En
estos días de guerra nuestra vida cotidiana está regida por lo que dice el
teléfono. El mensaje más repetido que llega a nuestros teléfonos señala la
necesidad de permanecer a 15 segundos de un refugio, aunque algunas veces pide
quedarse directamente dentro del mismo.
A
veces el mensaje dice que al siguiente día los niños del kibutz saldrán a un
paseo, que conviene estar lejos de esta zona en guerra. Entonces hay que
arreglar todos los detalles, armar morrales con comida y protector solar,
prepararse para el viaje. Ir a guarecerse en otra zona, aunque sea
momentáneamente.
Hace
una semana vino un cantante a cantarnos en un refugio público, lo anunció un
SMS repentino. Y yo me dije que qué carrizos iba yo a hacer escuchando a ese
cantante, sea quien sea, mientras la guerra sigue su curso irremediable. Pero
el encierro era mucho, la angustia era tanta, que por qué no ir a encontrarse
con la gente cantando. Así que fui y me alegré levemente. Canté, a pesar de los
pesares.
Está
cayendo una lluvia de cohetes en la zona de Hof Askelon, señala una triste pero
útil aplicación para teléfonos android ideada por un adolescente de esta zona.
Entonces presiento el cohete que se acerca. Si cayó por allí, ya viene por aquí
–me digo, pero igual debo salir de casa. Manejo aterrada por una desolada
carretera del sur.
Los
exámenes se harán según lo pautado, dijo el primer mensaje enviado desde el
colegio universitario en el que trabajo. Otro mensaje aclaró que quien no se
sintiera con ánimo de presentar un examen debido a la situación podía
presentarlo otro día. Otro mensaje días después dijo que no, que mejor no, que
todo está cerrado hasta nuevo aviso.
Alguna
mañana me despierta el tilín de un mensaje recién llegado. Dice que mejor no
salir a la calle porque en algunos kibutz cercanos hay una verdadera batalla
entre el ejército y terroristas infiltrados por los túneles que vienen desde
Gaza. Entonces cierro todas las puertas y las ventanas a pesar del calorón y
del aire acondicionado que he debido mandar a arreglar antes de que comenzara
todo esto. Sudo de calor y de nervios.
Algunos
hoteles ofrecen descuentos a los habitantes de las zonas aledañas a Gaza. El
mensaje dice que hay que llamar lo más pronto posible para no quedarse sin
cupo. Quienes viven a pocos kilómetros de Gaza tienen habitaciones gratis y van
como nómadas de HOTEL en hotel, refugiados mientras la guerra sigue. Sus casas
abandonadas en la línea de fuego.
Los
mensajes personales a veces pasan desapercibidos en el maremoto de
informaciones.
Los
rumores hacen metástasis. Llega algún rumor repetido a todos los grupos de
wassap y luego cientos de mensajes que se debaten entre creer o no creer, entre
propagar o no propagar. Algunos rumores resultan ser ciertos, pero vaya usted a
saber cuál. De las redes sociales mejor ni hablar.
Todos
los teléfonos calientes, todos los teléfonos enchufados a cualquier enchufe,
cargando urgentemente las baterías, todos los teléfonos moldeando la
cotidianidad con sus mensajes, sus verdades, sus falsedades, sus órdenes, sus
consuelos.
Gente
mirando siempre hacia abajo, sin norte y sin futuro, hacia ese aparato que
llevan en las manos. Pocos levantan la vista para ver en el horizonte las
columnas de humo que señalan la tragedia más allá de la frontera.
La
cotidianidad ha perdido todo asidero. Depende de un mensaje. De una orden. De
un pálpito. De un relampagueo en el teléfono.
Despachos
desde el sur de Israel: Teléfonos; por Liliana Lara