HISTORIA DE LA PRESENCIA DE MARÍA EN EL CULTO DE LA IGLESIA

jueves, 19 de julio de 2012

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La presencia de la Virgen María en la liturgia se ha ido desarrollando a partir de la utilización de    los  textos marianos  neotestamentarios  en la hemolítica primitiva y de su inserción como parte integrante en las profesiones de fe. Uno de tales casos es el Magníficat (Lc 1,46-55), el cántico  de la iglesia  apostólica. Esta “lectura del magníficat hace suponer  que desde el principio la memoria de la Virgen en la celebración  del misterio de Cristo es a un tiempo objetiva y subjetiva, esto es, recuerda a María como asociada a Cristo y como modelo para la iglesia: la iglesia hace memoria de María junto a Cristo y al mismo tiempo se reconoce en los sentimientos de oración de la Madre de Jesús.   


Nos complace subrayar que unos de los primerísimos textos litúrgicos que recuerdan a María, de entre los que han llegado hasta nosotros, está en relación con la celebración de la pascua: se  encuentra en la homilía Sobre la pascua, de Melitón de Sardes, que se remontan a la segunda mitad del  s.II. En la parte central de la homilía, que presenta a Cristo como pascua de nuestra salvación, hay una triple referencia a la Virgen: “Él vino de los cielos a la tierra a causa de los sufrimientos humanos; se revistió de la naturaleza humana en el vientre virginal de la Virgen y apareció como hombre… Éste es el que se encarnó en la Virgen… Él es el cordero que enmudecía y que fue inmolado; el mismo que nació de  María, cordera sin mancha”. Las tres referencias quieren subrayar la verdad de la  encarnación en el seno de la Virgen. El título de “cordera sin mancha” atribuido a María, un poco chocante a primera vista, se torna elocuente si lo relacionamos con el título de Cristo “cordero sin tacha ni defecto” (1 Pe 1,19) e indica probablemente la virginidad de María, título que entra en  la tradición  litúrgica y que se conserva aún hoy en la litúrgica bizantina del viernes santo.  En la primordial fiesta cristiana, la pascua, encontramos, por consiguiente, el primer recuerdo de la Virgen, Madre de aquel  que es el Cordero sin mancha y la pascua de nuestra salvación. Encontramos otras dos referencias, incluidas en el texto de la plegaria eucarística y de la profesión de fe bautismal, que se nos han conservado en la Tradición apostólica de Hipólito de Roma. El texto se remota a la primera mitad del s. III, pero transmite formularios litúrgicos más antiguos. En la plegaria eucarística se habla del verbo “que (tú, oh Padre) has mandado del cielo al seno de una Virgen y ha sido concebido, se ha encarnado y se ha manifestado como Hijo tuyo, nacido del Espíritu Santo y de la Virgen”. Esta mención de la encarnación tendrá éxito en las plegarias eucarísticas posteriores hasta el punto de llegar a ser unas de las memorias más acreditadas y constantes de la Virgen en el mismo corazón de la celebración eucarística. También la profesión de fe bautismal recuerda la encarnación con estas palabras: “¿Crees en Cristo Jesús, Hijo de Dios, que ha nacido por obra del Espíritu Santo de la Virgen María…?. También en este caso la mención de la encarnación, misterio central de la fe en aquellos primeros siglos que debían combatir contra las tendencias gnósticas, está unida al recuerdo de la Virgen Madre. La extensión de la presencia de María en la liturgia, especialmente en lo que respecta al ciclo temporal y al ciclo santoral del año litúrgico, obedece a las leyes del progreso histórico de la liturgia; pero tiene características propias que no se pueden atribuir superficialmente  a las leyes que regulan; por ejemplo, el desarrollo del culto de los mártires y de los santos. Como punto de partida se toma generalmente la fecha del concilio de Efeso (431), que proclamó a María Madre de Dios: a partir de este acontecimiento  tendrá lugar una verdadera y propia explosión de culto mariano, que influirá a todos los niveles sobre la liturgia, especialmente en la creación de muchas fiestas marianas y en el desarrollo de la himnografía cultural. Pero entre los ss. II-IV podemos encontrar ya algunos factores que preparan el desarrollo posterior. Aunque bajos ciertos aspectos los datos permanecen oscuros, hallazgos recientes de la arqueología en palestina y testimonios de una teología allí floreciente hacen suponer la existencia de una primitiva veneración de la Virgen, Madre del Mesías, por parte de los judeo- cristianos en lugares como Nazaret o junto a la cueva de Belén, donde nació el Salvador. En este ambiente florecen con fines apologéticos textos apócrifos ricos en detalles sobre la vida de María: pensamos en el Protoevangelio de Santiago o en la narración apócrifa del Transitus glorioso. Tampoco faltan composiciones poéticas, alusivas a la admirable maternidad de María, que parecen pertenecer al uso litúrgico, como algunos pasajes de las Odas de Salomón o los oráculos sibilinos. (Continuará en la próxima parte).




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