LA CARTA A LOS HEBREOS FUE ESCRITA "PARA UNOS CRISTIANOS"

martes, 19 de mayo de 2015

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En el estudio de la Biblia doy inicio con la Carta a los Hebreos. Posteriormente estudiaremos otros textos.

La carta a los Hebreos recibió este nombre sólo posteriormente. Se supuso equivocadamente que había sido escrita a los «hebreos», es decir, a los judeocristianos que, atraídos por la magnificencia y grandiosidad del culto del templo de Jerusalén, habrían querido retornar al judaísmo. Aun menor fundamento tenía la afirmación largo tiempo mantenida —y aceptada por la liturgia de la Iglesia— de que Pablo habría escrito esta carta.

En realidad, la carta carece de destinatario y no menciona nombre alguno de autor. Al texto, en forma de sermón, se le añadió únicamente una breve posdata en la que el autor anuncia su visita a la comunidad, juntamente con «nuestro hermano Timoteo» (13,23). El hecho de que transmita un saludo «de los hermanos de Italia» (13,24) tampoco significa necesariamente que el lugar de redacción se encontrara en el Este del imperio romano y que los destinatarios deberían ser buscados en Italia.

Albert Vanhoye en su libro “El mensaje a la Carta a los Hebreos” señala que “conviene señalar que este título tampoco forma parte de la obra. Se le ha añadido sin tener ningún apoyo explícito en el texto. En este punto puede advertirse una clara diferencia con las cartas de san Pablo. Estas llevan títulos que encuentran su confirmación en el propio texto. La carta titulada "A los gálatas", por ejemplo, se dirige desde luego "a las iglesias de Galacia" (Gál 1.2) e interpela a los "insensatos gálatas" (Gál 3, 1" Por el contrario, en nuestra obra se buscará en vano una mención "a los hebreos", ni siquiera de pasada. No se les nombra nunca. Tampoco encontramos en ella el nombre de "judíos", tan frecuente en la pluma de Pablo, ni el de "israelitas", ni alusión alguna a la "circuncisión", De hecho, el texto no contiene ninguna designación precisa de sus destinatarios. Va dirigido visiblemente a unos cristianos (et. Heb 3, 14). Y a unos cristianos ya antiguos (et. 5. 12). Pero el autor no indica ni la región en que viven, ni su pertenencia étnica. Tampoco habla de lo que eran antes de su conversión. No evoca en ninguna parte la diferencia entre judíos y paganos. La única realidad que llama su atención es su vocación cristiana. intentando favorecer su desarrollo con todas sus fuerzas (et. 2,3-4; 3, 1; 4, 14; 10, 19-25; 12, 22-25; 13, 7-8). Con esta ocasión, se ve seguramente llevado a considerar el problema de las relaciones entre el Antiguo Testamento y el Nuevo y, por otra parte, tiene que tomar posición contra ciertas tendencias judaizantes que se hacían sentir en su época. Ha sido sin duda este aspecto de su obra el que ha ocasionado posteriormente la elección del título tradicional. Elección poco afortunada, repitámoslo, ya que no corresponde a la orientación esencial de la obra, que consiste en profundizar en la fe en Cristo y en dar un nuevo impulso a la vida cristiana. Por tanto, en vez del título "A los hebreos", sería más justo titularla "A unos cristianos".
A pesar de que no podamos resolver la situación geográfica de la carta, sin embargo, de su contenido se desprende claramente la situación en que se encontraba la comunidad destinataria:
Después de su «iluminación» (10,32), es decir, del bautismo, los creyentes han demostrado gran celo, arrojo para confesar la fe y disposición para aceptar los sufrimientos (6,9-12; 10,32-34), aunque, al parecer, hasta el presente han sido respetados por la persecución sangrienta (12,4). Ahora se encuentran en peligro de perder su confianza inicial y de retroceder ante nuevas pruebas (10,35-39; 12,3-13).

El desánimo y la debilidad de la fe, que se ponen de manifiesto en su no asistencia a las reuniones de culto (10,25), son la consecuencia de su propensión al «pecado» (2,1-3; 3,13; 6,4-8; 10,26; 12,1.4.14-17). En torno a este concepto se agrupan acciones de diversa valoración moral, desde las simples «tentaciones» (2,18; 4,15), la «ignorancia y el error» (cf. 5,2) hasta las faltas morales que desembocan en la incredulidad (10,26-31).

En la comunidad se da también la tendencia a las herejías ascético-rituales (13,9).

