¿COMO LEER LA BIBLIA HOY?

jueves, 24 de noviembre de 2011

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En los primeros siglos de la Iglesia, la lectura de la Biblia era una práctica común en las comunidades cristianas y constituía una parte importante de la vida espiritual de los creyentes. Con el pasar de los siglos, se va imponiendo en la vida del pueblo de Dios, una concepción diferente de la fe, que poco a poco, fue reservando la lectura de la Biblia a los “entendidos” en general, a los miembros del clero. La lectura espiritual va reemplazando la lectura bíblica  con textos  de meditaciones y reflexiones. La lectura de la Palabra no se fomenta. El texto integro no era  accesible a todos. Desde los siglos XII-XIII, estas posturas se van consolidando en el seno de la Iglesia, para constituir la norma de los siglos venideros.
Desde comienzos de nuestro siglo, en parte impulsado por el renovado empuje que produjeron los estudios críticos literarios de los textos bíblicos, el proceso comenzó a revertirse muy lentamente.

Sin embargo,  el Concilio Vaticano II se pronuncia con insistencia en retomar la práctica de la lectura bíblica, despejando el camino para que la Biblia vuelva a todo el pueblo cristiano. “Es conveniente que los cristianos tengan amplio acceso a la Sagrada Escritura” Dei Verbum 22. “Así pues, con la lectura y el estudio  de los libros sagrados la palabra de Dios se difunda y resplandezca  y el tesoro de la revelación, confiado a la Iglesia, llene más y más los corazones de los hombres” Dei Verbum 26.
En nuestro continente latinoamericano, los documentos de Medellín, Puebla, Santo Domingo y Aparecida  renuevan la invitación  a leer la Biblia para llevar a la vida cotidiana la Palabra de Dios.
En nuestros días, la lectura de la Biblia es una práctica encarnada en el corazón de la vida de fe del pueblo, que retornando a la Palabra de Dios, intenta caminar con mayor fidelidad al proyecto de vida que inspira la Biblia.
A la pregunta ¿Cómo leer hoy la Biblia? Puede responderse de muchas maneras. Existen diversas formas y métodos que enriquecen la vida eclesial. Así como también hay prácticas que promueven una lectura de la Biblia  alienante y fundamentalista que nada tiene que ver con el proyecto liberador de Dios.
Cuando se lee el relato de los discípulos de Emaus (Lc 24, 13-35) este nos aporta una  metodología:
•          Parte de la realidad de los discípulos.
•          Los textos bíblicos iluminan esa realidad y ayudan a discernir el camino del Resucitado
•          El proceso se realiza en una comunidad de fe.
•          La Palabra inspira la conversión, activa la esperanza y moviliza a los discípulos.
La comunidad que lee la Biblia desde la realidad libera la fuerza transformadora de la Palabra, que vuelve a la realidad, para transformarla.
El relato  nos aporta, además de la metodología que propone Jesús, un acertado criterio para evaluar nuestra propia practica.
Una lectura, tanto personal como comunitaria, de la Biblia, según el Espíritu de Jesús, produce la conversión.
Carlos Mesters famoso biblista  fundador del Centro Ecuménico de Estudios Bíblicos  nos dice la clave de la lectura bíblica, para ello es necesario distinguir 3 pasos:
 1. El Pretexto: Es la realidad a partir de la cual se lee la Biblia. La vida compartida, con sus alegrías y tristezas, sus señales del reino y sus injusticias de muerte.
2. El Texto: Es la palabra de Dios escrita en la Biblia. A la Cual hay que conocer para poder  interpretar su mensaje. En primer lugar y con elementos como; géneros literarios, situación histórica, conflictos, características, etcétera, es posible conocer que quiso trasmitir el autor inspirado para la gente de su época.
3. El Contexto: Es la fe de la comunidad, de la madre Iglesia, con su Tradición y Magisterio que 
         nos orientan sabiamente en la interpretación de las escrituras.
“La Palabra de Dios (texto), leída en comunidad (contexto), a partir de la realidad (pretexto) es fecunda y vital, transforma el corazón y nos compromete a descubrir en las cosas que vivimos el paso de Dios”.

LECTIO DIVINA

Esta práctica es tan antigua como la Iglesia misma. Este nombre se atribuye a Orígenes, quien afirmaba que la lectura de la Biblia exigía mucha atención y continuidad para que diera frutos.
La práctica de la lectura orante tiene antecedentes en los primeros siglos de la Iglesia. Desde la aparición de los primeros escritos las comunidades cristianas se reunían para realizar la lectura orante de la Palabra, desde la fe en Jesús, el Resucitado, y animados por su Espíritu. Pero es recién hacia el año 1150 cuando un monje llamado Guigo escribe un método para realizarla proponiendo los cuatro pasos: la lectura, la meditación, la oración y la contemplación, que con algunas variantes perduran hasta nuestros días.
Es importante tener en cuenta que en la Edad Media, cuando el monje Guigo propone estos pasos para leer la Biblia con provecho y encontrar en ella las raíces de toda espiritualidad verdadera, la Lectio Divina estaba unida a la vida cotidiana de los monjes de aquel tiempo. Los ritmos del día acompañaban los momentos de oración y el lema de vida era "Ora et labora", o sea Rezar y Trabajar.
La vida, lo cotidiano, expresado en la dura tarea del trabajo para sobrevivir se integraba en armonía con la oración y la vida de fe. En nuestros días se tiende a separar las esferas de la fe y de la vida cotidiana.
Como cristianos debemos esforzarnos en integrar ambas realidades, que son como las caras de una misma moneda. La fe se vive y se juega en las cosas de todos los días. La unión entre fe y vida es vital para que podamos responder, con Jesús, al desafío de construir el Reino de Dios.

