los
fieles han guardado la recomendación de ser pacientes en el sufrimiento
(3,10a). En atención a ello, el Señor guardará a la Iglesia en la hora de la
prueba que va a venir sobre el mundo entero, para probar a los habitantes de la
tierra (3,10b). Es interesante esta mención de la “hora”. El autor piensa en
las plagas de los cc. 8-9 y del c.16 (cf. nota de BJ a 3,10).
IGLESIA
DE LAODICEA (3,14-22)
Situada
ya en el interior, hacia el centro de la península anatólica, nos es conocida
por las cartas de san Pablo (Col 4,15-16). Estaba situada en el camino
principal de Éfeso a Siria. Era un importante centro de riqueza, con muchos
bancos y famosa por su industria textil (lana negra) y por su escuela de
medicina y producción de ungüentos para los oídos y colirios para los ojos. La
situación de la Iglesia de Laodicea es la tibieza; pero no la tibieza en el
sentido en que habitualmente se entiende (falta de fervor), sino la tibieza en
el sentido de algo que provoca asco, es decir, de una situación espiritual
pecaminosa grave, que provoca el desagrado divino. Los calificativos con que el
Señor describe al ángel de la Iglesia son dignos de atención: pobre, ciego y
desnudo (3,17). El Señor le aconseja remediar su pobreza comprando el oro
acrisolado de la gracia, cubrir su desnudez con vestidos blancos y ponerse
colirio en los ojos para remediar su ceguera espiritual (3,18).
La
reprensión del Señor es fruto de su amor (3,19). Esta invitación al fervor y al
arrepentimiento es seguida por una conmovedora “declaración de amor”, que
solicita la respuesta del alma fiel (3,20). Cristo llama –está a la puerta– y
quiere tomar posesión de la iglesia, su esposa. Pero respeta la libertad y
espera delicadamente a que se le abra. La dicha de abrirle es formulada con una
doble expresión. En primer lugar, «entraré en su casa»: Jesús vendrá a habitar
en el corazón del fiel. Ello nos recuerda la promesa de la inhabitación divina
en Jn 14,23: «si alguno me ama, guardará mi Palabra, y mi Padre le amará, y
vendremos a él, y haremos morada en él» (Jn 14,23b). En segundo lugar se habla
de la cena, signo de amor: «cenaré con él y él conmigo». La alusión a la
Eucaristía no agota la grandiosidad de la imagen. Es la promesa de la intimidad
del Señor, de su amor nupcial, de la alianza mutua (cenaré con él y él
conmigo). La comunión en el cielo se adelanta en la comunión de amor: la gracia
y la Eucaristía.
MENSAJE
DE CONJUNTO DE LAS SIETE CARTAS
· Las cartas nos hablan del Dios y Padre
de Jesucristo. Así, en la carta a la iglesia de Tiatira, Cristo aparece como
“El Hijo de Dios”: «Esto dice el Hijo de Dios, cuyos ojos son como llama de
fuego y cuyos pies parecen de metal precioso» (2,18). En la carta a la iglesia
de Sardes, Jesucristo promete al vencedor: «El vencedor será así revestido de
blancas vestiduras y no borraré su nombre del libro de la vida, sino que me
declararé por él delante de mi Padre y de sus ángeles» (3,5). De la misma
manera, en la carta a la iglesia de Filadelfia se dice: «Al vencedor le pondré
de columna en el Santuario de mi Dios, y no saldrá fuera ya más; y grabaré en
él el nombre de mi Dios, y el nombre de la ciudad de mi Dios, la nueva
Jerusalén, que baja del cielo enviada por mi Dios, y mi nombre nuevo» (3,12).
Finalmente, en la carta a la iglesia de Laodicea, se promete: «Al vencedor le
concederé sentarse conmigo en mi trono, como yo también vencí y me senté con mi
Padre en su trono» (3,21). Por ello, Jesucristo hace de los redimidos un reino
de sacerdotes para su Dios y Padre(1,6). El Padre es el origen y meta de todo
el designio salvador.
· Las cartas contienen un anuncio de la venida del Señor. Esta venida se refiere bien a una intervención
particular para corregir a determinada Iglesia (2,5; 3,3) bien a una visita
para premiarla (3,11). Otras veces se habla de la vuelta del Señor como de un
acontecimiento conocido por la catequesis, es decir, de la segunda venida
(2,25) o de las tribulaciones de la hora de la prueba (3,10). De este modo, las
cartas se encuadran en toda la tensión de espera del Señor que se da en el
resto del libro, especialmente al final («Ven Señor Jesús»: 22,20).
· Las cartas ponen de relieve
también la presencia y acción del
Espíritu en la comunidad cristiana. La expresión «el que tenga oídos, oiga lo
que el Espíritu dice a las Iglesias» es una indicación de que el contenido del
Apocalipsis es una inspiración del Espíritu Santo. Al final se nos dirá: «El
Espíritu y la Novia dicen: ‘Ven’» (22,17).
· Las cartas proclaman el señorío de
Cristo sobre la Iglesia y sobre el mundo. Los títulos cristológicos con que
comienzan cada una de las cartas contienen una referencia a los rasgos de la
figura majestuosa de Cristo Rey y Sacerdote de la visión inaugural del c. 1.
Unas veces son títulos divinos: el Primero y el Ultimo, el Amén, el Santo, el
Veraz, el Principio de las criaturas de Dios, aquel cuyos ojos son como llama
de fuego y cuyos pies son como de metal precioso. Otros títulos, como el de
Hijo de Dios, nos remiten al contenido esencial de la fe neotestamentaria.
