El texto que nos presenta Mateo
(3,1-12) empieza por presentarnos al Bautista (cf. Mc 1,1-6; Lc 3,1-6), su
persona, su predicación y otras circunstancias de su actividad de precursor.
“Por aquellos días se presentó Juan el Bautista, proclamando en el desierto de
Judea: «Convertíos porque ha llegado el Reino de los Cielos.» Éste es de quien habló
el profeta Isaías, cuando dice:
Voz del que clama en el desierto:
Preparad el camino del Señor,
enderezad sus sendas.
Juan llevaba un vestido hecho de pelos de camello, con un cinturón de
cuero a su cintura, y se alimentaba de langostas y miel silvestre. Acudía
entonces a él gente de Jerusalén, de toda Judea y de toda la región del
Jordán, y eran bautizados por él en el río Jordán, tras confesar sus pecados”
(Mt 3,1-6).
El evangelista nos
presenta el tema principal de su predicación; la conversión. Utiliza el verbo “metanoeo” que
es utilizado un total de 5 veces en el evangelio (Mt 3,2; 4,17; 11,20.21; 12,41).
Etimológicamente, la palabra significa “cambio de mentalidad”, cambio en
nuestra manera de ver y juzgar las cosas. Para el Bautista el pueblo de Israel
está contaminado, por lo tanto hay que alejarse del pecado.
El lugar de
predicación de Juan era el desierto de Judea, de “acuerdo a la tradición del
AT, «el desierto» evoca varías ideas. Unas veces se le ve como el lugar de la
juventud del pueblo, las primicias de Israel en su encuentro con Dios. Por eso,
a menudo utilizan los profetas la imagen del desierto para recordar a Israel el
antiguo tiempo y exhortarlo a ser fiel a la alianza (Os 2,16). Este es el
sentido del desierto en que se encuentra Juan Bautista. Se trata de un desierto
geográfico, el desierto de Judea (Mt 3,1), situado más allá del Jordán (Lc 3,3:
«[Juan] recorrió entonces toda la comarca lindante con el Jordán»), fuera del
territorio estricto de Palestina. Este desierto se convierte en el polo opuesto
a la institución judía, representada por Jerusalén y por el templo. Frente a la
injusticia que domina la sociedad judía del tiempo de Juan Bautista, se
presenta el desierto como recuerdo del antiguo ideal y como ofrecimiento
renovado de la gracia de Dios”1.
El rito del bautismo de Juan se
efectuaba en el rio Jordán que era una zona donde transitaba mucha gente y a la
que Juan podía gritar su mensaje. Recuerda el paso por el Mar Rojo. El rito
probablemente se trataba de un reconocimiento público y colectivo de los
pecados del pueblo, tal y como lo dice el libro de Nehemías: “La raza de Israel se separó de todos los
extranjeros, y puestos en pie, confesaron sus pecados y las culpas de sus
padres” (Neh 9,2).
Según
Lucas, el auditorio de Juan está constituido por una muchedumbre (gr. ójlos),
mientras que para mateo de “fariseos y saduceos”
“Pero, cuando vio
venir a muchos fariseos y saduceos a su bautismo, les dijo: «¡Raza de víboras!, ¿quién os
ha enseñado a huir de la ira inminente? Dad, más bien, fruto digno de
conversión, y no creáis que basta con decir en vuestro interior: ‘Tenemos
por padre a Abrahán’, pues os digo que Dios puede de estas piedras suscitar
hijos a Abrahán. Ya está el hacha puesta a la raíz de los árboles; y todo
árbol que no dé buen fruto será cortado y arrojado al fuego. Yo os bautizo
con agua en señal de conversión, pero el que viene detrás de mí es más fuerte
que yo, y no soy digno de llevarle las sandalias. Él os bautizará con Espíritu
Santo y fuego. En su mano tiene el bieldo y va a aventar su parva:
recogerá su trigo en el granero, pero la paja la quemará con fuego que no se
apaga”. (Mt 3,7-12)
El texto de Mateo (3,
7-10) es tomada de “Q”, y subraya el carácter antifarisaico y antiformalista de
su invitación a la conversión: todos se tienen que convertir, evitando seguridades
y excusas vanas. No valen privilegios religiosos, sociales o raciales. Juan llama a los fariseos y saduceos “raza de
víboras”, ese insulto los
situaba en los niveles más bajos de ilegitimidad en Israel en toda la extensión
del término: física, social y moralmente. “El «día de Yahveh», el futuro día
del juicio, era ya, según los profetas del AT y también según las creencias
judías, el día de la ira, del castigo de la justicia divina. Pero el judaísmo
pensaba que el objeto de la ira iba a ser solamente los paganos, sus opresores.
En contra de esta opinión se vuelve el Bautista, como después Jesús mismo, con
la exigencia del arrepentimiento, de una absoluta conversión de toda la mente y
la voluntad, conversión que debe mostrar su autenticidad en las
correspondientes obras”2.
Según el Bautista, el
Mesías no es él, es otro que pronto aparecerá y viene a traer otra clase de
bautismo (3,11), mucho más eficaz que el suyo, él bautizaba con agua, mientras
que el Mesías lo hará con Espíritu Santo. Su bautismo significa una
purificación total desde adentro. Existían unas costumbres bautismales
precristianas donde los baños sagrados eran usuales no sólo en los misterios
helenísticos (en el culto a Attis y de Mitra era conocido y normal el baño de
sangre), sino también en Egipto, Babilonia e India, donde el Nilo, el Éufrates
y el Ganges, respectivamente favorecían la aparición de tales ritos. La virtud
o eficacia atribuida al baño sagrado era sobre todo la purificación de impurezas legales o rituales,
incidentalmente también el aumento de la fuerza vital y el don de la
inmortalidad. Por su parte La Tóra conocía el baño de agua como medio legal de
purificación para personas impuras (Lev 14,8; 15,16.18). En ocasiones, debían
también ser lavados los objetos (madera, paño de cuero, bolsa, cama, vestidos
etc) antes de ser usados nuevamente (Lev 11,32.40; 15,5.7). También en el AT se
conoce en algunas frases proféticas el simbolismo del baño de agua para
significar la interna purificación moral (Is 1,16; Ez 36,25; Zac 13,1; Sal
51,9).
Para Juan, el Mesías
que ha de venir, tiene el “bieldo en la
mano, recogerá su trigo, pero la paja se quemará con el fuego” (Mt 3,12). Esta es una metáfora que procede de la vida
del campesino. La separación empezará dentro de pocos momentos.
ACTUALIZACIÓN
Hoy más que nunca
necesitamos un cambio de vida, el mundo nos proporciona cosas triviales, pero
lo que realmente vale es una sola cosa, aquella que María sabía que era lo más
importante en su vida: “La presencia de Jesús”, por eso ella permanecía
envilecida escuchando las palabras del maestro.
Muchos hogares viven
como si Dios no existiera, es el “gran desconocido”. No le abrimos paso a Jesús
para que entre en nuestros corazones, al igual que Dios hizo cruzar al pueblo
israelita por el Mar Rojo para salvarlos de los egipcios Él quiere hacer
grandes cosas en nuestras vidas, quiere tener una estadía permanente en nuestra
mente cuerpo y corazón.
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