SAN AGUSTIN COMENTA EL EVANGELIO DOMINICAL (Mt 14,13-21)

viernes, 1 de agosto de 2014

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Sin lugar a dudas que San Agustín es un hombre que vivió intensamente el Evangelio, sus escritos todavía son actuales y llenos de pasión, por ello, semanalmente sus sermones estarán publicados en nuestra página para disfrute de todos los lectores. Leer a San Agustín es transportarse al cielo.

 1. Gran milagro es, amadísimos, hartarse con cinco panes y dos peces cinco mil hombres, y aún sobrar para doce canastos. Gran milagro, a fe; pero el hecho no es tan de admirar si pensamos en el hacedor. Quien multiplicó los panes entre las manos de los repartidores, ¿no multiplica las semillas que germinan en la tierra y de unos granos llena las trojes? Pero como este portento se renueva todos los años a nadie le sorprende; mas no es su insignificancia el motivo de no admirarlo, sino la frecuencia en repetirse.  Al hacer estas cosas, hablaba el Señor a los entendimientos, no tanto con palabras como por medio de sus obras. Los cinco panes simbolizan los cinco libros de la ley de Moisés; porque la ley antigua es, respecto al Evangelio, lo que al trigo la cebada. Hay en estos libros —de la ley— hondos misterios concernientes a Cristo, por lo cual decía él: Si creyerais a Moisés, me creeríais también a mí, pues él ha escrito de mí. Pero al modo que en la cebada el meollo está debajo de la paja, así está Cristo velado en los misterios de la ley; y a la manera que los misterios de la ley se despliegan al exponerlos, así los panes crecían al partirlos. Esta misma exposición que yo vengo haciendo es un partiros el pan. Los cinco mil hombres significan el pueblo sujeto a los cinco libros de la ley; los doce canastos son los doce apóstoles, que, a su vez, se llenaron con los rebojos de la misma ley; los dos peces son, o bien los dos mandamientos del amor de Dios y del prójimo, o bien los dos pueblos: el de la circuncisión y el del prepucio —judío y gentil—, o las dos funciones sagradas del imperio y del sacerdocio. Exponer estos misterios es como partir el pan; comprenderlos es alimentarse.

2. Volvamos al hacedor de estas cosas. El es el pan que bajó del cielo; un pan, sin embargo, que repara sin mengua; se le puede sumir, no se le puede consumir. Este pan estaba figurado en el maná; de donde se dijo: Dioles pan del cielo; comió el hombre el pan de los ángeles. ¿Quién sino Cristo es el pan del cielo? Mas para que comiera el hombre el pan de los ángeles, el Señor de los ángeles hízose hombre. Si no se hubiera hecho esto, no tendríamos su carne; y, si no tuviéramos su carne, no comeríamos el pan del altar. Y, pues se nos ha dado una prenda tan valiosa, corramos a tomar posesión de nuestra herencia. Suspiremos, hermanos míos, por vivir con Cristo, pues tenemos en prenda su muerte. ¿Cómo no ha de darnos sus bienes quien ha sufrido nuestros males? En este país, en este siglo perverso, ¿qué abunda sino el nacer, trabajar, padecer y morir? Examinad las cosas humanas, y desmentidme si miento. Ved si los hombres están aquí para otro fin que nacer, padecer y morir. Tales son los productos de nuestro país; eso lo que abunda. A proveerse de tales mercancías bajó del cielo el divino Mercader; y porque todo mercader da y recibe: da lo que tiene y recibe lo que no tiene, da el dinero de la compra y recibe lo comprado, también Cristo dio y recibió. Pero ¿qué recibió? Lo que abunda entre nosotros: nacer, padecer y morir. Y ¿qué dio? Renacer y resucitar y para siempre reinar. ¡Oh Mercader bueno, cómpranos! Mas ¿qué digo cómpranos, si más bien debemos darte gracias por habernos comprado? Y ¡a qué precio! Al precio de esa tu sangre que bebemos.... Sí; nos das el precio… El evangelio que leemos es nuestro instrumento. Siervos tuyos somos, criaturas somos tuyas, porque nos hiciste y nos redimiste. Un esclavo puede comprarle cualquiera; lo que no puede es crearle; el Señor, en cambio, creó y redimió a sus siervos. Por la creación les dio la existencia; por la redención les dio la independencia. Habíamos venido a manos del príncipe de este siglo, el seductor y esclavizador de Adán, principio y origen de nuestra esclavitud; pero vino el Redentor, y fue vencido el seductor. Y ¿qué le hizo el Redentor al esclavizador? Para rescatarnos hizo de la cruz un lazo, donde puso de cebo su sangre; sangre que pudo el enemigo verter y no mereció beber. Y porque derramó la sangre de quien nada le debía, fue obligado a devolver los que debían; por haber derramado la sangre del Inocente, se le obligó a desprenderse de los culpables. El Salvador, en efecto, derramó su sangre para borrar nuestros pecados, y así quedó borrada, por la sangre del Redentor, la carta de obligación que al diablo nos sujetaba. Porque no estábamos sujetos a él sino por los vínculos de nuestros pecados. Ellos eran las cadenas de nuestra cautividad. Y vino él, y encadenó al fuerte con su pasión y entró en su casa, es decir, en los corazones donde moraba, y le arrebató sus vasos. Habíalos él llenado de su amargura, y aun se la dio a beber a nuestro Redentor con la hiél; pero, al arrebatarle los vasos que había —el diablo— llenado y hacérselos propios, nuestro Señor vertió la amargura y los llenó de dulzura.

