LA PUERTA DE LA IGLESIA Y SU SIGNIFICADO

viernes, 2 de octubre de 2015

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La puerta no es solo un dispositivo funcional (permitir la entrada y salida hacia y desde un lugar, o de del paso de dos estados o dos mundos) sino que es un lugar simbólico, es el acceso a la revelación. En las antiguas catedrales europeas la puerta y el tímpano están esculpidas con escenas del misterio de la redención. La puerta es signo escatológico ya que es símbolo de acceso a lo divino, a lo trascendental, a la luz. ¿Por qué la puerta es un signo litúrgico? La puerta, en el cristianismo, es el mismo Cristo: “Yo soy la puerta de las ovejas”, “Yo soy la puerta. El que entra por mí se salvará; podrá entrar y salir, y encontrará su alimento” nos dice Jesús (Jn 10,7.9). Así, pasar por la puerta es entrar en el mismo Cristo, en su vida, en su Misterio Pascual.
Delante de la puerta de la Iglesia se encuentra el mundo, la actividad de la ciudad, reflejada en la cotidianidad de la plaza; al traspasar la puerta encontramos la vida en plenitud: ahí escuchamos su Palabra y nos alimentamos de su Cuerpo y Sangre, que nos hace formar un solo cuerpo con Jesús. Al mismo tiempo la puerta abierta es la invitación dirigida a todos, porque la salvación es una invitación gratuita a todos los pueblos. Por eso es importante que las puertas de nuestra Iglesia estén siempre abiertas, especialmente a los más pobres.


El signo litúrgico de la Puerta En la Dedicación de la Iglesia. El Pontifical Romano prevé que la comunidad eclesial, junto con su obispo, se acerquen a la puerta de la Iglesia que va a ser dedicada, mientras entonan el salmo 121: “¡Qué alegría cuando me dijeron, vamos a la casa del Señor!”. Una vez en ella, los encargados de la construcción, junto a otros miembros de la comunidad, entregan al obispo el nuevo edificio-iglesia. También es oportuno que los arquitectos hablen del estilo de dicha arquitectura. Una vez terminadas la presentación, el obispo pide al que va a pastorear dicha comunidad que abra la iglesia y dice a la comunidad: “Entren por las puertas del Señor con acción de gracias, por sus atrios con himnos”. Una vez abierta las puertas la comunidad canta el salmo 23 con su antífona: “Levantaos, puertas anti-guas: va a entrar el Rey de la gloria”. Ambos salmos son los que el pueblo judío entonaba al llegar y al atravesar las puertas de la ciudad de Jerusalén. Ahora la nueva Jerusalén es la Iglesia, Cuerpo místico de Cristo.
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