El libro de Ben Sirá compuesto hacia el año 197 a.C nos dice las consecuencias de amar a nuestros padres. El autor tiene en mente el libro del Éxodo 20,12 y Deuteronomio 5,16.
Consciente de que es mejor educar en el amor que la reprensión, da, como el autor de Proverbios, un tono paternal a sus exhortaciones y anuncia la recompensa que obtendrá el hijo obediente. Dios ha querido que el ser humano ame a sus padres por medio de los cuales El le ha comunicado la vida, y por tanto, son sus representantes, de modo que al honrarlos a ellos se honra a Dios mismo. La rebelión contra ellos era considerada como delito que se castigaba con la pena de muerte (Ex 21,15; Lv 20,9; Dt 27,1).
Ahora bien analicemos brevemente cada parte cada parte de texto de Eclesiástico 3, 1-8.
“Escuchen, hijos míos, a su padre, háganlo y se salvaran” (Eclo 3,1): Ciertamente nuestros padres son un cumulo de experiencia y sabiduría que nos alejan del camino de la perdición.
“El que honra a su padre alcanza el perdón de los pecados” (Eclo 3,2): Se consigue un tesoro de meritos ante Dios que premiará el cumplimiento de este mandato inculcado por Él.
“El que honra a su padre se alegrará de sus hijos” (Eclo 3,5): Quien obedece a sus padres recogerá los frutos de la obediencia que, por lo mismo, a él le prestaran sus hijos, verdad confirmada cada día por la experiencia, la cual enseña que como los hijos se portan con sus padres, así suelen portarse luego los suyos con ellos.
“Vendrán sobre ti toda clase de bendiciones” (Eclo 3,8): El amor hace que baje del cielo innumerables bendiciones para todo aquel que es obediente honrando a su padre y su madre de palabra y obra.
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