Otras veces son expresiones de su poder mesiánico: el que tiene la llave de
David. Finalmente otros títulos expresan su señorío sobre la Iglesia: el que
tiene las siete estrellas en su mano. La cristología de los títulos se completa
con las alusiones cristológicas en el resto de las cartas (p.e. referencia a
atributos divinos: 2,23; referencia a poderes mesiánicos: 2,26-27; etc.).
· Las cartas contienen asimismo una
eclesiología riquísima por vía de alusión: los ángeles de las iglesias son las
estrellas en las manos del Señor, y las iglesias son los candeleros en medio de
los cuales camina el Señor (1,20). Las iglesias participan delpoder mesiánico
de Cristo (2,26-29). La Iglesia es la nueva Jerusalén que baja de lo alto
(3,12).
· Las cartas insisten en la
dimensión escatológica en múltiples
afirmaciones y con las más variadas imágenes. el Señor Resucitado, el Viviente,
ofrece al vencedor como premio la corona de la vida (2,10). Ello se encuentra
de una u otra manera, como hemos visto, en todas las cartas: el árbol de la
vida (2,7), el maná escondido y el nombre nuevo (2,17), el Lucero del alba
(2,28), no borrar el nombre del libro de la vida (3,5), declararse ante el
Padre por el vencedor (ibid.), ser columna en el Santuario de Dios (3,12),
sentarse en el trono con Cristo en el cielo (3,21). El triunfo de Cristo y del
cristiano sobre la muerte es el gran anuncio. El anuncio del juicio y de la
prueba suprema del mundo completa esta dimensión escatológica (3,10). El mal y
la seducción serán vencidos.
· Las cartas contienen también una
síntesis de la vida cristiana como fe, esperanza, amor, espíritu de servicio,
fortaleza en el sufrimiento (2,19), testimonio explícito de Cristo (3,8),
limpieza de la fornicación y repudio de la idolatría (2,14-16), fidelidad hasta
la muerte (2,10).
· Las cartas aluden a los sacramentos del
Bautismo, con que son lavados los cristianos (vestiduras blancas, 3,4), y de la
Eucaristía, con la mención del maná escondido (2,17) y con la evocación de la
Cena del Señor (3,20).
· Las cartas están llenas de la mística
de la comunión de la Iglesia con el Señor resucitado. Es una unión nupcial
(3,20) y una unión de amor; una unión de destino en la gloria; una unión de
victoria (3,21). De esa manera se prepara el tema de las Bodas del Cordero.
EL
OBJETIVO DE LAS CARTAS: ANIMAR A LA FIDELIDAD
Toda
esta riqueza de contenido de las cartas tiene una finalidad: sostener a los
cristianos en la hora difícil de la prueba que están pasando: la persecución.
La victoria de Cristo a través del martirio es el gran argumento para mantener
viva la esperanza y la fortaleza del cristiano. Esa fidelidad cubre dos
frentes: fidelidad al Evangelio en el amor práctico y en la pureza de
costumbres, manteniéndose alejado de la seducción de las doctrinas aberrantes
de gnósticos y paganos; fidelidad a Cristo hasta la muerte, negándose a la
idolatría y a las exigencias del culto al emperador como dios. El cristiano,
fiel hasta la muerte, espera la corona de la vida.
La
Palabra de Dios permanece para siempre. El mensaje de las cartas del
Apocalipsis es para todos los tiempos, y muy especialmente para los tiempos
difíciles. La doctrina de los nicolaítas y la seducción de Jezabel tiene hoy su
continuidad en el hedonismo y agnosticismo de la sociedad consumista. La
idolatría del culto al emperador se traduce hoy en la tiranía de otros ídolos.
La persecución cruenta subsiste en muchos lugares, y en los demás es sustituida
por una persistente campaña de descristianización y de pérdida del sentido de
Dios. El nombre de Dios es blasfemado o silenciado, y no es reconocido su
dominio sobre la creación. La vida pública renuncia a los signos que expresan
su reconocimiento de Dios, Padre y origen del hombre. En estas circunstancias
no deja a la vez de ser cierto que el Señor tiene en cada iglesia un número de
fieles que no han manchado sus vestidos (3,4) ni conocen los secretos de
Satanás (2,34). Antes al contrario, guardan la Palabra del Señor (3,8) y viven
la plenitud de la vida cristiana: la caridad, la fe, el espíritu de servicio,
la paciencia en el sufrimiento (2,19). Otros, en cambio, están a punto de morir
(3,2) o caminan en la ceguera espiritual (3,17).
El
Apocalipsis, y concretamente las siete cartas, contienen un mensaje de aliento
a los cristianos que permanecen fieles: «al vencedor le daré la corona de la
vida» (2,10). A la vez son una seria advertencia a los que están a punto de
perder la fe: Jesús les ofrece el colirio que puede devolverles la visión de la
fe (3,18). El Señor llama a su puerta solicitándoles dejarle entrar en su vida;
les invita a su amistad, a la cena de amor (3,20), que llene de sentido su
existencia. A todos, Cristo Rey les invita a ser fieles para sentarse con Él en
su trono, como Él venció y se sentó con el Padre (cf. 3,21). El mensaje del
Apocalipsis es de triunfo, un triunfo conseguido a través de la fidelidad, es
decir, de mantenerse firmes en el pilar de la Palabra divina, de vencer las
asechanzas del tentador.