La
puerta no es solo un dispositivo funcional (permitir la entrada y salida hacia
y desde un lugar, o de del paso de dos estados o dos mundos) sino que es un
lugar simbólico, es el acceso a la revelación. En las antiguas catedrales
europeas la puerta y el tímpano están esculpidas con escenas del misterio de la
redención. La puerta es signo escatológico ya que es símbolo de acceso a lo
divino, a lo trascendental, a la luz. ¿Por qué la puerta es un signo litúrgico?
La puerta, en el cristianismo, es el mismo Cristo: “Yo soy la puerta de las
ovejas”, “Yo soy la puerta. El que entra por mí se salvará; podrá entrar y
salir, y encontrará su alimento” nos dice Jesús (Jn 10,7.9). Así, pasar por la
puerta es entrar en el mismo Cristo, en su vida, en su Misterio Pascual.
Delante
de la puerta de la Iglesia se encuentra el mundo, la actividad de la ciudad,
reflejada en la cotidianidad de la plaza; al traspasar la puerta encontramos la
vida en plenitud: ahí escuchamos su Palabra y nos alimentamos de su Cuerpo y
Sangre, que nos hace formar un solo cuerpo con Jesús. Al mismo tiempo la puerta
abierta es la invitación dirigida a todos, porque la salvación es una invitación
gratuita a todos los pueblos. Por eso es importante que las puertas de nuestra
Iglesia estén siempre abiertas, especialmente a los más pobres.
El signo litúrgico de la Puerta
En la Dedicación de la Iglesia. El Pontifical Romano prevé que la comunidad
eclesial, junto con su obispo, se acerquen a la puerta de la Iglesia que va a
ser dedicada, mientras entonan el salmo 121: “¡Qué alegría cuando me dijeron,
vamos a la casa del Señor!”. Una vez en ella, los encargados de la construcción,
junto a otros miembros de la comunidad, entregan al obispo el nuevo
edificio-iglesia. También es oportuno que los arquitectos hablen del estilo de
dicha arquitectura. Una vez terminadas la presentación, el obispo pide al que
va a pastorear dicha comunidad que abra la iglesia y dice a la comunidad:
“Entren por las puertas del Señor con acción de gracias, por sus atrios con
himnos”. Una vez abierta las puertas la comunidad canta el salmo 23 con su
antífona: “Levantaos, puertas anti-guas: va a entrar el Rey de la gloria”.
Ambos salmos son los que el pueblo judío entonaba al llegar y al atravesar las
puertas de la ciudad de Jerusalén. Ahora la nueva Jerusalén es la Iglesia,
Cuerpo místico de Cristo.
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