3. Amémosle, porque es dulce. Gustad y ved cuan dulce es el Señor. Se le ha de temer; pero se le ha de amar todavía más. Es hombre y Dios: un solo Cristo, Dios y hombre a la vez; y como es hombre, es un alma y un cuerpo, pero no dos personas. En Cristo hay, ciertamente, dos sustancias: Dios y hombre; mas personas sólo una; y así, no obstante la encarnación, es Dios una trinidad, no una cuaternidad. ¿Es posible, de consiguiente, no se apiade Dios de nosotros, cuando se hizo por nosotros hombre? Tanto hizo —por nosotros—, que aún asombra más que sus promesas, y sus obras deben movernos a creer en lo que prometió. A duras penas creyéramos lo que hizo de no haberlo visto. ¿Dónde lo vemos? En los pueblos que tienen su ley, en las muchedumbres que le siguen.
Se ha realizado así la promesa que hizo a Abrahán cuando se le dijo: En tu descendencia serán benditas todas las gentes. De poner los ojos en sí mismo, ¿cuándo lo hubiera creído? Era un hombre, y solo, y viejo, y estéril su mujer y de tan avanzada edad, que, aun sin el defecto de la esterilidad, la concepción fuera imposible. No existía base alguna en absoluto donde apoyar la esperanza: mirando, empero, a quien le hacía la promesa, lo creía, aun sin llevar camino. He ahí, pues, cumplido ante nosotros lo que fue objeto de su fe; creemos, en consecuencia, lo que no vemos por lo que viendo estamos. Engendró a Isaac: no lo hemos visto; Isaac engendró a Jacob: lo que tampoco vimos; éste engendró a doce hijos; que no hemos visto tampoco, y sus doce hijos engendraron al pueblo de Israel; que ahora estamos viendo...
Pues que ya empecé a decir lo que estamos viendo, prosigo... Del pueblo del Israel nació la Virgen María, que dio a luz a Cristo, y a los ojos está cómo en Cristo son benditas las naciones todas. ¿Hay algo más verdadero? ¿Hay algo más cierto? ¿Hay algo más palmario? Vosotros que conmigo salisteis de la gentilidad, desead conmigo la vida futura. Si ya en este siglo cumplió Dios lo que había prometido hacer en la descendencia de Abrahán, ¿cómo no ha de cumplir sus promesas eternas a los que hizo de la descendencia de Abrahán? El Apóstol lo dice: Si vosotros sois cristianos, luego sois descendientes de Abrahán. Son palabras del Apóstol.

