EN EL OCASO DE NUESTRA VIDA SEREMOS JUZGADOS EN EL AMOR (Mt 25,31-46)

miércoles, 19 de noviembre de 2014

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Nuestras acciones no quedan ocultas en la oscuridad, nuestras opciones no son intrascendentes; todo es importante ante la mirada de Dios, que rechaza nuestro egoísmo y quiere premiar toda obra de generosidad que podamos hacer.
Esta seriedad que tienen nuestras acciones cotidianas aparece reflejada con suma claridad en el relato sobre el juicio final, donde las únicas preguntas que se mencionan son las que tienen que ver con lo que hicimos o dejamos de hacer por los demás.

Seremos juzgados en el amor. Y en estas acciones no se requiere que las hagamos pensando en el Señor, sino simplemente que las hagamos con el deseo sincero de hacer el bien. De hecho, los que son elogiados por sus obras de misericordia se asombran por ese elogio, porque ellos no las hicieron con una intención religiosa, sino que esas obran brotaron espontáneamente de su corazón generoso; no las habían hecho descubriendo a Cristo en los demás: ¿"Cuándo te vimos hambriento y te dimos de comer?" San Juan de la Cruz lo dijo perfectamente: “En el ocaso de nuestra vida seremos juzgados en el amor”.

Esto nos invita a tratar de reaccionar más espontáneamente frente a las necesidades ajenas, sin buscar tantas motivaciones, sabiendo que el Señor mira con agrado todo lo que hagamos con amor por las necesidades de los hermanos.

Pero no se nos invita aquí a obrar por miedo, por temor a un juicio. Sólo se nos recuerda que la mejor manera de preparar un buen futuro es vivir bien el presente, en el amor. Viviendo en el amor nuestra vida tiene un sentido eterno, se hace agradable a los ojos de Dios y vale la pena vivirla hasta el fin.
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