COMENTARIO AL EVANGELIO DEL DOMINGO XXIX DEL TIEMPO ORDINARIO

viernes, 14 de octubre de 2011

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En el Evangelio de este Domingo, ante una pregunta insidiosa de los fariseos unidos a los herodianos, Jesús reafirma el deber de obedecer a la autoridad civil. El Señor da una respuesta de una hondura divina: Dad al César lo que es del César, lo que le corresponde (tributos, obediencia a las leyes justas), pero no más de ello, porque el Estado no tiene una potestad y un dominio absoluto. Como ciudadanos normales, los cristianos tienen “el deber de aportar a la vida pública el concurso material y personal requerido por el bien común” (CONC. VAT II, Gaudium et spes). Por su parte, las autoridades están gravemente obligadas a servir al bien común sin buscar el provecho personal, a legislar y gobernar con el más pleno respeto a la ley natural y a los derechos de la persona desde el momento de su concepción.
A nadie le gusta mucho tener que pagar impuestos y mucho menos le gustaba al pueblo judío tener que pagarlos a los romanos, como se les exigía desde el año 6 después de Cristo.
Ese pueblo, soportaba al invasor y encima tenía que mantenerlo. Y además, el emperador romano se hacía tratar como un dios.
Usaba títulos divinos y exigía actos de culto. Por eso muchos pensaban que para ser fieles al Único y Verdadero Dios no se debía aceptar la autoridad del emperador ni se debían pagar los impuestos. Y los fariseos le preguntan a Jesús, si es lícito pagar, es decir, si al pagar los impuestos se está pecando.
La pregunta encerraba una trampa: si Jesús decía que había que pagar, entonces lo acusarían de aceptar al César como Dios, y si decía que no había que pagar, entonces lo acusarían de subversivo ante las autoridades romanas.
Pero Jesús no les contesta con sí o con no sino con una exhortación: ¨Den al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios En esta ocasión, el Señor reconoció el poder civil y sus derechos, pero advirtió claramente que deben respetarse los derechos superiores de Dios (CONC. VAT. II, Dignitatis humanae), pues existe en el hombre una dimensión religiosa profunda, que informa todas las tareas que lleva a cabo y que constituye su máxima dignidad. A su respuesta agrega: Dad… a Dios lo que es de Dios. Cuando el cristiano actúa en la vida pública, no debe guardar su fe para mejor ocasión. Por el contrario, ha de ser luz y sal donde se encuentre.

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