La carta a los Hebreos desarrolla una estrategia de alta calidad artística, construida sobre la exégesis cristiana del Antiguo Testamento, a fin de superar la crisis de fe y vida que padece la comunidad.
1. La certeza de la consumación de la salvación. Los creyentes alcanzarán con seguridad la meta de su peregrinar, si: a) «mantienen la segura confianza de la que presumen» (3,6.14), porque les ha sido garantizada la salvación mediante la palabra divina de la promesa (2,1-4; 4,1-3.12-13);
b) «se acercan con sincero corazón, con plenitud de fe, purificados los corazones de toda impureza de conciencia», a su sumo sacerdote celestial, Jesús (10,19-25; cf. 4,14-16), quien ha penetrado ya en el lugar santísimo «como precursor nuestro» (6,19-20).
c) «sacuden todo lastre y pecado y corren con fortaleza la prueba que se les propone» (12,1); a ejemplo de los testigos veterotestamentarios de la fe (cap. 11).
d) «salen con Cristo fuera del campamento, cargando con su oprobio» (13,13).
Por consiguiente, el autor del escrito no tiene la menor duda de que a los creyentes, a los «hijos de Dios» les aguardan graves pruebas y «tribulaciones» (12, 4-11). Precisamente por eso no se cansa, utilizando siempre nuevas imágenes de despertar su conciencia para que comprendan la «magnificencia» (2,10) de la salvación prometida: el «mundo futuro» (2,5), la «casa de Dios» (3,6), el «descanso sabático de Dios» (3,11.18; cf. 4,9-11; Sal 95,11), el «santuario celestial» (8,2; 10,19-21), la ciudad de Dios celestial (11,10.16), la Jerusalén celestial (12,22), la «ciudad futura» (13,14), la «patria celestial» (11,16), el «reino inconmovible» (12,28).
2. El carácter definitivo del perdón de los pecados. La doctrina penitencial de la carta a los Hebreos, presentada en forma de sermón, distingue entre los «pecados cometidos en la primera alianza» (9,15), que son borrados «de una vez por todas» por medio de la sangre de Cristo (7,27; 9,12; 10,10), las actuales «tentaciones» y «debilidades» de los creyentes, que pueden ser sanadas «en todo momento» mediante la intercesión del sumo sacerdote celestial (7,25 y otros), y los pecados premeditados de los bautizados, «para los que no queda ya sacrificio alguno» (10,26). En concreto, esto significa:
a) El sumo sacerdote de la nueva alianza (8,6-13), superando el modelo del ritual de la reconciliación (Lev 16) veterotestamentaria, ha entrado, con su propia sangre, en el lugar santísimo del cielo, «consiguiendo de ese modo una redención eterna» (9,11-12). Por consiguiente, los fieles pueden tener la seguridad de que, «mediante la oblación del cuerpo de Jesucristo», no sólo les son perdonados los pecados cometidos antes del bautismo, sino de que «son santificados de una vez para siempre» (10,10).
b) Los fieles tienen el derecho, e incluso el deber, de «acercarse, en todo tiempo, con sus debilidades al «trono de la gracia» (4,16), porque tienen un «sumo sacerdote misericordioso y fiel» que «fue tentado en todo como ellos» (2,17-18; 4,15; 7,25-28; 10,19-25). Así, la carta a los Hebreos pone el fundamento teológico decisivo para la práctica penitencial de la Iglesia.
c) Mucho más problemáticas resultan las repetidas e impresionantes advertencias que hablan de una caída irreparable (2,2-3; 6,4-8; 10,26-31; 12,15-17.25). Se califica de imposible (6,4; 10,26) una nueva «conversión» de aquellos que «han pecado intencionadamente» después del bautismo. La dificultad radica en que la carta no piensa únicamente en una ruptura formal con la comunidad (en tal caso podría hablarse de una imposibilidad «psicológica» de los que abandonaron la fe), sino que incluye hechos morales (12,15-16) que, según la interpretación posterior de la Iglesia, pueden ser perdonados como pecados graves (mortales). Por otra parte, resulta sumamente comprometido poner límites a la voluntad de reconciliación de Dios (12,17). Por consiguiente, tenemos que buscar la solución del problema en el plano literario: utilizando el estilo de la amenaza profética, la carta quiere advertir de las enormes consecuencias del pecado y pretende acentuar la inevitabilidad del juicio divino.

Fecha de la Carta
Puesto que la carta a los Hebreos es conocida en Roma hacia el año 96, como lo prueba el escrito del presbítero Clemente a la Iglesia de Corinto (I CIem), deberemos pensar que nació a finales de la década de los años ochenta. No se presupone que continúe vigente el culto en el templo de Jerusalén. Efectivamente, toda la argumentación arranca de las instituciones cúlticas señaladas en la Escritura de la antigua alianza, de la tienda-santuario de Moisés y de las prescripciones legales relativas a los ritos sacrificiales (9, 1-10).
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