Para conducir la vida (practicar) según los criterios de Dios (conversión).

1. Lectura: «Desconocer la Escritura es desconocer a Cristo» (San Jerónimo)
- Se trata, simplemente, de leer, leer y releer la Biblia hasta familiarizarnos con ella. La Biblia no es un libro anticuado e insignificante para nuestra vida, sino ACTUAL Y SIGNIFICATIVO. Tiene mucho que decirnos sobre nosotros mismos, sobre el mundo y sobre el momento histórico que vivimos. Pero para descubrir ese nexo entre la Palabra, escrita hace siglos, y nosotros, es preciso leer de forma constante y continua, perseverante y diaria.
- A través de la lectura tratamos de responder a una pregunta: ¿qué dice el texto? Hay diversos modos de intentar responder a esa pregunta o, lo que es lo mismo, de encontrar el sentido literal del texto. Por ejemplo, por medio de un triple acercamiento:
•          Literario:
Análisis de las palabras que constituyen el texto (sustantivos, adjetivos, verbos...), cayendo en la cuenta de sus campos semánticos, sus sinónimos y antónimos...
Atención a las repeticiones de palabras o frases.
Atención a los personajes y sus acciones.
Atención a las indicaciones de tiempo y lugar.
Atención al contexto literario: qué precede y qué sigue a nuestro texto, de modo inmediato y de modo más general (qué lugar ocupa el texto en la estructura general del libro).
•          Histórico:
   Cuál es la situación socio-cultural, económica, política y religiosa en la que se compuso el texto.
•          Teológico:
   Qué dice Dios al pueblo en aquella situación concreta. Cuál es el mensaje clave del texto.

2. Meditación: «María custodiaba estas cosas rumiándolas en su corazón» (Lc 2,19)
Tras responder a la pregunta ¿qué dice el texto?, ahora abordamos otra cuestión: ¿qué me dice el texto a mí, a nosotros? Se trata de actualizar el mensaje y entrar en diálogo con el Dios que nos habla, en él, aquí y ahora.
¿Cómo podemos hacer la meditación?
•          A través de una serie de preguntas que establecen una conexión entre el texto y nuestra vida:
¿Qué diferencias y qué semejanzas encontramos entre la situación del texto y la nuestra?
¿Qué conflictos del pasado existen todavía hoy?
 ¿Cuáles son diferentes?
¿Qué dice el mensaje del texto para nuestra situación actual?
¿Qué cambio de comportamiento me sugiere a mí?
¿Qué quiere hacer crecer en mí, en nosotros?, etc.
 Repitiendo el texto, "rumiándolo", masticándolo. Por ello es bueno resumir el texto en una frase (preferentemente del mismo texto) para repetirla durante todo el día, en la calle, en el metro, durante el trabajo... De este modo, la Palabra, como una gota de agua que incansablemente se deslizara sobre una roca hasta trazar un surco e incluso romperla, irá penetrando, abriendo y transformando nuestra persona, lenta pero realmente. En este proceso es el Espíritu, presente en la Palabra, el que obra esa transformación.

3. Oración: «El Espíritu viene en ayuda de nuestra debilidad, pues nosotros no sabemos pedir como conviene» (Rom 8,26)
La pregunta de este tercer escalón es: ¿qué me/nos hace decirle a Dios el texto?
En este momento especialmente dedicado a la oración, el creyente responde a Dios, movido por el Espíritu. Puede hacerlo valiéndose de los salmos (como hizo el mismo Jesús), de oraciones ya existentes, de cantos o de palabras brotadas espontáneamente de sus labios al hilo de la experiencia.

4. Contemplación: «Y  miró Dios a los hijos de Israel y conoció... "Bien vista tengo la aflicción de mi pueblo en Egipto. He escuchado y he bajado para librarle"» (Éx 2,25; 3,7-8)
 Podríamos entender la contemplación como un "retorno al paraíso perdido", como un gusto y dulzura inefables, experimentados en el corazón de quien hace de la Palabra de Dios el único punto de referencia de su vida.
El riesgo de esta concepción es el intimismo, el nacimiento de una piedad "estufa" o "seno materno" con la que el creyente se encuentra muy a gusto, pero aislado y protegido del "mundo" (entendiendo el mundo como un ámbito en el que Dios no puede encontrarse).
Otra posibilidad sería la de entender la contemplación como una nueva manera de ver, observar y analizar la vida, los acontecimientos y la historia individual y colectiva: mirar el mundo desde los ojos de Dios. Por ello, la pregunta que podríamos formularnos aquí sería: ¿cómo cambia el texto mi/nuestra mirada?
Este modelo de contemplación nos lleva a la inmersión en la historia ("bajar" a ella, como Dios "bajó") y al compromiso por mejorarla. En este sentido, sólo los contemplativos pueden dedicarse a la misión.


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