Inicialmente
la fiesta de Navidad y Epifanía constituían una sola con un único objeto: la Encarnación
del Verbo. La distinción en dos fiestas de diversos contenidos se produce entre
finales del s. IV y comienzos del V.
Hacia
el año 336 se tiene noticia de una fiesta de navidad en Roma, donde se
celebraba el 25 de diciembre. Por San Agustín sabemos que también en África,
poco más o menos por aquel mismo tiempo se celebraba en la misma fecha la
navidad. Hacia finales del siglo IV, la fiesta está ya establecida en el norte
de Italia, y se le considera entre las grandes solemnidades.
Al
surgimiento de la navidad han contribuido diversas causas, el 25 de diciembre,
evidentemente, no es la fecha histórica del nacimiento de Jesús, sino que se escogió
en la tentativa, por parte de la Iglesia de Roma, de suplantar la fiesta pagana
del Natalis (solis) invicti. El culto
al sol estaba muy en boga en aquel periodo de, y en solisticio de invierno se hacían
solemnes celebraciones. Para alejar a los fieles de estas fiestas idolátricas,
la Iglesia hizo un llamamiento a los cristianos a fin de que recordaran el
nacimiento de Cristo, verdadera luz que ilumina al hombre. Las grandes herejías
cristológicas de los siglos IV y V y la celebración de los cuatros concilios ecuménicos
de Nicea, Éfeso, Calcedonia y Constantinopla hicieron de la navidad, sobre todo
por obra de San León Magno, la ocasión para afirmar la autentica fe en el
misterio de la Encarnación.