REPORTAJE DESDE ISRAEL "EL TELÉFONO"

jueves, 31 de julio de 2014

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En estos días de guerra nuestra vida cotidiana está regida por lo que dice el teléfono. El mensaje más repetido que llega a nuestros teléfonos señala la necesidad de permanecer a 15 segundos de un refugio, aunque algunas veces pide quedarse directamente dentro del mismo.


A veces el mensaje dice que al siguiente día los niños del kibutz saldrán a un paseo, que conviene estar lejos de esta zona en guerra. Entonces hay que arreglar todos los detalles, armar morrales con comida y protector solar, prepararse para el viaje. Ir a guarecerse en otra zona, aunque sea momentáneamente.

Hace una semana vino un cantante a cantarnos en un refugio público, lo anunció un SMS repentino. Y yo me dije que qué carrizos iba yo a hacer escuchando a ese cantante, sea quien sea, mientras la guerra sigue su curso irremediable. Pero el encierro era mucho, la angustia era tanta, que por qué no ir a encontrarse con la gente cantando. Así que fui y me alegré levemente. Canté, a pesar de los pesares.

Está cayendo una lluvia de cohetes en la zona de Hof Askelon, señala una triste pero útil aplicación para teléfonos android ideada por un adolescente de esta zona. Entonces presiento el cohete que se acerca. Si cayó por allí, ya viene por aquí –me digo, pero igual debo salir de casa. Manejo aterrada por una desolada carretera del sur.

Los exámenes se harán según lo pautado, dijo el primer mensaje enviado desde el colegio universitario en el que trabajo. Otro mensaje aclaró que quien no se sintiera con ánimo de presentar un examen debido a la situación podía presentarlo otro día. Otro mensaje días después dijo que no, que mejor no, que todo está cerrado hasta nuevo aviso.

Alguna mañana me despierta el tilín de un mensaje recién llegado. Dice que mejor no salir a la calle porque en algunos kibutz cercanos hay una verdadera batalla entre el ejército y terroristas infiltrados por los túneles que vienen desde Gaza. Entonces cierro todas las puertas y las ventanas a pesar del calorón y del aire acondicionado que he debido mandar a arreglar antes de que comenzara todo esto. Sudo de calor y de nervios.

Algunos hoteles ofrecen descuentos a los habitantes de las zonas aledañas a Gaza. El mensaje dice que hay que llamar lo más pronto posible para no quedarse sin cupo. Quienes viven a pocos kilómetros de Gaza tienen habitaciones gratis y van como nómadas de HOTEL en hotel, refugiados mientras la guerra sigue. Sus casas abandonadas en la línea de fuego.

Los mensajes personales a veces pasan desapercibidos en el maremoto de informaciones.

Los rumores hacen metástasis. Llega algún rumor repetido a todos los grupos de wassap y luego cientos de mensajes que se debaten entre creer o no creer, entre propagar o no propagar. Algunos rumores resultan ser ciertos, pero vaya usted a saber cuál. De las redes sociales mejor ni hablar.

Todos los teléfonos calientes, todos los teléfonos enchufados a cualquier enchufe, cargando urgentemente las baterías, todos los teléfonos moldeando la cotidianidad con sus mensajes, sus verdades, sus falsedades, sus órdenes, sus consuelos.

Gente mirando siempre hacia abajo, sin norte y sin futuro, hacia ese aparato que llevan en las manos. Pocos levantan la vista para ver en el horizonte las columnas de humo que señalan la tragedia más allá de la frontera.


La cotidianidad ha perdido todo asidero. Depende de un mensaje. De una orden. De un pálpito. De un relampagueo en el teléfono.
Despachos desde el sur de Israel: Teléfonos; por Liliana Lara
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