«El
diablo existe también en el siglo XXI y debemos aprender del Evangelio cómo
luchar» contra él para no caer en la trampa. Para hacerlo no hay que ser
«ingenuos», por ello se deben conocer sus estrategias para las tentaciones, que
siempre tienen «tres características»: comienzan despacio, luego crecen por
contagio y al final encuentran la forma para justificarse. El Papa alertó
acerca del considerar que hablar del diablo hoy sea cosa «de antiguos» y en
esto centró su meditación en una misa celebrada el 11 de abril.
El
Pontífice habló expresamente de «lucha». Por lo demás, explicó, también «la
vida de Jesús fue una lucha: Él vino para vencer el mal, para vencer al
príncipe de este mundo, para vencer al demonio». Jesús luchó con el demonio que
lo tentó muchas veces y «sintió en su vida las tentaciones y también las
persecuciones». Así «también nosotros cristianos que queremos seguir a Jesús, y
que por medio del Bautismo estamos precisamente en la senda de Jesús, debemos
conocer bien esta verdad: también nosotros somos tentados, también nosotros
somos objeto del ataque del demonio». Esto sucede «porque el espíritu del mal
no quiere nuestra santidad, no quiere el testimonio cristiano, no quiere que
seamos discípulos de Jesús».
Pero,
se preguntó el Papa, «¿cómo hace el espíritu del mal para alejarnos del camino
de Jesús con su tentación?». La respuesta a este interrogante es decisiva. «La
tentación del demonio —explicó el Pontífice— tiene tres características y
nosotros debemos conocerlas para no caer en las trampas». Ante todo «la
tentación comienza levemente pero crece, siempre crece». Luego «contagia a
otro»: se «transmite a otro, trata de ser comunitaria». Y «al final, para
tranquilizar el alma, se justifica». De este modo las características de la
tentación se expresan en tres palabras: «crece, se contagia y se justifica».
Pero
si «se rechaza la tentación», luego «crece y vuelve más fuerte». Jesús, explicó
el Papa, lo dice en el Evangelio de Lucas y advierte que «cuando se rechaza al
demonio, da vueltas y busca algunos compañeros y vuelve con esta banda». Y he
aquí que «la tentación es más fuerte, crece. Pero crece incluso involucrando a
otros». Es precisamente eso lo que sucedió con Jesús, como relata el pasaje
evangélico de Juan (10, 31-42) propuesto por la liturgia. «El demonio —afirmó
el Pontífice— involucra a estos enemigos de Jesús que, a este punto, hablan con
Él con las piedras en las manos», listos para matarlo.
La
tercera característica de la tentación del demonio es que «al final se
justifica». El Papa Francisco, al respecto, recordó la reacción del pueblo
cuando Jesús volvió «por primera vez a su casa en Nazaret» y fue a la sinagoga.
Primero todos quedaron asombrados por sus palabras, luego, inmediatamente, la
tentación: «¿Pero no es éste el hijo de José, el carpintero, y de María? ¿Con
qué autoridad habla si nunca fue a la universidad y jamás estudió?». De este
modo buscaron justificar su propósito de «matarlo en ese momento, lanzarlo
desde el monte».
También
en el pasaje de Juan los interlocutores de Jesús querían matarlo, tanto que
«tenían las piedras en las manos y discutían con Él». Así, «la tentación
implicó a todos en contra de Jesús»; y todos «se justificaban» por esto. Para
el Papa Francisco «el punto más alto, más fuerte de la justificación es el del
sacerdote» que dice: «Pero acabemos con Él de una vez, vosotros no entendéis
nada. ¿No sabéis que es mejor que un hombre muera por el pueblo? Debe morir
para salvar al pueblo». Y todos los demás le daban la razón: es «la
justificación total».
También
nosotros, advirtió el Pontífice, «cuando somos tentados, vamos por este mismo
camino. Tenemos una tentación que crece y contagia a otro». Basta pensar en las
habladurías: si tenemos «un poco de envidia», no la mantenemos dentro sino que
la compartimos. Y es así que la crítica «trata de crecer y contagia a otro y a
otro...». Precisamente «este es el mecanismo de las habladurías y todos
nosotros hemos sido tentados de criticar», reconoció el Papa, confesando:
«¡También yo he sido tentado de criticar! Es una tentación cotidiana», que
«comienza así, suavemente, como el hilo de agua».
He
aquí por qué, afirmó una vez más el Papa, se debe estar «atentos cuando en
nuestro corazón sintamos algo que acabará por destruir a las personas, destruir
la fama, destruir nuestra vida, llevándonos a la mundanidad, al pecado». Se
debe estar «atentos —añadió— porque si no detenemos a tiempo ese hilo de agua,
cuando crece y contagia llega a ser una marea tal que llevará a justificarnos
del mal».
«Todos
somos tentados —afirmó el Pontífice— porque la ley de nuestra vida espiritual,
de nuestra vida cristiana, es una lucha». Y lo es en consecuencia del hecho que
«el príncipe de este mundo no quiere nuestra santidad, no quiere que sigamos a
Cristo».
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