4. Gran cosa hemos empezado a ser; nadie lo tenga en poco. Éramos nada, ya somos algo. Nosotros hemos dicho al Señor: Acuérdate de que somos polvo; más del polvo hizo al hombre; a este polvo le dio la vida, y en la persona de Cristo nuestro Señor elevó este polvo a los reinos celestiales. De aquí, en efecto, tomó él su carne; de aquí tomó su tierra, para elevarla al cielo quien hizo la tierra y el cielo. Supongamos, pues, que se nos habla hoy por vez primera de dos cosas no realizadas aún y se nos pregunta qué cosa es más de asombrar: que Dios se haya hecho hombre o que el hombre se haga Dios. ¿Cuál es mayor maravilla? ¿Cuál más difícil? ¿Qué nos ha prometido Cristo? Lo que aún no hemos visto: ser hombres suyos, reinar con él y no morir por siempre jamás. Cosa recia se nos hace creer que un hombre, salido de la nada, arribe a la vida inmortal. Y, sin embargo, esto es lo que nosotros creemos cuando se ha sacudido del corazón el polvo del mundo, que ciega los ojos de la fe. Esto se nos manda creer: que después de la muerte iremos con estos cuerpos, víctimas de la muerte, a la vida donde no se muere. Admirable cosa por cierto; todavía, no obstante, lo supera el morir Dios una vez. Entre recibir la vida los hombres de la mano de Dios y recibir Dios la muerte de mano de los hombres, ¿no parece más increíble lo último? Luego, si esto es un hecho, creamos lo que ha de serlo. ¿No habrá Dios de darnos lo más creíble, si se realizó lo más increíble?
Dios puede hacer ángeles a los hombres, pues hace a los hombres de una semilla terrena y horrible. ¿Qué seremos? Ángeles. ¿Qué fuimos? Vergüenza da recordarlo; pero fuerza es pensarlo, aunque me ruborizo de mentarlo ¿Qué fuimos? ¿De dónde hizo Dios a los hombres? ¿Qué fuimos antes de ser totalmente? Nada, Y cuando estábamos en el seno materno, ¿qué cosa éramos? Imaginárselo basta. Echad del entendimiento la materia de donde salisteis y traedlo a lo que sois ahora. Vivís, pero también viven las hierbas y los árboles; sentís, mas también sienten los animales. Sois hombres, y en esto hacéis a los animales ventaja; y sois de orden superior a los animales, porque tenéis noción de los grandes bienes que Dios nos hizo. Vivís, sentís, entendéis, sois hombres. ¿Qué otro beneficio se puede comparar a éste? El de ser cristianos. Si este don no hubiéramos recibido, ¿de qué provecho nos fuera el ser hombres? Somos cristianos, pues; pertenecemos a Cristo. Allá el mundo se encrespe contra nosotros; no podrá doblegarnos, porque pertenecemos a Cristo. Y, si nos acaricia, no podrá seducirnos: ¡pertenecemos a Cristo!

5. Gran protector hemos hallado, hermanos. Vosotros sabéis cuan anchos se ponen los hombres con sus protectores. Amenázase al privado de un poderoso, y responde: «Viva fulano de tal, mi señor, y nada podrás hacerme.» ¡Cuánto más alto y con más razón podemos nosotros decir: «Viva nuestra Cabeza, y nada podrás hacerme! » Porque nuestro protector es nuestra Cabeza. Por otra parte, quien se apoya sobre un protector cualquiera, cliente suyo es; nosotros no somos sino miembros de nuestro protector. Apoyados en él, nadie podrá separarnos, sean cualesquiera los males que nos sobrevengan en este mundo, porque todo lo que pasa es nada, y por el camino de los males llegaremos a los bienes que no pasan. Y, en llegando que lleguemos, ¿quién será poderoso para echarnos de allí? Se cerrarán las puertas de Jerusalén, se pasarán los cerrojos y a los moradores de la celestial ciudad se les dirá: Alaba, Jerusalén, al Señor; alaba, Sión, a tu Dios, porque redobló los cerrojos de tus puertas, bendijo a tus hijos dentro de ti y dio la paz a tu territorio. Cerradas las puertas y echados los cerrojos, ni sale amigo ni entra enemigo... Y entonces gozaremos de la verdadera y firme seguridad, si aquí no desertamos de la verdad.
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