Luego
de la parábola del “juez inicuo y la viuda oportuna” (Lc 18,1-8) el evangelista
nos presenta otra parábola, la del “fariseo y el publicano” (Lc 18,9-14), es
propia de Lucas y proviene de su fuente “L”.
Las
parábolas del juez inicuo y el fariseo y el publicano nos hablan sobre la
oración, solamente que aquí en la del fariseo y el publicano también nos habla
de la misericordia.
El
inicio del texto dice que “la parábola la dijo a algunos que se tenían por
justos y despreciaban a los demás” (Lc 18, 9). En otras traducciones
“menospreciaban a los demás” (gr. exouthenountas tous loipous). Las personas
que se consideraban justas creían que eran perfectas y santas, su visión
limitada de los acontecimientos no les permitía ver más allá por ende
menospreciaban a los demás por estar centrados en ellos mismos. La parábola en
el versículo 9 no dice los destinatarios, es en el v. 10 donde se dice para
quien está dirigida.
La
escena toma acción cuando “dos hombres subieron al templo a orar, uno
fariseo y el otro publicano. El fariseo de pie, oraba en su interior: ¡Oh Dios!
Te doy gracias porque no soy como los demás hombres que son rapaces, injustos y
adúlteros, ni tampoco como este publicano. Ayuno dos veces por semana y doy el
diezmo de todas mis ganancias” (Lc 18,10-12). El fariseo luego de haber
hecho valer su aspecto de ser un hombre santo, pasa a recordarle a Dios su
aspecto positivo; todo lo bueno que hace, sin que la Ley se lo pida, para
honrar a Dios, por ejemplo el ayuno, legalmente, está prescrito un solo día, el
de la Expiación “El día décimo del mes
séptimo celebrareis reunión sagrada, ayunareis y no haréis ningún trabajo”
(Num 29,7), la Ley demandaba un ayuno anual, sin embargo el fariseo se lo
impone dos veces cada semana. Los fariseos eran personas extremistas con respecto
a los diezmos, eran llamados en tiempos
de Jesús “Neeman” aquellos que tenían cuatro obligaciones:
– Dar diezmos de lo que comía.
– Dar diezmos de lo que vendía.
– Dar diezmos de lo que compraba.
– No ser un comensal o invitado de un “Am- ha-arets”
(personas rurales o comunes, gente que no sabía o no cuidaba de la Ley, los
cuales eran considerados como “malditos”).
El otro personaje del texto nos dice el evangelista
que es un publicano, que se mantenía a distancia y que “no se atrevía a levantar los ojos al cielo, sino que se golpeaba el
pecho y decía ¡Oh Dios! ¡Ten compasión de mí, que soy pecador!” (Lc 18,13).
El publicano (gr. telônès) era un recaudador de impuestos que era
despreciado y asimilado a los pecadores
públicos (Mt 9,11; Lc 5,30) por su relación con el poder ocupante (Mt 18,17 y
por sus frecuentes exacciones (Lc 3,12), los judíos lo rechazaban.
El publicano realizó tres gestos
dignos de imitar:
Ø No
se atreve a levantar los ojos al cielo, sino que los baja hacia el suelo. Se siente
avergonzado ante sí mismo y ante Dios.
Ø Se
golpeaba el pecho como signo de arrepentimiento y dolor de las faltas
cometidas.
Ø Se
reconoce pecador.
Al final del texto hay dos conclusiones que nos clarifican el
mensaje, en primer lugar se dice que el publicano
“regresó a su casa justificado y el fariseo no” (Lc 18,14a). Que fue
justificado, significa que consiguió la gracia de Dios y que le fueron
perdonados sus pecados, en segundo lugar y considerando que es la parte más
importante del mensaje nos dice que “el
que se ensalce será humillado, y el que se humille será ensalzado” (Lc
18,14b). Este versículo es una máxima sapiencial que fue añadida
posteriormente. La exhortación final es
el mensaje clave del texto donde se nos habla de la humildad, no solamente es
la característica principal del publicano, sino que también invita a los
discípulos a no considerarse
importantes, sino más bien servidores de todos. El v. 14b es un duplicado de Lc
14,11 donde se habla de la elección de
los asientos en los banquetes.
ACTUALIZACIÓN
San Agustín decía que el camino al cielo es la humildad, y que razón
tiene. En palabras de Jesús quien no sea humilde no puede entrar en el Reino de
Dios, nadie que se crea superior a los demás puede llamarse verdaderamente
cristiano.
El texto nos dice claramente que de
nada sirven los ayunos y los diezmos si no tenemos un “corazón contrito y humillado”
(Sal51, 20). Se engañan a muchas personas haciéndoles creer que deben “pactar”
con Dios a través de una ofrenda en dinero para obtener un milagro en su vida,
la respuesta a estas estafas la tienen en esta pericopa donde el fariseo
ayunando más de lo mandaba la Ley y dando el diezmo por todo no fue
“justificado”, no consiguió la gracia de Dios.
Hay
que tener mucho cuidado de no convertir la religión en un sistema de creencias
puramente ritualista y basado en lo exterior, ya el mismo Dios nos ha dicho “El hombre se fija en las apariencias,
mientras yo escudriño el interior” (1 Sam 16,7). Lo importante para Dios es
nuestro corazón (heb. “leb, lebáb” gr. “kardia”), a Él no le interesa nuestro bolsillo,
pero si nuestro corazón, del cual nacen las buenas y malas acciones del hombre, se necesita con urgencia una
renovación espiritual de nuestros corazones, en donde prevalezca el amor y la
fraternidad por el prójimo.
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