LOS DIVORCIADOS VUELTOS A CASAR

martes, 19 de febrero de 2013

send email
print this page

Muchas parejas se me acercan y me dicen de su difícil situación ante la Iglesia, se sienten menospreciadas por haber fracasado en su primer intento en el matrimonio, consideran que la Iglesia los ha dejado solos. Considero realmente que este es un problema que debe ser abordado con mucha valentía  a la luz de la Palabra de Dios, es cierto que a estas parejas las hemos descuidado y no le hemos dado el amor  y el acompañamiento que se merecen. Dios no los ha dejado, ni la Iglesia tampoco. Quiero reproducir unas líneas de una bella carta  y que da algunas luces del Cardenal Dionigi Tettamanzi, Arzobispo emérito de Milán,  titulada “El Señor está cerca de quien tiene el corazón herido” dirigida a los esposos en situación de separación, divorcio y nueva unión”.
“También nosotros, hombres de Iglesia, sabemos que el fin de una relación matrimonial, para casi todos vosotros, no ha sido una decisión tomada con facilidad, y mucho menos con ligereza. Más bien ha sido un paso penoso: un hecho que ha hecho interrogarse profundamente sobre el porqué de la rotura de ese proyecto, en el que ha creído y para el que ha invertido tantas energías.


Ciertamente la decisión de este paso deja heridas que cicatrizan con dificultad. Quizás se insinúa incluso el dudar sobre la posibilidad de llevar a cabo algo grande en que uno se había ilusionado en gran manera; surge inevitable la pregunta sobre las eventuales responsabilidades recíprocas; se hace agudo el dolor de haberse sentido traicionado por la confianza puesta en el compañero o la compañera que se había elegido para toda la vida; se tiene un sentido de incomodidad con los hijos implicados en un sufrimiento del cual no tienen responsabilidad.
Conozco estas inquietudes y les aseguro que expresan un dolor y una herida que tocan toda la comunidad eclesial.
El fin de un matrimonio es también para la Iglesia motivo de sufrimiento y fuente de interrogantes gravosos: ¿por qué el Señor permite que se deshaga ese vínculo que es el «Gran signo» de su amor total, fiel e indestructible?
Y como nosotros quizá no habremos tenido o podido ser cercanos a estos esposos?
Hemos hecho con ellos un camino de verdadera preparación y de verdadera comprensión del significado del pacto conyugal con el que se han atado recíprocamente?
Los hemos acompañado con delicadeza y atención en su itinerario de pareja y de familia, antes y después del matrimonio?
Cuando este vínculo se rompe la Iglesia se encuentra en cierto sentido empobrecida, privada de un signo luminoso que debía ser de alegría y de consuelo. La Iglesia, pues, no les mira como extraños que han faltado a un pacto, sino que se siente partícipe de ese trasiego y de preguntas que  le tocan tan íntimamente. Puede entonces comprender, junto con sus sentimientos, también los nuestros.
Quisiera ahora ponerse a su lado y tratar de razonar con usted sobre los muchos pasos y las muchas pruebas que le han llevado a interrumpir su experiencia conyugal. Puedo sólo intentar imaginar que antes de esta decisión ha experimentado días y días de fatiga de vivir juntos; nerviosismos, impaciencia y desasosiego, desconfianza recíproca, a veces también falta de transparencia, sentido de traición, decepción por una persona que se ha revelado diversa de cómo había conocido al principio.
Estas experiencias cotidianamente repetidas, terminan haciendo la casa ya no un lugar de afecto y de gozo, sino una pesada jaula que parece quitar la paz del corazón. Se acaba levantando la voz, quizá también con carencias de respeto, encontrando imposible toda concordia. Y se siente que no puede continuar más la vida juntos.
No, ¡la opción de interrumpir la vida matrimonial no puede ser nunca considerada una decisión fácil y sin dolor! Cuando dos esposos se dejan, llevan en el corazón una herida que marca, más o menos pesadamente, su vida, la de sus hijos y de todos los que aman (padres, hermanos, parientes, amigos). Esta su herida también la Iglesia la comprende.
También la Iglesia sabe que en ciertos casos no sólo es lícito, sino que puede ser inevitable tomar la decisión de una separación: para defender la dignidad de las personas, para evitar traumas más profundos, para custodiar la grandeza del matrimonio, que no puede transformarse en una insostenible cadena de recíprocas asperezas”.
Continuará en una segunda parte.
Recomiendalo:

0 comentarios:

Publicar un comentario

Deja tus comentarios

 
Design by Grupo Delecluse | Publicado por Orlando Carmona | Powered by www.orlandocarmona.com.ve El lugar que se encuentra en misión permanente.
© Copyright 2012-2013  LA WEB DE ORLANDO CARMONA All Rights Reserved.