(DOMINGO XVIII DEL TIEMPO ORDINARIO) La
perícopa (Lc 12,13-21) que vamos a estudiar no guarda relación temporal alguna
con el precedente.
El
conjunto actual consta de cuatro elementos que probablemente eran
independientes en su origen (vv.13-14; v.15; vv.16-20; v.21), proceden de la
fuente particular de Lucas (“L”), ya que no hay paralelismo con los otros
evangelios. Los versículos 13-14 no tienen nada que ver con la parábola. De
igual modo el versículo 15, no cuadra bien con lo que antecede, ni con lo que
sigue. A juicio de muchos biblistas
refleja una actitud de la comunidad primitiva. Sin embargo el evangelista lo
trajo aquí para que sirviera de puente entre lo anterior (tema de la avaricia)
y la parábola. El versículo 21 fue añadido por el evangelista como una posible
moraleja de la parábola.
El
texto se inicia cuando alguien se le acerca a Jesús y le dice: “Maestro, di a mi hermano que parta
conmigo la herencia. Él le respondió: Pero, hombre, ¿quién me ha constituido
juez o partidor entre vosotros?” (Lc 12,13-14). Jesús rechaza todo tipo de
contienda terrenal, él ha sido enviado para anunciar a los pobres el evangelio,
para llamar a los pecadores (Lc 5,32), para salvar a los que estaban perdidos
(Lc 19,10), para dar su vida en rescate (Mc 10,45), y para traer al mundo la
vida divina (Jn 10,10). El derecho sucesorio judío estaba regulado por la la
ley mosaica. “Se supone una situación agrícola, en la cual el hermano mayor
hereda los bienes raíces y dos tercios de los bienes muebles (Dt 21,17). En el
caso que se presenta a Jesús, parece ser que el hijo mayor no quiere entregar
absolutamente nada”1.
La
sentencia de Jesús fue bien clara: “Mirad
de guardaros de toda avaricia, porque, aunque se tenga mucho, no está la vida
en la hacienda” (Lc 12,15). Para Jesús lo importante es el “ser” de la
persona, no le importa lo que tenga, de hecho el poseer en demasía puede ser
una causa de alejamiento de Dios sino se comparte y se ayuda a los más
necesitados. La preocupación por las cosas terrenales no debe ser motivo para
olvidar la búsqueda incesante del Reino de Dios.
Luego
de la advertencia de Jesús sobre la codicia, Lucas añade la parábola del rico
insensato (Lc 12,16-20) que guarda
estrecha relación con el pasaje 9,25 y les dice: “Había un hombre rico, cuyas tierras le dieron gran cosecha. Comenzó él
a pensar dentro de sí, diciendo: ¿Qué haré, pues no tengo dónde encerrar mi
cosecha? Y dijo: Ya sé lo que voy a
hacer; demoleré mis graneros y los haré más grandes, y almacenaré en ellos todo
mi grano y mis bienes, y diré a mi alma: Alma, tienes muchos bienes almacenados
para muchos años; descansa, come, bebe, regálate. Pero Dios le dijo: Insensato, esta misma
noche te pedirán el alma, y todo lo que has acumulado, ¿para quién será?”. La
riqueza que el hombre acumula para sí mismo, con la que quiere asegurase la
vida terrena como si nunca fuera a morir, no le aprovecha de nada. Al final
estará en manos de otros, por eso el Salmo 39,7 dice: “muévese el hombre cual un fantasma, por un soplo solamente se afana;
amontona sin saber para quien”. Al final de la parábola viene la expresión
moral donde el evangelista parece haber incluido ese versículo para concluir la
enseñanza “así le pasa al que acumula tesoros para sí y no es rico a los ojos
de dios” (Lc 12,21). Dios fija sus ojos en la vida del hombre que es lo más
preciado que tiene, no mira las riquezas que este posea.
1. STORGER, Alois, El Evangelio Según San Lucas, Herder,
Tomo1, cap 3. Herder, Barcelona 1979, 1ra Edición, P 351.
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