Las
precedentes revelaciones de Jesús sobre su origen divino -«Yo soy el pan de
vida» (v. 35) y «yo he bajado del cielo» (v. 38) - habían provocado el
disentimiento y la protesta entre la muchedumbre, que empieza a murmurar y se
muestra hostil. Es demasiado duro superar el obstáculo del origen humano de
Cristo y reconocerle como Dios (v. 42). Jesús evita entonces una discusión
inútil con los judíos y les ayuda a reflexionar sobre su dureza de corazón,
enunciando las condiciones necesarias para creer en él.
La
primera es ser atraídos por el Padre (v. 44), don y manifestación del amor de
Dios a la humanidad. Nadie puede ir a Jesús si no es atraído por el Padre. La
segunda condición es la docilidad a Dios (v. 45a). Los hombres deben darse
cuenta de la acción salvífica de Dios respecto al mundo. La tercera condición
es la escucha del Padre (v. 45b). Estamos frente a la enseñanza interior del
Padre y a la de la vida de Jesús, que brota de la fe obediente del creyente a
la Palabra del Padre y del Hijo.
Escuchar
a Jesús significa ser instruidos por el mismo Padre. Con la venida de Jesús, la
salvación está abierta a todos, pero la condición esencial que se requiere es
la de dejarse atraer por él escuchando con docilidad su Palabra de vida. Aquí
es donde precisa el evangelista la relación entre fe y vida eterna, principio que
resume toda regla para acceder a Jesús. Sólo el hombre que vive en comunión con
Jesús se realiza y se abre a una vida duradera y feliz. Sólo «el que come» de Jesús-pan
no muere. Es Jesús, pan de vida, el que dará la inmortalidad a quien se
alimente de él, a quien interiorice su Palabra y asimile su vida en la fe.
He querido destacar el comentario GIORGIO
ZEVINI y PIER GIORDANO CABRA el cual lo considero muy atinente y claro.
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