El
Catecismo de la Iglesia Católica afirma que “la Iglesia cree y confiesa que,
entre los siete sacramentos, existe un sacramento especialmente destinado a
reconfortar a los atribulados por la enfermedad: la Unción de los enfermos:
«Esta
unción santa de los enfermos fue instituida por Cristo nuestro Señor como un
sacramento del Nuevo Testamento, verdadero y propiamente dicho, insinuado por
Marcos (cf Mc 6,13), y recomendado a los fieles y promulgado por Santiago,
apóstol y hermano del Señor» (Concilio de Trento: DS 1695, cf St 5, 14-15).
El
Sacramento de la Unción de Enfermos confiere al cristiano una gracia especial
para enfrentar las dificultades propias de una enfermedad grave o vejez. Se le
conoce también como el "sagra viático", porque es el recurso, el
"refrigerio" que lleva el cristiano para poder sobrellevar con
fortaleza y en estado de gracia un momento de tránsito, especialmente el
tránsito a la Casa del Padre a través de la muerte.
Lo esencial del
sacramento consiste en ungir la frente y las manos del enfermo acompañada de
una oración litúrgica realizada por el sacerdote o el obispo, únicos ministros
que pueden administrar este sacramento.
La Unción de enfermos
se conocía antes como "Extrema Unción", pues sólo se administraba
"in articulo mortis" (a punto de morir). Actualmente el sacramento se
puede administrar más de una vez, siempre que sea en caso de enfermedad grave.
Datos Bíblicos
“El hombre del
Antiguo Testamento vive la enfermedad de cara a Dios. Ante Dios se lamenta por
su enfermedad (cf Sal 38) y de Él, que es el Señor de la vida y de la muerte,
implora la curación (cf Sal 6,3; Is 38). La enfermedad se convierte en camino
de conversión (cf Sal 38,5; 39,9.12) y el perdón de Dios inaugura la curación
(cf Sal 32,5; 107,20; Mc 2,5-12). Israel experimenta que la enfermedad, de una
manera misteriosa, se vincula al pecado y al mal; y que la fidelidad a Dios,
según su Ley, devuelve la vida: "Yo, el Señor, soy el que te sana"
(Ex 15,26). El profeta entrevé que el sufrimiento puede tener también un
sentido redentor por los pecados de los demás (cf Is 53,11). Finalmente, Isaías
anuncia que Dios hará venir un tiempo para Sión en que perdonará toda falta y
curará toda enfermedad (cf Is 33,24)”.CIC 1502
Cristo curando a los
enfermos, anuncia en su persona la presencia del reino. Anunciada con el signo
de las curaciones, la esperanza suscitada por la espera profética en el futuro
de Dios (Is 35,5-6; 61,1-3; Jer 33,6).Los milagros de curación de Jesús son el
signo de que el reino de Dios ya está
entre nosotros, de que la enfermedad es algo que ya está vencido y que debe
desaparecer y de que la victoria de Dios sobre el pecado y sus consecuencias ya
ha comenzado.
“La compasión de
Cristo hacia los enfermos y sus numerosas curaciones de dolientes de toda clase
(cf Mt 4,24) son un signo maravilloso de que "Dios ha visitado a su
pueblo" (Lc 7,16) y de que el Reino de Dios está muy cerca. Jesús no tiene
solamente poder para curar, sino también de perdonar los pecados (cf Mc
2,5-12): vino a curar al hombre entero, alma y cuerpo; es el médico que los
enfermos necesitan (Mc 2,17). Su compasión hacia todos los que sufren llega
hasta identificarse con ellos: "Estuve enfermo y me visitasteis" (Mt
25,36). Su amor de predilección para con los enfermos no ha cesado, a lo largo
de los siglos, de suscitar la atención muy particular de los cristianos hacia
todos los que sufren en su cuerpo y en su alma. Esta atención dio origen a
infatigables esfuerzos por aliviar a los que sufren”. CIC 1503
Viviendo plenamente,
en el camino hacia la luz, la experiencia del siervo de Yavé, Cristo
experimenta, al compartir y solidarizarse por voluntaria elección mesiánica,
los aspectos de debilidad, de oscuridad, de tentación, de lejanía del misterio
de Dios típicos de la experiencia del sufrimiento. Así su sufrimiento puede iluminar el nuestro
(Mt 8,16-17; Mc 14,32-42 y 15,21-41).
En los primeros
siglos I-IV se caracterizó por un relativo silencio de las fuentes más directas
sobre este sacramento, sin embargo es preciso resaltar la bendición del óleo
que se encuentra en la Traditio Apostólica de Hipólito: “Como santificando este
óleo tu das, oh Dios, la santidad a aquellos que son ungidos con él y lo
reciben, con el que has ungido a los reyes, sacerdotes y profetas, así procure
el alivio a aquellos que lo prueben y la salud a aquellos que lo usen”. Los
restantes siglos ya se tienen datos más precisos sobre este sacramento.
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