Luego que hubieron hecho tres días de
camino fuera de Egipto, el egipcio, nos dice el relato, comenzó a lamentar que
Israel no permaneciera a su servicio, y tras movilizar a sus hombres, comenzó
la persecución del pueblo con la caballería. A la vista de semejante despliegue
de armas y caballos, el pueblo, no experto en la guerra y poco acostumbrado a
tales espectáculos, fue víctima de repentino temor y se rebeló contra Moisés.
El relato cuenta un hecho extraordinario de Moisés en ese momento: desdoblando su
actividad, por un lado con la voz y la palabra exhortaba a los israelitas y los
invitaba a conservar las esperanzas, mientras que interiormente, en su corazón,
presentaba a Dios una súplica por los que estaban angustiados, y era instruido,
por el consejo de lo Alto, sobre la manera de escapar al peligro. Dice el
relato que Dios mismo oía su grito silencioso.
Una nube conducía por efecto del poder
divino. No era una nube de naturaleza ordinaria. En efecto, no estaba formada
por vapores o emanaciones resultantes de la condensación del aire por los
vapores a causa de su naturaleza húmeda y la comprensión por el viento, sino
que era algo más grande y sobrepasaba la comprensión humana. Esta nube, las
Escrituras dan testimonio de ello, tenía la maravillosa propiedad de constituir
una pantalla para el pueblo, cuando el brillo de los rayos del sol quemaban,
dando sombra a los que estaban debajo y humectando con un leve rocío el aire
inflamado; y, durante la noche, se tornaba en fuego, conduciendo a los
israelitas con su brillo como una antorcha, desde el anochecer hasta la mañana.
Moisés tenía la mirada fija en ella y
enseñó al pueblo a seguir la aparición. Así llegaron al Mar Rojo, guiados en su
trayectoria por la nube. Los egipcios rodeaban al pueblo por detrás con todas
sus tropas. Los hebreos no tenían forma de escapar a sus terribles enemigos por
ningún lado, ya que estaban aprisionados entre los egipcios y el mar. En ese
momento, Moisés, envalentonado por el poder de Dios, realizó el más increíble
de todos sus actos: se acercó a la orilla y golpeó el mar con su cayado. Y, así
como en un vidrio la rotura producida en un extremo se extiende hasta el otro
lado del borde, así en el mar, rasgado en un extremo por el golpe del cayado,
la separación de las aguas se extendió hasta la orilla opuesta. Moisés que
había descendido al hueco en que el mar se había dividido, se encontraba con
todo el pueblo en el fondo del mar con el cuerpo seco y a pleno sol.
Atravesaron con los pies secos los abismos del lecho del mar, sin temer a las
murallas de agua que se habían levantado repentinamente, ya que el mar se había
congelado a sus flancos de ambos lados como una muralla.
Pero cuando Faraón con los egipcios
penetró a su vez en el mar por la vía que se había trazado recientemente en las
aguas, éstas se juntaron y el mar volvió a fluir sobre sí mismo y retomó su
forma presentando nuevamente a la mirada la superficie unida por las aguas.
Para entonces, los israelitas, en la orilla opuesta, descansaban del gran
esfuerzo que la travesía del mar les había demandado. Entonces cantaron un
himno de victoria a Dios que había levantado para ellos un trofeo no sangrante,
ya que todos los egipcios con todo el armamento, caballos, armas y carros
habían sido aniquilados por las aguas.
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