EL ÉXODO SEGÚN SAN GREGORIO NISA

domingo, 18 de noviembre de 2012

send email
print this page
Luego que hubieron hecho tres días de camino fuera de Egipto, el egipcio, nos dice el relato, comenzó a lamentar que Israel no permaneciera a su servicio, y tras movilizar a sus hombres, comenzó la persecución del pueblo con la caballería. A la vista de semejante despliegue de armas y caballos, el pueblo, no experto en la guerra y poco acostumbrado a tales espectáculos, fue víctima de repentino temor y se rebeló contra Moisés. El relato cuenta un hecho extraordinario de Moisés en ese momento: desdoblando su actividad, por un lado con la voz y la palabra exhortaba a los israelitas y los invitaba a conservar las esperanzas, mientras que interiormente, en su corazón, presentaba a Dios una súplica por los que estaban angustiados, y era instruido, por el consejo de lo Alto, sobre la manera de escapar al peligro. Dice el relato que Dios mismo oía su grito silencioso.


Una nube conducía por efecto del poder divino. No era una nube de naturaleza ordinaria. En efecto, no estaba formada por vapores o emanaciones resultantes de la condensación del aire por los vapores a causa de su naturaleza húmeda y la comprensión por el viento, sino que era algo más grande y sobrepasaba la comprensión humana. Esta nube, las Escrituras dan testimonio de ello, tenía la maravillosa propiedad de constituir una pantalla para el pueblo, cuando el brillo de los rayos del sol quemaban, dando sombra a los que estaban debajo y humectando con un leve rocío el aire inflamado; y, durante la noche, se tornaba en fuego, conduciendo a los israelitas con su brillo como una antorcha, desde el anochecer hasta la mañana.

Moisés tenía la mirada fija en ella y enseñó al pueblo a seguir la aparición. Así llegaron al Mar Rojo, guiados en su trayectoria por la nube. Los egipcios rodeaban al pueblo por detrás con todas sus tropas. Los hebreos no tenían forma de escapar a sus terribles enemigos por ningún lado, ya que estaban aprisionados entre los egipcios y el mar. En ese momento, Moisés, envalentonado por el poder de Dios, realizó el más increíble de todos sus actos: se acercó a la orilla y golpeó el mar con su cayado. Y, así como en un vidrio la rotura producida en un extremo se extiende hasta el otro lado del borde, así en el mar, rasgado en un extremo por el golpe del cayado, la separación de las aguas se extendió hasta la orilla opuesta. Moisés que había descendido al hueco en que el mar se había dividido, se encontraba con todo el pueblo en el fondo del mar con el cuerpo seco y a pleno sol. Atravesaron con los pies secos los abismos del lecho del mar, sin temer a las murallas de agua que se habían levantado repentinamente, ya que el mar se había congelado a sus flancos de ambos lados como una muralla.

Pero cuando Faraón con los egipcios penetró a su vez en el mar por la vía que se había trazado recientemente en las aguas, éstas se juntaron y el mar volvió a fluir sobre sí mismo y retomó su forma presentando nuevamente a la mirada la superficie unida por las aguas. Para entonces, los israelitas, en la orilla opuesta, descansaban del gran esfuerzo que la travesía del mar les había demandado. Entonces cantaron un himno de victoria a Dios que había levantado para ellos un trofeo no sangrante, ya que todos los egipcios con todo el armamento, caballos, armas y carros habían sido aniquilados por las aguas.

Recomiendalo:

0 comentarios:

Publicar un comentario

Deja tus comentarios

 
Design by Grupo Delecluse | Publicado por Orlando Carmona | Powered by www.orlandocarmona.com.ve El lugar que se encuentra en misión permanente.
© Copyright 2012-2013  LA WEB DE ORLANDO CARMONA All Rights Reserved.