LA IGLESIA DEBE SE SAGAZ Y VIVA PARA EVANGELIZAR (Lc16,1-13)

jueves, 19 de septiembre de 2013

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El texto que vamos a estudiar (Lc 16,1-13) es la  parábola del administrador astuto (16,1-8) con su aplicaciones a la vida (16,9-13). El origen de la parábola  proviene de la fuente “L” y solamente el v. 13 tiene paralelismo con  Mt 6,24
La parábola  se inicia con “un hombre rico que tenía un mayordomo, el cual fue acusado ante él de que malbarataba su hacienda. Y habiéndole llamado, le dijo: ¿Qué es eso que me cuentan de ti? Ríndeme cuentas de tu administración, porque no podrás en adelante seguir de mayordomo. Dijo para sí el mayordomo: ¿Qué voy a hacer, ya que mi amo me quita la mayordomía? ¿Cavar? No puedo. ¿Mendigar? Me da vergüenza. Ya sé qué haré para que,  cuando sea removido de la mayordomía, me reciban en sus casas. Y llamando uno por uno a los deudores de su amo, decía al primero: ¿Cuánto debes a mi amo?  Él dijo: Cien batos de aceite. Él le dijo: Toma tu factura y siéntate al punto y escribe: Cincuenta. Luego dijo a otro: ¿Y tú cuántos debes? El dijo: Cien coros de trigo. Dícele: Toma tu factura y escribe: Ochenta. Y alabó el amo al mayordomo infiel, porque había obrado sagazmente; porque los hijos de este siglo son más sagaces que los hijos de la luz en el trato con sus semejantes.(Lc 16,1-8).  El cuadro de esta parábola está hecha sobre la experiencia de las grandes haciendas en la Palestina de aquel tiempo, pero que es una experiencia común en todas partes, que el administrador astuto se aproveche de su empleo. 


Los propietarios ricos solían contratar los servicios de un administrador (aunque con frecuencia recurrían a un esclavo nacido en la familia), que tenía autoridad para arrendar la propiedad, hacer préstamos y liquidar deudas en nombre del dueño. Según Bruce Malina “a estos agentes se les pagaba generalmente en forma de comisión o cuota por cada transacción que llevaban a cabo. Aunque en los contratos de préstamos eran normales las «señales de agradecimiento» bajo cuerda, el precio y el interés tenían que quedar reflejados en un contrato público y ser aprobados por ambas partes. No hay nada que justifique la frecuente idea, basada en este texto, de que un agente podía exigir como comisión el 50 por ciento del valor del contrato. Si éste hubiera sido el caso, el propietario pronto se habría enterado del malestar de los campesinos y habría evitado cualquier ulterior relación entre agente y deudores en los términos que aquél pretendía. De otro modo, si el propietario lo consentía, se habría visto implicado en la extorsión. No es éste el caso de nuestra historia”1.

El mayordomo iba llamando uno por uno  a los deudores de su amo y el primero le dijo que le debía “cien batos” de aceite  y el segundo “cien coros” de trigo.  El trigo y el aceite eran los principales productos de la tierra en Palestina. Cien medidas (bat, en el texto original) de aceite eran la cosecha de 140-160 olivos, una cantidad de unos 365 litros. Cien medidas (cor) de trigo se pueden cosechar poco más o menos en 42 hectáreas de tierra, es decir, unos 360 hectolitros. Al primero le rebaja el administrador el 50 % de la deuda, al segundo el 20 %. En cuanto al valor, la suma es bastante parecida, unos 500 denarios. El denario de plata era el jornal ordinario de un trabajador del campo (Mt 20,2-13).

Al final de la parábola el mayordomo es alabado por su sagacidad. “El objeto de la alabanza no es la taimada pillería y la desvergüenza del estafador, sino la audacia y la resolución con que se saca partido del presente con vistas al futuro; no lo es el fraude en cuanto "tal, sino la ponderada previsión para el futuro, mientras todavía hay tiempo. Al administrador se le llama administrador «infiel», administrador fraudulento, injusto, sin conciencia. Las parábolas tratan de despertar la atención, de forzar a plantearse problemas. Es sensato el discípulo que cuenta con que el Señor ha de venir y ha de pedir cuentas (12,42-46), el que no vive sencillamente al día, sino que conoce el imperativo del momento, el que procede con valor y decisión a fin de poder triunfar al fin, el que perdona a fin de poderse asegurar el porvenir. La parábola es un llamamiento escatológico: sé prevenido, y en esta última hora piensa en tu futuro del tiempo final”2.

