Luego
del himno del prologo del inicio del Evangelio de Juan se nos presenta a Juan
el Bautista como un hombre enviado por Dios (ἀπεσταλμένος “apestalmenos” cf. Jn 3,8; 9,7). Juan vino al
mundo como testimonio (μαρτυρίαν “marturian”) para der testimonio de la luz (φωτός
“fotós”).
En Jn 3,11 Jesús dice que ellos dan testimonio de lo que han visto,
en Jn 3,32 el que da testimonio es aquel que “ha visto y oído”, en 1 Tim 3,7 el
que da testimonio es aquel que “tiene buena fama”. Por lo tanto Juan el Bautista
era un hombre con buena fama que tenia reputación entre sus seguidores.
El v. 18 nos dice que a Dios “nadie” (οὐδεὶς
“oudeís”) lo ha visto jamás (πώποτε “pópote” cf. Lc 6,35; 8,33; 19,30; Jn 5,37;1 Jn 4,1), la frase recuerda cuando Moisés
le pidió ver la gloria de Dios y él dijo: “pero mi rostro no puedes ver, porque
nadie puede verlo y quedar con vida” (Ex 33,20: Traducción del hebreo: “vayomer lo tukhal lirot et-panai ki
lo-yirani haadam vachai”) . La primera persona que nos dio a conocer (exegéomai)
a Dios perfectamente fue Jesús, él nos desvelo su verdadero rostro.
Los sacerdotes y levitas (ἱερεῖς καὶ Λευίτας
“jiereis kai levitas”) enviaron a preguntarle a Juan quien era él, Juan negó
ser el Mesías, muchas veces negando somos positivos ya que decimos la verdad,
Pedro por el contrario negando mentía a Jesús (Mt 26,70; 26,72). A Juan le
preguntaron si era Elías o si era un profeta a lo que Juan nuevamente responde
que no y les dice la cita de Is 40,3 “Yo soy la voz del que clama en el
desierto, enderecen el camino del Señor”. El evangeliza utiliza la palabra “eudsúnate
Εὐθύνατε” que viene del verbo “eudsúno” que significa enderezar, rectificar,
gobernar, dirigir y conducir, por lo tanto, cualquier persona que aspire seguir
a Cristo y ande por el camino correcto puede ser de bendición para muchos si está
consciente que él puede dirigir los caminos del Señor. La carta de Santiago 3,4
también utiliza la misma palabra al decir: “Lo mismo ocurre con los barcos: con
un pequeño timón el piloto los dirige como quiere, por grandes que sean, aun
bajo fuertes vientos”.
A Juan le recriminaban porque bautizaba (βαπτίζεις
“Baptízeis”) si él no era ni el Mesías, ni Elías, ni el profeta (Jn 1,25). Juan les dice que su bautizo era
con agua (ὕδατι “judati”) y en el cual hay alguien que no conocen, que viene
detrás de él, y que no es digno de desatar (λύσω viene del verbo λύω “lúo.
También aflojar, soltar abrir, soltar de las cadenas, derribar) la correa de su
sandalia. San Gregorio dice que “fue costumbre entre los antiguos que si alguno
no quería casarse con alguna de las que le correspondían, debía soltarle el
calzado a aquél que le fuese destinado en razón de verdadero parentesco. Y al
aparecer Jesucristo entre los hombres, ¿qué otra cosa es más que el esposo que
se presenta a la Iglesia santa? Por lo tanto San Juan se considera como indigno
de soltar la correa de su calzado, como diciendo terminantemente: no puedo
descubrir los vestigios del Redentor, porque el nombre de esposo no me lo
merezco, y por ello no lo usurpo. Lo cual también puede entenderse de otro
modo. ¿No sabemos todos que el calzado se hace con pieles de animales muertos?
Pero habiendo venido el Señor por medio de la Encarnación, aparece como
calzado, porque tomó sobre su divinidad la sustancia mortecina de nuestra
corrupción. Y la correa de su calzado es la ligadura del misterio. San Juan,
pues, no se atreve a soltar la correa de su calzado porque no puede penetrar el
misterio de su Encarnación, como si dijese claramente: ¿Qué de particular tiene
que sea mayor que yo, si considero que aun cuando ha nacido después que yo, no
comprendo el misterio de su nacimiento? (Catena Aurea ES 12124).
Al final el texto dice que Juan bautizaba en
Betania (Βηθανίᾳ), junto al Jordán (Jn 1,28). Leon Dufour (El Evangelio de San
Juan, Salamanca, Sígueme, 1989) nos explica las diferentes opiniones que se
tienen sobre este versículo: “Después de Orígenes, se ha discutido mucho sobre
el lugar llamado Betania o, según ciertos manuscritos, Beth Abara. Pero no se
ha tomado muy en cuenta lo que puede suponer la indicación «al otro lado del
Jordán, que está siempre en Jn en relación con el Bautista (cf 3,26, 10,40) El
Jordán marcaba la frontera que habían franqueado los hebreos para entrar en la
tierra prometida (Jos 3-4). Según una tradición constante, las aguas del Jordán
correspondían al mar de las Cañas, a través del cual había salido el pueblo de
Egipto (cf Jos 4,23), bajo este aspecto, no son tanto unas aguas purificadoras
como unas aguas que dan la vida a través de la muerte. Se pensaba, por otra
parte, que la entrada en el reino de Dios se haría según el modelo del primer
éxodo. Actuando «al otro lado del Jordán», el Bautista puede significar que su
bautismo es muerte a la antigua existencia y vida para el reino que viene De
hecho, el Precursor ha conservado esencialmente de Isaías la obligación de
«enderezar el camino» El desarrollo precedente no es más que un presupuesto de
lo que Juan responde a los enviados de Jerusalén Su réplica es de nuevo
sorprendente”.
ACTUALIZACIÓN
Si algo caracteriza a Juan el Bautista es su
humildad, realmente un hombre como pocos que supo marcar la diferencia en su
tiempo. Su humildad, austeridad y pasión por llevar la Buena Nueva llevó a Jesús
a decir de él: “Entre los hijos de mujer no hay ninguno más grande que Juan
Bautista; y sin embargo, el más pequeño en el Reino de Dios es más que él” (Lc
7,28).
Juan se consideraba indigno incluso de soltar
la correa de las sandalias de Jesús, siempre afirmó que él no era ni el
profeta, ni Elías, ni el Mesías, simplemente “era una voz que grita en el
desierto”. Es necesario que hoy más que nunca los testigos de Jesús aprendan de
este personaje que preparó el camino del Señor. Vemos como hay muchos laicos y
sacerdotes que solo hablan de su “yo”, tienen relegado a Jesús a un segundo
plano, cuando la figura principal en cada vida siempre debe ser él. Hablan más
de sus logros en la parroquia que del sacrificio del Señor, hablan más de la
cantidad de fieles que asisten a Misa que de la cantidad de almas que Jesús
salvó, y que diariamente sigue salvando ya que no descansa. Los laicos también
debemos aprender que no debemos seguir a un sacerdote u obispo sino siempre a
Cristo a quienes ellos representan.
Debemos aprender de Juan cuando dice: “Es
necesario que él crezca y que yo disminuya” (Jn 3,30). Nuestro “yo” nunca debe
estar inflado, por el contrario debemos considerarnos el más pequeño de los
seguidores de Jesús, en la medida que nuestro ego disminuya las bendiciones de
Dios vendrán a nuestras vidas, y podremos entonces decir que verdaderamente
somos sal y luz del mundo (Mt 5,13).