LA SABIDURÍA DEL VERDADERO CRISTIANO

jueves, 24 de noviembre de 2011

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"No todo el que dice, ¡Señor, Señor! entrará en el Reino de los cielos, sino el que hace la voluntad de mi Padre, que está en los cielos. Muchos me dirán en aquel día, ¡Señor, Señor! ¿no profetizamos en tu nombre, y en nombre tuyo arrojamos los demonios, y en tu nombre hicimos muchos milagros? Yo entonces les diré, Nunca os conocí; apartaos de mí, obradores de iniquidad. Aquel, pues, que escucha mis palabras y las pone por obra, será como el varón prudente, que edifica su casa sobre roca.  Cayó la lluvia, vinieron los torrentes, soplaron los vientos y dieron sobre la casa, pero no cayó.  Pero el que me oye estas palabras y no las pone por obra, será semejante al necio, que edificó su casa sobre arena. Cayó la lluvia, vinieron los torrentes, soplaron los vientos y dieron sobre la casa, y cayó con gran ruina".
Este pasaje tiene una cierta unión lógica con el anterior. Si se disciernen los profetas verdaderos y falsos, también se pueden discernir los cristianos falsos y verdaderos. No basta “creer” lo que Cristo enseña, hay que ponerlo por “obra.”
Cronológicamente, este pasaje corresponde a una época avanzada de la vida de Cristo. Parece suponer la misión de los apóstoles y discípulos con la potestad que se les había conferido de hacer “milagros” (Mt 10,1.8; Lc 9,1.2.6; 10,1.9.17-20). Mt adelantó la escena y la sitúa al final del sermón, como un resumen final que iluminaba con su enseñanza toda la doctrina de Cristo. Tiene dos aspectos, a) doctrina sobre la necesidad de poner por obra las enseñanzas de Cristo (v.21-23); b) ilustración y confirmación de esta enseñanza con una parábola (v.24-27).

La Doctrina Sobre la Verdadera Sabiduría (v.21-23).
La doctrina que aquí se enseña no sólo afecta a la práctica de los pasajes del sermón de la Montaña, sino a toda la obra del Reino. ¿Quién “entrará en el Reino de los cielos” en su fase final, pues el texto supone ya cristianos? “El que hace la voluntad de mi Padre” (v.21). El plan que trazó el Padre sobre el Reino tiene creencias y exige obras. No basta un ingreso idealista y soñador. No basta decir, “¡Señor, Señor!” Esta actitud había sido ordinaria en Isra-el. Jeremías había censurado fuertemente al pueblo, que decía, “¡Oh el templo de Yahvé! ¡Oh el templo de Yahvé!” queriendo confiar mágicamente en él, pero sin poner la conversión de su vida en la práctica de los mandatos de Yahvé (Jer 7,4; cf. 7,lss). En su momento histórico estas palabras de Cristo deben referirse a algún tipo de cristianos que ya había ingresado en el Reino, pero cuyas obras no respondían a su fe, o si no es un aviso programático para los que fuesen a ingresar, para que supiesen que su “justicia” tenía que “superar a la de los escribas y fariseos” (Mt 5,20), porque de ellos dice, “Haced y guardad lo que os digan. Pero no los imitéis en las obras, porque ellos dicen y no hacen” (Mt 23,3). Qué fuese mejor el estudio de la Ley o su práctica, era un tema candente en los medios rabínicos. El control de autenticidad cristiana en el Reino está en las obras. “Aquel, pues, que escucha mis palabras y las pone por obra” (v.24) es el cristiano auténtico. Ni vale como excusa el haber “profetizado en tu nombre” o el haber exorcizado “demonios” o el haber hecho “milagros” (v.22). No sólo los apóstoles, sino también otros “discípulos” habían recibido estos poderes “carismáticos” (Lc 10,1-9.17-20). Debe de tratarse de algunos discípulos que estuvieron unidos a Él, pero que no tu-vieron una entrega plena al mismo (Jn 6,60-64). Aunque el pasaje puede estar redactado con pequeños matices de “adaptación” en función de otra finalidad que a continuación se dice.
A la hora de la composición del evangelio, la sentencia debe de estar recogida para censurar además, concretamente, a grupos cristianos que, dotados de “carismas” — profecías, exorcismos, milagros (v.22) —, confiaban en ellos como garantía de su auténtico cristianismo. Podían ser grupos o personas al estilo de los “carismáticos” de Corinto (1 Cor c.12-14). San Pablo dirá que si uno tuviese profecías, o “glosolalia,” o actos heroicos, milagros, y no tuviese caridad, “nada soy” (1 Cor 13,1-3). Ante la perspectiva de estos cristianos idealistas de la Iglesia primitiva, Mt trae esta sentencia del Señor con una oportunidad excelente. Como dirá la epístola de Santiago, “La fe sin obras es fe muerta” (Sant 2,17; 2,14-26) .
Cristo llamó a su Padre “mi Padre” (v.21) en sentido excepcional. Cuando habla para otros dice “vuestro Padre,” o “tu Padre,” pero, al contraponerle con El, es “mi Padre.” Mt, que confiesa en su evangelio la divinidad de Cristo (Mt 12,6.8; 11, etcétera), con esta expresión habla de su filiación divina, máxime a la hora de la composición del evangelio.
Le dirán “en aquel día” (v.22). La expresión literaria procede del A.T. y tiene diverso valor “escatológico” (Is l0ss). En el Talmud significa el mundo a venir. En este contexto significa el “juicio final,” pues Cristo aparece como Juez de destinos eternos; es la “escatología” final (v.21). Es un pasaje de gran portada dogmática, aunque no es el único pasaje en que lo enseña el evangelio (Mt 25,31-64; Jn 5,22.27). En el mesianismo judío, el Mesías no tenía el atributo de ser Juez universal; sólo aparece en el libro apócrifo de Henoc, pero con funciones restringidas . Cristo se proclama con uno de los atributos de la divinidad.
También alegarán “muchos” de sus discípulos — la enseñanza tiene también una por-tada doctrinal por el enfoque “ético” de Mt — que realizaron obras “carismáticas” para ingresar en el reino; y, además, que lo hicieron “en tu nombre.” Esta expresión lo mismo podía tener un valor instrumental (dativo instrumental), como si se operasen estos “carismas” por la invocación de su nombre (Act 19,13; cf. 3,6; Mc 9,38), que tener el valor de representación o por delegación suya (Mt 10,1). Pero esas obras “carismáticas” invocadas y aun hechas “en nombre” de Cristo no significan ni prueban ese amor que el Padre “exige” . “Judas mismo, con sus proyectos de traición, ha hecho milagros en compañía de otros apóstoles.”. Por eso Cristo les dirá, “Nunca os conocí,” en el sentido semita y elíptico, como discípulos míos.
“No todo el que dice Señor, Señor, entrará en el Reino de los cielos”(v.21). La co-munidad cristiana primitiva invocaba a Cristo con este nombre para confesar su divini-dad. Se pensó si sería un eco de la invocación litúrgica de los étnico-cristianos en su invocación al Cristo celeste (Bousset). ¡Sería polemizar contra un verbalismo comunitario litúrgico! Otros piensan en discípulos que, para atraer la atención sobre ellos, tienen constantemente el Nombre en la boca (Bonnard). Los discípulos aparecen, en ocasiones, invocando a Cristo con este nombre (Mt 8,2.6.25; 15,22; 17,4, etc.; Lc 6,46). Cabe discutir si es la primitiva expresión o es la sustitución, v.gr., de rabí por los evangelistas — Iglesia primitiva — para confesar la divinidad de Cristo. De no ser esto, sería una expresión de gran respeto (Lc 6,46) . El término “iniquidad” (άνομιαν) en la terminología de Mt es la desobediencia a la ley cristiana (Mt 13,41; 23,28; 24,12).