En la segunda parte de la parábola (16,9-13) se añaden tres aplicaciones concretas. Estas adiciones quizás se deban a que las comunidades a las que se les trasmitió la parábola no estaban familiarizadas con la situación planteada.

La primera aplicación  (Lc 16,9) nos dice: “granjeaos amigos con esa riqueza de iniquidad, para que, cuando os venga a faltar, os reciban en las moradas eternas”. Esta aplicación se trata del uso que un creyente debería hacer de su dinero o de sus bienes materiales en general. El dinero es llamado aquí “mamoná” de la iniquidad. Jesús nos advierte que hay que saber emplear provechosamente los bienes materiales que tengamos. Algún día llegarán a faltarnos, porque moriremos, entonces, ¿nos habrán servido de algo para la eternidad? Para que sirvan para este fin, hay que emplearlas ayudando a los pobres (cf. 12,33). Decía un rabino que los ricos y los pobres se necesitan mutuamente: “los ricos ayudan a los pobres en este mundo con sus riquezas, y los pobres a los ricos en el mundo venidero”.

La segunda aplicación (Lc 16,10-12)  nos habla de la fidelidad: “Quien es fiel en lo mínimo, también en lo mucho es fiel; y quien en lo mínimo es infiel, también en lo mucho es infiel. Si, pues, en las riquezas de iniquidad no fuisteis fieles, ¿quién os confiará los verdaderos bienes? Y si en lo ajeno no fuisteis fieles, ¿lo vuestro quién os lo entregará?”. Al administrador se le exige que sea fiel (12,42; I Cor 4,2). El administrador de la parábola no era fiel, sino injusto. Despilfarró los bienes que le había confiado su señor y los utilizó para sus propios fines con perjuicio de su dueño. El Señor no alaba la infidelidad del administrador, como si tal proceder rufianesco fuera sensato. El que tiene posesiones no es en todo caso más que administrador, puesto que el propietario de nuestros bienes es Dios. Los bienes que nos han sido encomendados deben administrarse fielmente, conforme a la voluntad de Dios.  

La tercera aplicación (Lc 16,13) no tiene que ver con la parábola, se sintetiza la actitud general frente al dinero. Lucas la toma de la fuente “Q”. Dice el texto: “Ningún criado puede servir a dos amos; porque o bien al uno aborrecerá y al otro amará, o bien se entregará al primero y tendrá en poco al segundo. No podéis servir a Dios y al dinero”. El dinero, es personificado aquí  como un poder paralelo a Dios, capaz de esclavizar a los hombres. El verbo “servir” (gr. duléuein”) denota el servicio de esclavo, puede significar también “adorar”. El dinero puede convertirse en ídolo (cf. Col 3,5), en una divinidad que exige su culto al hombre entero.

ACTUALIZACIÓN
El hombre rico de la parábola es Dios nuestro señor, dueño de toda la tierra y de todos los bienes que hay en ella, el hombre es solamente el administrador de los bienes  y como tal debe rendir cuentas a Dios.

A esta rendición de cuentas puede ser llamado en cualquier momento de su vida, quizá cuando menos lo piense, por eso el Señor nos advierte “estén preparados, porque el Hijo del Hombre vendrá en la hora menos pensada” (Mt 24,44).

En la parábola se alaba la sagacidad del administrador, pero no para hacer el mal, sino la “viveza”. Así debe ser el cristiano, debe ser sagaz para ganar almas para Dios, así debe ser la Iglesia, debe ser viva en su función principal que es evangelizar, se deben buscar nuevos métodos para llegar a las personas, se debe dejar de ser una Iglesia solamente de sacramentos y pasar a ser una Iglesia que busque a la oveja perdida, que ame al pecador pero que aborrezca el pecado.


1. Malina, Bruce, Los Evangelios Sinópticos, Verbo Divino 1996, Estella, pág. 284
2. STORGER, Alois, El Evangelio Según San Lucas, Herder, Tomo1, cap 3. Herder, Barcelona 1979, 1ra Edición, pág.  79


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