El texto que nos presenta Juan
(3,14-21) hay que ubicarlo en su verdadero contexto para entender el mensaje
que el evangelista nos quiere trasmitir, el comentario tomado de la “Biblia Comentada de Nacar y Colunga” es
bien interesante y esclarecedor.
“En esta revelación que Cristo está
haciendo (Jn 3,14-15), no sólo se presenta El como objeto de fe, sino también
de vida. Y precisamente esta vida la presenta huyendo de su misma muerte
redentora. La enseñanza se hace con la referencia a la escena de la serpiente
de bronce en el desierto. A la protesta de los hijos de Israel en el desierto
de Faraón. Dios envía contra ellos serpientes venenosas, cuyas mordeduras eran
cáustico-febriles y causadoras de muerte. Reconociendo el pueblo su pecado,
pide perdón. Y Yahvé ordena a Moisés hacer una serpiente de bronce y ponerla
bien a la vista, sobre un asta. Y todos cuantos, habiendo sido mordidos, la
mirasen, sanarían (Núm 21,5-9).
Pero ya el autor del libro de la
Sabiduría comentaba, “El que se volvía a mirarla no era curado por lo que veía,
sino por ti, Salvador (Yahvé) de todos” (Sab 16,7). Por eso, el mismo autor
llama a aquella serpiente de bronce “símbolo de salvación” (Sab 16,6).
Aquella imagen era una ordenación “típica”
hecha por Dios, en el A.T., de la plena realidad de Cristo en la cruz.
Si la evocación “típica” de la escena
mosaica en el desierto se hace ahora, lo es para recordar el pasaje y
contrastar la superioridad de la obra de Cristo, verdadero Liberador y
Redentor, sobre el primer liberador, Moisés (Jn 1,17; 5,45). Es un intento
“tipológico” del evangelio de Jn y del Ν. Τ., bien conocido.
El pecado fue introducido por la
seducción de la gran serpiente (Gen 3,1ss), que es el diablo (Jn 8,44). Los
hombres se encuentran “mordidos” por la serpiente, y están condenados a la
muerte. Pero Dios dispone el plan salvador de ellos. Análogamente a la
serpiente de bronce, levantada en alto, así “es preciso que el Hijo del hombre
sea elevado.”
El verbo que se usa, “elevar” (ύψόω), se emplea
por Jn, sea para significar la “elevación” a la cruz, sea para expresar la
“glorificación” de Cristo (Jn 8,28; 12,32.34). Pero, en Jn, la muerte de
Cristo, su “elevación” a la cruz, es un paso a su “glorificación”,
glorificación en la manifestación de su divinidad en su resurrección, en su
ascensión.
Por eso, esta “elevación” de Cristo
queda redactada en forma elíptica, por el evangelista para dejar la sugerencia
amplia de la necesidad de “ver” a Cristo “elevado,” que es “verle” como Hijo de
Dios. El mismo dijo, “Cuando levantéis (vosotros) al Hijo del hombre (en la
cruz), entonces conoceréis que soy yo” (Jn 8,28), por la gloria de su
resurrección, el Mesías-Hijo de Dios. Es decir, por la “elevación” de El a la
cruz conocerán la “elevación” de El donde estaba antes “de la creación del
mundo” (Jn 17,24), que es de donde El “bajó” (Jn 3,13), del “seno del Padre”
(Jn 1,18).
Dados los prejuicios judíos sobre el
Mesías, nacional y político, en la expresión “así conviene que sea levantado el
Hijo del hombre,” existe cierto énfasis, para indicar con ello que éste es el
verdadero trono de gloria del Mesías.
Es, por tanto, a Cristo, así
“elevado” en la cruz, como es necesario “verle” y “creer” en El para tener la
“vida eterna.” Para Jn, “ver” y “creer” son sinónimos (Jn 6,40). A la “visión”
de la serpiente de bronce corresponde aquí otro modo de visión, que es la “fe”
en El. Sólo esta fe en ver a Cristo elevado en la cruz y muerto como Mesías e
Hijo de Dios da la “vida eterna.” Es éste un misterio esencial.