Confirmación e ilustración parabólica de esta enseñanza (v.24-27).
Con una parábola en dos imágenes antitéticas, Cristo ilustra y confirma la enseñanza propuesta. La imagen es una parábola, pues sus elementos no tienen un sentido preciso, alegórico. La descripción de Mt no sólo es literariamente bella, sino que refleja exactamente el medio ambiente palestino. Su "descriptio typi" sólo tiende a ilustrar genéricamente la idea central de los que, “oyendo” la palabra de Cristo, luego no la practican o no la ponen por obra. Pero sin matizarse ni sugerirse ni ser fácilmente alegorizables los diversos elementos que la integran. Aparte que Cristo dice, “El que escucha mis palabras y las pone por obra, será semejante.” (v.24.26). Por eso toda precisión o matiz en este sentido no pasa de ser una alegorización subjetiva por “acomodación,” como los que veían en la “lluvia” las tentaciones carnales, en los “ríos” la avaricia, en los “vientos” la vanagloria y soberbia, etc.  ¿Acaso se apunta a épocas de persecución religiosa?
En la literatura rabínica se encuentran imágenes más o menos semejantes para tratar la siguiente cuestión, “¿Qué es más grande, el estudio (de la Ley) o la práctica (de la misma)? Rabí Tarfín, la práctica es más grande. Rabí Aqiba, el estudio es más grande” . Y sobre 120, Elíseo bar Abuya decía que el que hace muchas obras y estudia mucho la Ley se podría comparar a un hombre que da a su obra un cimiento de piedras y encima construye con ladrillos; por eso cuando sobreviene una gran inundación no le conmueven las piedras. Pero el que estudia mucho la Ley es como el que pone por cimientos ladrillos y construye encima con piedras; a esto basta una pequeña inundación para que todo se derrumbe.
El que “oye” y “practica” las enseñanzas de Cristo es semejante a un varón “prudente” (φρόνιμος). No se trata en este contexto bíblico del hombre inteligente o intuitivo, con un gran sentido práctico, sino del que cree y obedece estas enseñanzas anteriores y, en general, el que hace esto con el Evangelio. Este término se contrapone al “necio” (μωρός), y significa aquí “ligero,” en la práctica de su vida religiosa.
La conclusión es clara, la vida cristiana está sólidamente construida, como el edificio bien cimentado, si la fe se traduce en hechos, no en expresiones de deseos. En ello va la condena de un cierto quietismo religioso; acaso bastante acentuado en ciertas comunidades cristianas (Sant 2,14-26; Gal 5,6.13-15; 6,10; 2 Tes 3,10-13), lo que presta más actualidad a la reproducción de este texto.
Lc trae una sentencia de este pasaje en otro contexto (Lc 13,26). El resto es semejante a Mt, aunque menos colorista y más sintético. Podrían ser versiones de una misma “fuente,” más que escrita, oral. Pero la perspectiva (Mt 7,22; Lc 13,26) de esta semejanza es definitivamente escatológica.

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