La
lectura de una parte de este pasaje tiene dos formas en los códices,
a)
“El que cree tenga en El vida eterna.”
b)
“El que cree en El tenga vida eterna.”
La valoración crítica es muy
discutida. Es bastante frecuente admitir la primera. Fundamentalmente, el
pensamiento no cambia.
Naturalmente, esta fe que se exige no
exime de las obras. Si la expresión tiene aquí sentido afirmativo, no lo tiene
exclusivo. No puede ponerse nunca a Cristo en contradicción consigo mismo, ni
tampoco al evangelista, el cual dice en el v.21 de este mismo capítulo que “el
que obra la verdad viene a la luz,” pues esas obras “están hechas en Dios.”
Discuten los autores si estas
palabras que anteceden (v. 16-21) son de Cristo o son “consideraciones” del
evangelista penetrando la doctrina de Cristo. Y las razones que hacen ver como
más probable, que son “consideraciones” del evangelista, son las siguientes,
Las expresiones que se leen aquí,
“Hijo unigénito” (v.16-18), “creer en el nombre” (v.18), “hacer la verdad”
(v.21), nunca aparecen en boca de Cristo; por el contrario, son expresiones
propias de Jn, como se ve en otros lugares suyos (Jn 1,14.18; 1 Jn 1,16; 3,23;
4,9; 5,13). La misma forma aquí usada (ούτως γαρ; ν. 16), que
abre la sección, es la que Jn suele utilizar para expresar sus propias
consideraciones (Jn 2,25; 4,8; 5,13.20; 6,33; 13,11).
El mismo tono impersonal en que se
habla no es de Cristo. Es el tono de una persona distinta; no es el tono del
que habla de su propia doctrina. A lo que se añade que estos versículos no
añaden doctrina nueva. Siendo esta perícopa reflexiones teológicas hechas por
el evangelista con motivo de la doctrina expuesta por Cristo, la unión de este
pasaje con lo anterior es sólo lógica. A Juan le interesa, más que el hecho
histórico de Nicodemo, cuya persona pronto olvidó, la doctrina salvífica que
Cristo expuso y el estado psicológico de tantos contemporáneos de Nicodemo y
del evangelista, como lo acusa igualmente en el “prólogo” de su evangelio y de
sus epístolas.
Ante la “elevación” de Cristo en la
cruz (Jn 3,16-18), como “antitipo” de la serpiente de bronce del desierto, el
evangelista ve en ello la obra suprema del amor del Padre por el “mundo.” Este
tiene dos sentidos en Jn. El “mundo” es la universidad étnica, contrapuesta a
Israel (Jn 4,42; 6,33.51; 12,47); pero frecuentemente lleva un matiz pesimista,
los hombres malos (Jn 1,10; 12,31; 16,11; 1 Jn 2,16; 4,4ss; 5,19).
Aquí, pues, el contraste está entre
el “amor” profundo que el Padre demostró al “mundo” malo con la prueba suprema
que le dio. Pues “entregó” a su Hijo unigénito. Este no sólo se “encarnó,” no
sólo fue “enviado,” sino que lo dio, que en el contexto es, lo entregó a la
muerte. Acaso esté subyacente en Jn la tipología del sacrificio de Isaac,
Padre/Hijo.
Pero la muerte de este Hijo unigénito
tiene una finalidad salvadora para ese “mundo” malo. Y es que todo el que “crea
en El,” que es, en la teología yoannea, valorarlo como el Hijo de Dios, pero
entregándosele como a tal (Jn 6,26ss; 15,5), “tenga la vida eterna.”
El evangelista resalta que el Padre
no envió a su Hijo para que “condene” al mundo, sino para que éste sea salvo
por El. Este insistir pleonásticamente en forma antitética negativo-positiva
(semitismo), en esta obra de no “condenación” del mundo por Cristo, mira a
precisar la misma ante las creencias divulgadas en aquel medio ambiente, según
las cuales habría un castigo previo a la venida del Mesías — los “dolores
mesiánicos” — , y haciéndole intervenir a El cómo ejecutor de los mismos en su
obra. Ni va esto contra los poderes judiciales de Cristo, ya que,
primordialmente, vino a salvar.
Juan ve cómo automáticamente se
establece en los “hombres” un juicio condenatorio por su actitud ante Cristo.
“El juicio consiste en que vino la
Luz al mundo.” Es la encarnación de Cristo (Jn 1,9; 8,12; 12,46ss). Con su
venida al mundo se establece un juicio, consistente en su actitud ante El. Este
juicio, o mejor, esta “condenación,” consiste en “no creer en el nombre del
unigénito Hijo de Dios.” Es un juicio personal que se realiza en lo íntimo del
alma.
El “nombre” para los semitas está por
la persona. Consiste, pues, en no creer en la persona de Cristo como Hijo de
Dios, tema del cuarto evangelio (Jn 20,31), por cuya fe en El se tiene vida.
El que “no cree” en la filiación divina
de Cristo Mesías (Jn 20,31) ya “está condenado.” Naturalmente, se habla en un
tono de tipo “sapiencial”; no considera el evangelista la posibilidad de
rectificarse el juicio condenatorio. No es, pues, una “escatología realizada.”
A la hora de la composición del
cuarto evangelio, sobre el último decenio del siglo I, el evangelista había
visto la obra de las Tinieblas ensañarse contra la Luz. En Asia Menor, en
Efeso, donde, según la tradición, escribe el evangelio, Jn había visto la obra
de la gentilidad para no recibir la vida que le venía de Cristo-Luz (Act
19,23ss). Hasta había visto las herejías nacientes (1 Jn 2,18ss), y los
peligros “judaizantes,” y la ceguedad judía. Esta unión trágica de los hombres
amando más las Tinieblas que la Luz, debió de pasar por la mente de Jn al
escribir estas “reflexiones.” Así la luz es término escatológico.
Y, ante esta obstinación, el juicio
“condenatorio” se produce automáticamente en los hombres, al separarse de
Cristo-Luz, quedan en las tinieblas (Jn 8,12); al separarse de Cristo-Vida,
quedan en la muerte (Jn 15,5).
Posiblemente aquí las “tinieblas” que
aman los seres humanos, no solamente es el error, como contrapuesto a la
verdad-luz, sino que acaso también se refiere al mundo diabólico, como fondo
malo, en el que los seres humanos malos
se mueven y en los que él influye y dirige (Jn 1,5; Col 1,13; 1 Pe 2,9).
Pero la razón de esta obstinación de
los humanos en no aceptar la Luz, “que luce en las tinieblas” (Jn 1,5), es que
“sus obras eran malas.”
El evangelista ilustra esta enseñanza
con un símil tomado de la luz en función de la vida social. Fuera de casos de
pretenciosos libertinos que quieren presumir del mal, normalmente el que obra
el mal evita la luz para no exhibirse, “aborrece la luz. para que sus obras no
sean reprendidas.”
Pero aquí, junto con ese elemento
parabólico, debe de estar mixtificado o subyacente otro elemento alegórico.
Los que obran el mal — gentiles o
judíos — no quieren venir a la luz, pero esta Luz es aquí a la fe en Cristo,
Hijo de Dios, porque, ante sus enseñanzas, las obras de ellos son condenadas.
En contraposición antitética, se
expone la conducta del que “hace la verdad” (ó δε ποιών την άλήθε(αν). La
“Verdad” es la revelación del Verbo.
Es la contra posición “al que
practica el mal” del versículo anterior. Y es un semitismo que expresa ser
conforme la conducta a la voluntad divina (1 Jn 1,6).
El que así obra “viene a la luz.” La
razón es “para que” o “de modo que” sus obras sean manifestadas “como hechas en
Dios.”
“Hechas en Dios” es expresión que
significa “en comunión con El” (1 Jn 1,6), la suprema ansia evangélica”.
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